miércoles, junio 30, 2021

AUNQUE FUERA MAL HABIDO

Decidido a continuar con mi cambio, hice caso omiso al tropezón que había tenido al ver a Daniel, como quien está a dieta y un día peca al comerse una dona. Como la prepa no se me había dado, decidí empezar un curso de Inglés, era fanático de las canciones en este idioma y me había propuesto entenderlas y cantarlas, no solo washa-washarlas. Para los de nuevo ingreso sólo había en el horario de 8 a 9 de la mañana de lunes a viernes, me inscribí con todo y que eso implicaba madrugar. Al pasar los meses descubrí que aquello se me daba, saque excelentes calificaciones al término del bimestre.

Lo que no se me estaba dando era lo del cambio, por más besos y abrazos que me daba con Adriana no llegaba a acostumbrarme. Las salidas eran de lo mejor, íbamos al cine, a caminar por el centro, algunos domingos iba a desayunar con ella, su familia ya era como mía, pero con ella seguía sin sentir nada. Me seguían gustando los hombres, los que veía en la TV, los que encontraba en la calle, algunos con los que trabajaba, otros de las clases de inglés, hasta su hermano menor si hubiera tenido unos dos años más. Deseaba que hubiera alguna forma de borrar ese gusto de mi cabeza, deseaba que hubiera alguna terapia que con choques eléctricos consiguiera que sintiera aversión por ellos, pero estaban hasta en mis sueños, incluso en los húmedos.

Me acordé de Daniel y de su curso, me dijo que ese curso lo había cambiado quizá con eso cambiaba yo también. Le llamé con el pretexto de devolverle su libro y quedamos de vernos. Aquello sonaba más a secta que a curso, no me dijo más que el lugar y la hora, dijo que no podía decir más, pues no hablar del curso era parte del curso; sólo que tenía que llevar dinero para mi acceso. Me recordó a “The fight club”, decidí intentarlo. 

Ese sábado me presenté en la torre financiera a la hora indicada, después de pagar mi acceso me entregaron un gafete y me dijeron que buscara un asiento. A los pocos minutos salió alguien a darnos la bienvenida y después todos empezaron a gritar, yo no entendía nada. Al finalizar la sesión nos explicaron de qué iba el curso y las reglas. Había que hacer un ejercicio todo los días y asistir a las sesiones semanales. Si un día se nos olvidaba hacer el ejercicio o si un día faltábamos a la sesión, teníamos que empezar de nuevo. Garantizaban que después de pocas semanas empezaríamos a vernos y sentirnos diferentes y que al terminar el curso, después de 9 meses, los cambios serían definitivos. 

¿Qué podía perder?, más que dinero. Con estos gastos, el curso de inglés, este nuevo curso, las salidas semanales con Adriana, mi obsesión por comprar CD’s y otras chucherías, ni el sueldo que tenía me alcanzaba. El señor me había dado una nueva responsabilidad, ya había rentado las propiedades de La Merced y de Carrillo, yo era el encargado de cobrar la renta, sólo que a veces se le olvidaba y no me pedía el dinero, empecé a tomar prestado de ahí para mis gastos. Por otro lado hacía un tiempo que ya no me revisaba la nómina, confiaba en que pagaba y descontaba cada centavo. Algunas prestaciones adicionales empezaron a aparecer, sólo que no llegaban a los destinatarios. Sabía que estaba haciendo mal, me sentía cucaracha, pero nada que no hubiera sentido antes.

Con los meses las cosas en efecto empezaron a cambiar, para disgusto de Adriana. Me veía con más frecuencia con Daniel, le platicaba de él. Cuando me preguntó de dónde lo conocía, le dije que era del grupo de amigos con los que me juntaba antes, cuando andaba con mi ex, en parte era cierto. Los sábados como ya iba a este curso no iba a verla, sólo nos veíamos entre semana cuando la acompañaba del trabajo a su casa. 

Cuando Adriana entró a trabajar también entró un chavo, Hubert, era maestro de baile y estaba más torcido que todos los gays que yo había conocido juntos, pero él juraba que era Hétero. La sorpresa fue cuando se hizo novio de Claudia. Empezó a invitarnos a todas las fiestas de XV años donde ponía la coreografía e íbamos en pareja, Claudia y él, Adriana y yo. La sorpresa mayor fue cuando nos dijeron que se iban a casar en noviembre, querían que Adriana y yo fuéramos sus padrinos de pastel.

Al avanzar en el curso sentí que empezaba a cambiar, me sentía más seguro, más desinhibido, más egoísta. Empecé a cambiar con Adriana, ya no le platicaba nada, nos quedábamos sentados afuera de su casa sin decirnos nada, yo ya no hacía el esfuerzo porque me gustara, por acercarme; ella me decía que me veía ausente que ya no era el mismo. Cansado de sus reproches, y al sentir que ya no la necesitaba, un día le dije que lo mejor era terminar. Yo sentía que a quién iba a extrañar más era a su mamá y a su hermano.

El problema es que seríamos padrinos de una boda, boda a la que por supuesto ya no iríamos juntos, me dijo que buscara el pastel y que ella me daría su parte, obvio nunca se la pedí, dinero me sobraba, aunque fuera mal habido.

martes, junio 29, 2021

SIEMPRE ME HABÍA GUSTADO EL RIESGO

La plantilla en la oficina nuevamente se había renovado. Era cierto que pocos eran los que le aguantábamos el genio al señor; eran también pocas las que aguantaban su acoso. Algunas eran despedidas porque terminaban cediendo, otras porque no cedían. A finales del año pasado había entrado a trabajar a la oficina una niña, Adriana, que desde los primeros días me hacía mucho la plática. Era de las pocas que se salvaba del acoso pues a la entrevista había llegado con su mamá, quién se la encargó mucho al señor. Además a esta chica la había escogido Sonia, ella que era de las pocas que había cedido y conservado su trabajo, ya conocía los gustos de su jefe y escogía a mujeres que no le representaran un peligro. Adriana era delgada, bajita, tenía cara simpática y muchas pecas, al jefe le gustaban las gordibuenas.
El sábado que fuimos todos al cine, ella estuvo muy pegada conmigo; los compañeros empezaron con las bromas de que yo le gustaba y quería conmigo.Con mis penas de amores recientes, empecé a aceptar su compañía. Un día me dijo que si la acompañaba a su casa, resulta que vivía muy cerca de la oficina. Como no tenía nada a que llegar temprano a la casa y en la esquina de donde ella vivía pasaba el transporte que yo tomaba, la acompañé. Después de ese día el acompañarla a su casa se hizo frecuente, casi diario. Conocí a su mamá, quien rápido me adoptó; a su papá, que me miraba con desconfianza, a sus hermanos, con el menor hice migas casi de inmediato.
El día de mi cumpleaños me organizó una cena en su casa, le había dicho que me encantaba la ensalada rusa con pollo y ese día le pidió a su mamá que me la preparara. Al salir de trabajar fuimos todos los compañeros a su casa en donde ya tenían preparado un pastel sorpresa, yo estaba abrumado con las atenciones, me estaba gustando, era algo a lo que me podía acostumbrar
Un domingo estaba lavando cuando sonó el teléfono en la casa, era él, Eduardo. Le contesté extrañado de que se apareciera después de tanto tiempo. Después del saludo y de las preguntas de cortesía, me dijo que llamaba a pedirme perdón. Que sabía que la había regado, que no entendía qué le había pasado, que me seguía queriendo, que lo intentáramos otra vez. Yo, que con mucho esfuerzo ya me había hecho a la idea de nunca más volverlo a ver; que ya estaba encaminado a mi cambio, a mi nueva vida; reaccioné con coraje a su llamada, a su impertinencia, a su destiempo, si me hubiera llamado antes...
Le dije que a mi esa última vez que hablamos me había quedado claro que ya no quería nada conmigo, y que ya lo había superado, mentí. Ante mi respuesta cambió el tono de su llamada y molesto me dijo que entonces por favor le devolviera sus cosas. Sus cosas eran un chaleco que alguna vez me había prestado y que, como olía a la loción que usaba, ya no le devolví y unas fotos suyas que traía en su mochila y yo le había quitado. Le dije que sus cosas ya las había quemado, en eso no mentí. Me reclamó que no tenía derecho y tal, le dije que estaba ocupado y le colgué. Nunca más supe de él.
Un día estábamos sentados afuera de casa de Adriana cuando salió su mamá, al vernos abrazados, preguntó si nosotros ya éramos novios o qué, nos reímos. Ese día le dije que si ya andábamos juntos como novios para todos lados, pues que ya lo fuéramos. Le advertí que yo había tenido una relación muy importante que recién se había terminado, que aun me dolía, que aun no “la” superaba, que fuéramos despacio, que me tuviera paciencia, ella aceptó. Ese día nos dimos nuestro primer beso, yo no sentí nada; supuse que sería cosa de acostumbrarse.
Pocos días después de tener novia, apareció de nuevo Daniel, Daniel el serio, Daniel el corredor. En todo ese tiempo que teníamos de conocernos me había llamado algunas veces para saludar, quedábamos en ponernos de acuerdo para vernos, pero nunca nos veíamos. Ese día me invitó a tomar un café el fin de semana, acepté.
Lo vi diferente, más seguro, más parlanchín, me dijo que tenía hambre y en lugar del café fuimos por unas hamburguesas. Después de cenar empezamos a caminar, recorrimos toda la Madero, de Villalongín al monumento y de regreso a catedral. Nos sentamos un rato en una banca. Me platicó que estaba tomando un curso “contranálisis” se llamaba; que le estaba sirviendo de mucho, que lo había hecho cambiar, le dije que en efecto lo notaba diferente.
Me dijo que tenía un vicio nuevo, la lectura y me dio un libro que traía acerca de este curso. Me pidió que lo leyera y que la próxima vez que nos viéramos lo platicábamos. Lo acepté solo por lo último que dijo, que íbamos a vernos una próxima vez. Podía sentir el peligro, sabía el riesgo que representaba el verlo, pero siempre me había gustado el riesgo.

lunes, junio 28, 2021

SÓLO QUERÍA QUE MORELIA ME SIGUIERA TRATANDO BIEN

Llegó la navidad, la última del milenio. Sería la cena de navidad de la empresa, yo tan enamorado como ya estaba, le pedí a Eduardo que me acompañara. Ya no me importaban las habladurías, estaba tan feliz que no me importaba enfrentar al mundo, si él estaba a mi lado. Le dije a Lis si alguien podía quedarse a dormir en la casa, le inventé que era un compañero foráneo, ella aceptó con recelo. Ese dia fuimos a la fiesta, les extraño que llevara a un amigo pero nadie dijo nada, me dieron un reconocimiento por mi antigüedad en la empresa y un premio por mi ascenso, todo fue más especial por estar él ahí conmigo.

Al  terminar la fiesta nos fuimos a casa, por primera vez dormiríamos juntos. Intentamos tener intimidad pero algo no salió bien, no supimos acoplarnos, sólo dormimos. Al dia siguiente se fue a casa de su papá muy temprano y quedo de pasar por mi a la hora de la comida para salir. Cuando llegó, mi hermana y su esposo habían salido; esperando que lo del día anterior hubiera sido sólo porque habíamos bebido de más, lo invité a pasar. Empezamos a besarnos, los besos hicieron efecto en su cuerpo, pero al tratar de tocarlo se apartó, me dijo que mejor nos fuéramos, que alguien podía llegar. Contrariado le dije que si eso era lo que quería, nos fuéramos. 

Fuimos al cine, después a caminar. Me dijo que ya casi salía de vacaciones, que un amigo suyo de la escuela lo había invitado a su pueblo y se iba a ir con él unos días, al notar mi molestia me dijo que su amigo tenía novia, que dejara mis celos. Al parecer había olvidado que cuando recién nos conocimos ya me había platicado de ese amigo, me había dicho que a veces tenía actitudes raras con él, aunque le dijera que no era gay; que cuando le platico a él de mí, se había hecho novio de otra compañera, como por despecho.

La semana que él no estuvo yo me enfermé, estuve un par de días ausente de la oficina, el día que me llamó apenas y podía hablar, no me llamó más en toda esa semana. Al volver le marqué y nos vimos, estaba diferente, más animado, me dijo que se la había pasado muy bien, que se había divertido mucho. Esa era la última vez que nos veríamos ese año, me había dicho que en las vacaciones iba a pasar unos días con su mamá y otros con su papá, que se le complicaría verme, también lo acepté. Le entregué el regalo que le había comprado, él no me había comprado nada. 

La navidad y el año nuevo la pasaríamos de nuevo con la familia de mi cuñado, pero esta vez la cena de navidad sería en nuestra casa. Con la sospecha de que algo raro pasaba con Eduardo, esa navidad no pude disfrutarla. La cena de año nuevo fue de nuevo en casa de la hermana de mi cuñado, recordando el oso que hice el año pasado quedándome dormido en el baño,  ni siquiera pude ahogar mi pena en alcohol.

En el trabajo nos dieron la noticia que nuevamente nos cambiaríamos de oficinas. Habían construido un edificio en donde estaríamos todos juntos, los de la oficina del centro y nosotros. Lo que significaba que ahora veríamos al señor todos los días, y a la chismosa de su asistente, se nos acabaría la fiesta. Aunque ya siendo contador el trato directo era con la señora, a quien ya me había ganado; era él quien firmaba los cheques, autorizaba los pagos y tenía la última palabra para todo. Ya habíamos tenido varias, muchas, diferencias pues desde que entró Elena, y siguiendo su consejo de nunca quedarme callado y contestar cuando sabía que yo tenía la razón; varias veces me había gritoneado y yo a él; sobre todo cuando álguien que no fuera él quería darme órdenes, yo no las obedecía y me acusaban con él; yo le decía siempre que para eso no se me había contratado, lo que lo hacía enojar aún más. Las compañeras decían que no entendían cómo me aguantaba y no me había corrido, que parecíamos padre e hijo; mejor perro, les decía siempre. 

A principios del 2000 nos cambiamos. El nuevo lugar no estaba mal, mi oficina era más amplia y tenía una enorme ventana que daba al patio, la anterior era un cuarto sin ventilación. Tendría que cambiar nuevamente de transporte y caminar unas cuadras, pero esta ruta no era tan concurrida, siempre alcanzaba lugar sentado. Con el cambio de oficina también nos cambiaron los horarios, ya no podíamos salir a comer todos juntos, teníamos que tomar turnos para que siempre hubiera alguien en la oficina, la buena noticia es que los sábados saldríamos a las 3, ya no trabajaríamos por las tardes. 

Se acostumbraba que a principios de año nos aumentaban el sueldo, esta era la primera vez que me tocaba a mi la junta con el señor para revisar salarios. Lo convencí de lo bien que trabajaba, de todo lo que hacía, de lo mucho que le había ahorrado al ya no necesitar a un auxiliar, logré que me autorizada un incremento de 150 pesos. Con este incremento me convertía en el que tenía el sueldo más alto de toda la oficina; más alto que el de Claudia, la de más antigüedad; más alto que el de Sonia, la chismosa de su asistente, su mano derecha, su tapadera. El me advirtió: “Así como vas a ganar te voy a exigir cabrón”, yo le dí el avión, ya había aprendido a darle el avión y él ya aceptaba que le diera el avión, “Siempre terminas haciendo lo que te da tu chingada gana, patrón”, me decía.

Ese, nuestro primer sábado en las nuevas oficinas, decidieron que saldríamos a comer todos juntos y después al cine para celebrar, yo dije que no iría. Había quedado de verme con Eduardo. Desde que se acabaron las vacaciones le había estado llamando para vernos y siempre me daba evasivas, ese día al fin lo vería.

Al medio día entró una llamada a mi extensión, era él. Estábamos decidiendo a dónde queríamos ir o lo que queríamos hacer cuando se cortó la llamada. Le volví a marcar sin éxito, lo seguí intentando hasta que entró la llamada. Me contestó molesto, le dije que se había cortado, me dijo que no, que él había colgado. Extrañado le pregunté porqué. Se soltó diciéndome que ya estaba harto, que siempre era lo mismo, que nunca podíamos ponernos de acuerdo, que me tenía que sacar las palabras. Me recordó esa ocasión que me había llamado cuando se fue con su amigo, que yo solo estaba callado y no le decía nada; le dije que apenas y podía hablar por mi infección de garganta; me dijo que eran pretextos, que ya no me aguantaba; le dije que entonces ya no me llamara; me dijo si yo creo que mejor aquí la dejamos; pues aquí la dejamos, le dije y ahora le colgué yo.

Salí de mi oficina fúrico y le dije a mis compañeros que siempre sí iría con ellos a celebrar. A pesar de todo nos divertimos. Al volver tomé el mismo transporte que tomaba Claudia, el que nos dejaba a ambos cerca de nuestras casas. En el camino íbamos platicando de lo bien que lo habíamos pasado, recordamos cuando yo entré a trabajar, me dijo que le había caído mal, le dije que ella a mi también, porque se creía la jefa. Caímos en cuenta que éramos los únicos que quedábamos de aquel tiempo. Pasamos a nuestra vida privada, le dije que andaba sufriendo por amores, me dijo que por eso ella estaba mejor sola. En tono de broma dijimos que ya que nos llevábamos tan bien, deberíamos empezar a salir juntos, para hacernos compañía. 

Aunque el comentario había sido en broma, la idea se quedó dando vueltas en mi cabeza. Ya me había dado cuenta de que el tema con los hombres era muy complicado, ya estaba cansado de buscar, de conocer  gente, de pasar por lo mismo una y otra vez, de creer haber encontrado a la persona adecuada, sólo para decepcionarme de nuevo al poco tiempo.

Llegó el día de la boda de Diana, yo fui acompañado de una compañera de otra sucursal, se decía que yo le gustaba así que la invite y aceptó. Esa fue la última vez que vi a Roberto, él fue solo. Se sorprendió al verme llegar acompañado de una mujer, pero lo entendió. "La gente en Morelia es muy de apariencias" se decía, como te ven te tratan. Yo estaba decidido a cambiar, a dejar atrás lo que yo había decidido creer era una etapa de experimentación. Yo sólo quería dejar de sufrir, yo sólo quería cumplir finalmente con lo que se esperaba de mi, yo sólo quería que Morelia me siguiera tratando bien.

viernes, junio 25, 2021

INSEGURIDADES MÍAS

Después de semejante vergüenza decidí alejarme de los bares y los antros y volver a las cartas. Esta vez cometí un error, en lugar de rentar el mismo apartado postal de la vez pasada, renté uno en la oficina de correos cerca de la casa. Supongo que el cartero huevón de nuestra zona al ver un apartado postal contratado con nuestra dirección, decidió meter ahí toda la correspondencia, incluso la que iba dirigida a nuestra casa. Nos enteramos el día que Lis fue a la oficina de correos, pues hacía semanas que no recibíamos correspondencia, ni los recibos de los servicios. Cuando llegué a comer encontré en mi cama un enorme bonche de cartas con mi nombre. Me sentí descubierto. Lis no me cuestionó el motivo por el cual había contratado un apartado postal, ni quiénes eran todos esos que me escribían; pero supongo lo sospechó, después me enteraría que sí. Tampoco supe si se había quedado con alguna carta y la había leído.  Al día siguiente fui a cancelar el apartado postal. A los chavos con los que ya me escribía les di la dirección de la casa, y decidí ya no escribirme con nuevos.
Una mañana al llegar al trabajo estaban ahí los señores, encerrados en la oficina de Elena, al parecer les había renunciado, mi corazón se aceleró. Al poco rato salió el señor, me pidió que fuera a la oficina, yo lo dudé, las compañeras que estaban enteradas de la promesa de Elena, me alentaron a que fuera. Elena les había dicho que ese era su ultimo dia y que no le iba a entregar el puesto a nadie más que a mi; el señor me dijo que le recibiera, todavía me puse mis moños. Le dije que si esta vez si era en serio, que quería el mismo sueldo de Elena, como hacía la nómina con ella ya sabía cuánto ganaba; él me dijo que sí, si a todo. Elena les pidió que nos dejaran solos, la señora no quería pero al parecer el problema había sido con ella, así que el señor la sacó de la oficina.
No había mucho que entregarme, tenía meses capacitándome; me dio las chequeras, la documentación que tenía a resguardo, las contraseñas de ingreso al sistema, el contacto del contador y se fue. Por la tarde llegó el señor y me dijo que la señora no estaba muy convencida de que yo me quedara con el puesto, pero que le echara ganas y él me iba a apoyar, que al día siguiente fuera a ver al contador para que me explicara bien lo que tenía que hacer. Así me convertí en el contador de la empresa, tendría mi propia oficina privada y pasaría de ganar 720 a 950 al mes.

Con el aumento de sueldo me alcanzó para comprarme una TV, mi primer TV y para contratar TV por cable, además hice el intento de volver a la escuela, investigué de nuevo lo de la prepa abierta e hice los trámites, pero todo seguía igual de complicado al poco tiempo lo volví a abandonar. Con la TV por cable mi horizonte se amplió, conocí a “Will and Grace”, me enamoré de Pacey en “Dawson`s Creek”. Descubrí MTv y mi horizonte musical también se amplió, más CDs por comprar. Por cable había mas variedad de series y películas muchas con personajes gays totalmente diferentes, personajes gays que tenían una familia, que eran aceptados, que tenían una relación en la que se tomaban de la mano y caminaban por la calle, que hacían más cosas que tener sexo. La esperanza se renovó en mí, quizá si existía la posibilidad de tener una relación como la que yo quería, quizá es que aun no encontraba al indicado.
Ya había aprendido que una relación así no iba a encontrarla en los bares o en antros, me daba pavor pensar que me encontrara a alguien conocido, me aterrorizaba que al estar con alguien en buen plan, una sombra del pasado se apareciera y le dijera que yo era como zapato nuevo, que aflojaba con alcohol. Sólo me quedaban los candidatos con los que tenía comunicación por carta, decidí empezar a conocerlos. 
Había un chavo de Guadalajara que me invitaba a ir a visitarlo, como ya había cumplido un año en el trabajo ya tenía vacaciones, decidí ir. El viaje me  sirvió para conocer la ciudad, pero el encuentro fue un fiasco, lo que me contaba en sus cartas no tenía nada que ver con la realidad. Vivía recordando sus glorias pasadas cuando tuvo un club de fans de Caifanes y conoció a Saúl. El tipo era mucho mayor y así se veía, no tenía trabajo, yo tuve que pagar todo, en estos tiempos calificaría de chavo ruco. Lo único que pagó fue el café que me invitó en una “cita romántica” donde me regaló una rosa, contrató una canción con un trío y me declaró su amor. Al preguntarme si podía darme un beso, le tuve que dejar claro que “solo estaba viendo, gracias”. Al menos me divertí recorriendo Guadalajara, obviamente nunca más volví a escribirle. 
En agosto conocí a dos chavos de Morelia. El que conocí primero, Daniel, era un poco mayor que yo, como 4 años, era ingeniero egresado del Tecnológico, era un poco serio, penoso. El día que nos conocimos caminamos por toda la ciudad, resulta que su pasatiempo favorito era correr y caminar. Para no quedar mal le dije que a mi también me encantaba caminar, aunque el esfuerzo físico era algo que me sigue provocando alergia. Después de la primera cita intercambiamos teléfonos para estar en contacto, yo siempre daba el teléfono del trabajo, pasó mucho tiempo para que me contactara de nuevo.
El segundo que conocí, Eduardo, era menor que yo, como dos años. Estudiaba la licenciatura en Historia en la Michoacana. Vivía con su mamá, pero los fines de semana a veces se quedaba con su papá, quien ya tenía otra familia y coincidentemente vivía en una colonia aledaña a la mía. Era muy divertido, ocurrente, tenía unos ojos negros brillantes que me cautivaron desde la primera vez.
Como les vi posibilidades, y pensé que si no era con uno sería con el otro, decidí terminar con la relación que tenía. Era un doctor, Juan Víctor; varios, muchos años mayor que yo, al que veía con frecuencia. Aunque ya habíamos salido a comer y al cine, cada salida siempre acababa en su departamento de soltero, nunca me lo dijo pero yo tenía la sospecha de que estaba casado. Para mi, que desde entonces el sexo era un requisito a cumplir y no una finalidad como tal, aceptaba que ese era el precio que tenía que pagar por su compañía.
El día que conocí a Eduardo nos vimos para comer, aunque ninguno de los dos comió. Me dejó en el trabajo para irse a la escuela y quedó de pasar por mí a la hora de la salida, las horas se me hicieron eternas. Al salir ya estaba ahí, en la plaza frente a la oficina esperando por mí, me sentí emocionado como quinceañera. Como no decidíamos a donde ir, sugirió que camináramos; al parecer caminar era la actividad de moda, para mi infortunio. Llegamos a un jardín, me dijo era su favorito, nos sentamos en una banca a platicar, a conocernos. Ese día empecé a fumar otra vez, con él. Estuvimos ahí un buen rato hasta que decidimos irnos, aunque ninguno de los dos quisiera, pero ya faltaba poco para que dejara de pasar el transporte. Quedamos de vernos al día siguiente. 
Nos vimos todos los días de esa semana y quedamos de salir el sábado. Ese día caminábamos por el bosque Cuauhtémoc después de ir por un café, cuando pasamos por un lugar oscuro y solitario, de pronto se detuvo, me detuvo, se acercó a mi y me besó. No era ese mi primer beso, ni era la primera vez que besaba a un hombre, pero si era el primer beso con alguien por quien empezaba a sentir algo, vi estrellitas y fuegos artificiales. Quizá este cuente como el primer beso de amor verdadero, ése que romperá mi hechizo, el hechizo de no encontrar aún al indicado, pensé.  
Después de ese dia me hice adicto a sus besos con sabor a marlboro lights y halls de mora azul; buscábamos cualquier lugar oscuro, cualquier jardín, cualquier rincón escondido para besarnos, para tocarnos, disfrutaba la suavidad de sus labios, la forma en que su lengua juguetona exploraba el interior de mi boca, me encantaba como me abrazaba, como me pegaba a su cuerpo, como recorrían sus manos mi espalda bajando mucho más allá de la misma; hasta que recordábamos que estábamos en un lugar público y alguien podía vernos, entonces nos separábamos y seguíamos caminando, entre risas de complicidad. 
Con la necesidad de un contacto más íntimo le sugerí que entráramos a la oficina, generalmente yo era el último que salía pues era el que ponía la alarma, nadie llegaba después. Esa noche nos encerramos y le dimos rienda suelta a nuestro deseo recíproco. La incomodidad del lugar hizo que no pasáramos de tocarnos mutuamente. Aunque para mi eso había sido suficiente, sospeché que él esperaba algo más, se mostró molesto. Pero al no decirme nada, supuse que sólo eran inseguridades mías.

jueves, junio 24, 2021

LA ZORRA EN LA PELICULA GRINGA DE ADOLESCENTES

La noticia de Roberto y su enfermedad se regó como pólvora, como todos sabían que era mi amigo empezaron las dudas sobre mí. No se sabía que saliera con alguien, quizá yo también era joto, como él, se decía. Aquí me sirvió la anécdota con Diana para callar las habladurías. Claudia, a quien le llegaban las preguntas por ser cercana a mí, se encargaba de repetir que en una ocasión le había entregado un 21, con todo y que tenía novio; aunque ya para entonces Diana estaba comprometida, tenía fecha para la boda y pronto dejaría de trabajar, el marido ya no iba a dejarla. Contrataron a dos chavas, una para suplir a Diana y otra para suplir a Roberto, por un tiempo yo fui el único hombre en la oficina. 

Con el cambio de locación el ambiente en la oficina se relajó. Aunque me quedaba un poco más lejos y tuve que cambiar de ruta de transporte, la parte positiva fue que la señora sólo iba por las mañanas y al señor como ya no le quedaba de paso iba en muy contadas ocasiones. Las chicas nuevas se integraron rápidamente; una vez a la semana nos poníamos de acuerdo para ir a comer todos juntos a casa de uno de nosotros. Cuando tocó ir a mi casa les hice de comer croquetas de atún con espagueti, quedaron fascinadas con mi buen sazón. Los sábados también nos turnábamos para llevar el desayuno, a media mañana para botanear con churros o papitas y por la tarde para merendar un café con galletas o pan. 

En casa las cosas empezaban a cambiar. Mi cuñado agarraba la jarra todos los sábados, cuando yo llegaba ya llevaba media botella de tequila él solo, al principio le aceptaba las cubas, después me daba pena con mi hermana. Un día llegó ya muy tarde y muy pasado de cucharadas, se puso agresivo y empezó a discutir con mi hermana, me despertaron los gritos, después los golpes en la puerta de mi cuarto. Al salir vi a mi hermana en el sillón temblando y llorando, mi cuñado estaba fuera de sí reprochándole no sé cuánta cosa; diciendo que toda mi familia pensaba que era muy poca cosa para ella, porque vivíamos en casa de mi cuñado y él no era capaz de comprarle una casa. Dijo que ya se iba a ir, que la iba a dejar yo le dije que se fuera pero que no regresara. 

Se fue y me quedé consolando a mi hermana, sin saber bien qué decirle, le hice un té. Al día siguiente yo me salí; al volver ya estaban juntos, como si nada; me molesté, no quería ver eso otra vez, no quería ser parte de eso otra vez. Mi sobrino empezaba a caminar  y ya andaba con la andadera por todos lados, yo tenía que guardar mis cosas, ya me había roto dos perfumes.

Al irse Roberto se había ido también mi compañero de fiesta, aunque me costó empecé a salir por mi cuenta los sábados, los lugares ya los conocía, y compañía siempre encontraba, aunque fuera de un rato. En una de esas le acepté la invitación al compañero de trabajo que nos habíamos encontrado en el antro, Pedro. Fuimos a bailar y me sugirió ir a su casa, no me gustaba para llegar a tanto. La mayoría no me gustaba para llegar a tanto, no eran lo que yo andaba buscando. Yo quería una relación, algo a largo plazo, un compañero, alguien con quien ir al cine, a tomar un café, alguien para platicar, y quizá después irnos a vivir juntos, como dicen ya traía el vestido de novia en la cajuela. Lo que encontraba y parecía que abundaba eran las relaciones casuales, los encuentros de una noche. Pensando que quizá siendo gay era lo único a lo que se podía aspirar, me dedique por un tiempo a eso, a las relaciones casuales. 

Mi primer faje había sido por despecho, la noche en que besé a Roberto y él me rechazó; alguien más se me acercó y empezó de mano larga, yo ya tomado y resentido le seguí el juego, terminamos, literalmente, en un lote baldío al lado del antro. En otra salida conocí a Alejandro en un bar, un maestro de primaria. Empezamos a cruzar miradas cada uno en su mesa, después brindando a la distancia con nuestras cervezas, hasta que en una de esas que regresaba del baño se sentó en mi mesa. Platicamos y hubo química, resultó que vivíamos por el rumbo y se ofreció a llevarme a mi casa. En toda la noche no habíamos hablado de sexo y ya me llevaba a mi casa, parecía que éste era el bueno. Llegamos y me dijo que si no quería ir a conocer donde vivía, que podíamos pasarla bien, al voltear a verlo vi que ya tenía el asunto de fuera. Sorprendido, e incapaz de hacerle la grosería de negarme a tan amable invitación,  le dije si después me traería de vuelta, me dijo que sí y nos fuimos a su casa. 

No estuvo mal, nada mal, pero al volver a casa me dio por bañarme, reflejo de cómo me sentía. Esa había sido mi primera vez, a mis 21 años. A pesar de lo bien que lo pasé me sentía sucio, culpable. Por mi educación cristiana siempre pensé que mi primera vez sería estando enamorado, con el amor de mi vida. Había pecado doble, primero por haberlo hecho con un hombre y segundo por haberlo hecho sin estar enamorado. A los pocos días Alejandro me llamó para vernos, quedó de pasar por mi al salir del trabajo, fuimos a otro bar. Me dijo que fuéramos a su casa para repetir, le dije que yo buscaba otro tipo de relación, me dijo que no creía en el noviazgo, el compromiso y esas cosas. Alguien se acercó a saludarlo y me lo presentó, se llamaba Erick, un Doctor residente. Alejandro se fue y me dejó con su amigo. 

Erick y yo platicamos y nos caímos bien, no tenía teléfono pues rentaba un cuarto en una casa de huéspedes pero me dio su “Biper” para mandarle un mensaje y vernos de nuevo. Salimos varias veces y parecía que todo iba bien. En una ocasión fuimos de antro y nos encontramos con Alejandro, Erick le dijo que estábamos saliendo; estuvieron hablando solos y coincidentemente esa noche Erick me sugirió quedarme en su cuarto, yo acepté. Había tomado tanto que no recuerdo lo que pasó esa noche, sólo recuerdo que me levanté varias veces a vomitar al baño. 

Al día siguiente Erick me dijo que se iba a tener que ausentar de la ciudad, que no sabía hasta cuando pero que él me buscaba cuando volviera. Le pregunté si todo estaba bien, me dijo que su amigo Alejandro le había contado que se había echado un “buen palo” conmigo, que “me recomendaba”; pero que, a juzgar por lo que había pasado en la noche, se había equivocado. No pregunté que había pasado, qué había o no había hecho. Avergonzado y humillado me fui a mi casa, sintiéndome la zorra en la película gringa de adolescentes.

miércoles, junio 23, 2021

EL CIELO SE SEGUÍA NUBLANDO

Pasaron los días y la nueva contadora, Elena, se integró al grupo; también se saltó la regla de no convivir con el resto. Me costaba  reconocer que no me caía mal. Iba del DF donde hasta hace poco trabajaba, era irreverente, simpática, desinhibida, sincera, no se tomaba nada en serio. Nos contó que no pensaba durar mucho ahí, que había aceptado el trabajo pues su hermana se lo había ofrecido, pero que el señor le caía mal “welcome to the club”... Cuando le tuve la confianza suficiente le platiqué que el puesto me lo habían ofrecido a mí, pero que no me lo dieron por dárselo a ella. Entre bromas me dijo ahora entiendo porque me odiabas cuando llegué, y me prometió que cuando se fuera yo sería quien se quedaría en su lugar, lo dijo con tanta seguridad que se lo creí. Al poco tiempo empecé a ayudarle también a ella por las tardes, a escondidas. Me dijo que esa era mi capacitación.
Con las cartas no me iba nada bien, ya había conocido a varios pero no se concretaba nada, además las cartas tardaban hasta dos semanas en llegar, incluso las que iban dentro de la misma ciudad. Un día creí conocer al indicado, se llamaba José Abraham, por algo que me explicó pero no recuerdo le gustaba que le llamaran “Jazz”, yo prefería llamarlo Abraham. Estudiaba Derecho y nadie sabía de sus preferencias, ni en su casa, ni sus amigos. Le gustaba dibujar, a mi me gustaba Garfield, me dibujó un Garfield que decoró mi cuarto las semanas que estuvimos en contacto. Nos vimos varios días en las bancas de la plaza de armas, hasta que nos citamos para salir un fin de semana. Fuimos al cine, vimos “Armageddon”, Bruce Willis fue mi crush por varios años. Le pedí su teléfono para estar en contacto, me dijo que no le gustaba darlo pero que como mi voz sonaba varonil me lo daría, pero que sólo le llamara si era muy necesario. Salimos por varios fines de semana más, hasta que un día no llegó a nuestra cita. Le llamé un par de ocasiones pero no lo encontré en su casa. Se esfumó y con él el Garfield que me había dibujado, que acabó en la basura. 
Después de que Roberto y yo nos sinceramos, le platiqué de Abraham, le dije que era con él con quien me había visto en aquella ocasión y que, así como llegó, desapareció. Me dijo que no me preocupara, que hombres sobraban, le dije que me los presentara, cosa que hizo. Empezamos a salir los sábados de antro, me enseñó los lugares de ligue de la ciudad, eran relativamente pocos, recuerdo “La Rojas” en el centro; el “Boy`s” en la salida a Pátzcuaro, el café del teatro Ocampo, el bar del hotel Florida en la Avenida Morelos, y las bancas de la plaza de armas, así como las de el jardín de las rosas, pero estas últimas eran sólo para "obvias", no debía ir ahí. En uno de esos antros nos encontramos a otro compañero del trabajo, al parecer era cierto los hombres como nosotros abundaban. Ya con unas cervezas encima se me quitaba lo tímido y lo romántico, tuve algunos acercamientos con uno que otro chavo, cosas de una noche.
Con la convivencia con Roberto noté que me estaba ilusionado con él. Supongo que era normal, estábamos todo el día juntos, salíamos los fines de semana, me estaba enseñando a aceptar mis gustos, a ser yo. Y aunque no me gustaba mucho físicamente, me sentía bien estando con él. Sin embargo, cuando le tocaba el tema de ser algo más que amigos, lo evadía y me hablaba de lo guapo que era el mensajero, o el chico que acababa de entrar al laboratorio, o los hijos del señor que ya estaban en edad de merecer, o el compañero que nos habíamos encontrado en el antro y ahora me invitaba a salir.
El fin de semana de día de muertos me invitó a su pueblo. El plan era el sábado irnos de antro, quedarnos en su casa y el domingo muy temprano irnos a su pueblo. Pensé que si ese fin de semana no pasaba algo entre nosotros, jamás pasaría; y sí, algo pasó. A Lis le dije que iría a Janitzio con los del trabajo de fin de semana, aunque ya hubiese pasado el día de muertos. El sábado mientras bailábamos me acerqué e intenté besarlo, me correspondió una vez y después el rechazo. Contrariado, molesto y ofendido en mi orgullo me porté cortante el resto de la noche, de no haber avisado en casa que no llegaría a dormir, habría cancelado el plan. Esa noche al llegar a su casa descubrí que no vivía solo, compartía departamento con una amiga, se sinceró conmigo. Me contó que ese departamento se lo había heredado a él y a su amiga su pareja, quien había fallecido hacía poco. Me confesó que había fallecido de complicaciones por SIDA y que él también estaba contagiado. Me dijo que por esa razón no podía haber nada entre nosotros, por mucho que lo deseara. Agradecí su honestidad, sintiéndome cucaracha, nada que no hubiera sentido antes...
Llegamos super cansados pues sólo dormimos un poco en el autobús. Su mamá ya nos tenía listo el desayuno, preparado en un fogón de leña. Era verdad que sus padres vivían alejados de la civilización, no tenían TV. Roberto me enseñó su cuarto, su colección de casettes y la grabadora que era su distracción. Después de desayunar tomamos una siesta escuchando a Pet Shop Boys y Cher, sus artistas favoritos. Por la tarde fuimos por leña al campo y su mamá nos hizo café, hacía frío y pronto volveríamos a Morelia. Yo no pude disfrutar el viaje, estaba ausente, no dejaba de pensar en la información que recién acababa de recibir, no sabía como asimilarla.
Después de ese día Roberto empezó a enfermar y a ausentarse del trabajo. A las pocas semanas lo despidieron, supuestamente por sus inasistencias. Lo seguí viendo algunas ocasiones en que quedamos para comer juntos y la última vez en la boda de Diana, después le perdí la pista. Mucho tiempo después me encontré con la amiga con la que vivía y me dijo que ella ya tampoco lo veía, que se había regresado a su pueblo, desahuciado. Una tarde el señor me dijo que "ya le estaban buscando reemplazo a mi amigo, que a ver si no me había contagiado", entonces comprendí el verdadero motivo de su despido, los rumores de su enfermedad habían llegado a los oídos de mi jefe, lo odié más.
Esa navidad, mi primer navidad en Morelia fue especial. La ciudad se lleno de luces, los centros comerciales estaban llenos de adornos, juguetes, dulces. Lis puso el árbol de navidad, donde puse el regalo de mi sobrino. Fue una navidad fría, como según yo debían ser las navidades. La navidad y año nuevo la pasamos en casa de la hermana de mi cuñado, como mi vida laboral, amorosa y amistosa estaba medio complicada, me había dado por emborracharme a la menor provocación. Esa navidad toqué fondo, me quede dormido en el piso del baño de la casa de la anfitriona, después de haber regresado la cena. Para la cena de año nuevo ya tuve que comportarme.
Por esas fechas nos dieron la noticia de que nos cambiaríamos de oficina. Los señores habían comprado una casa en La Loma y rentarían donde estábamos ahora, nos mudábamos a la sucursal de Carrillo. El cielo se seguía nublando.

martes, junio 22, 2021

LA VIDA ES UNA TÓMBOLA

Un día llegó el señor echando chispas y se encerró en la oficina con la contadora, le pidió a su auxiliar que saliera. Los gritos se escuchaban hasta afuera. Al poco rato salió la contadora enojada azotando la puerta, la habían corrido. Claudia nos dijo que eso pasaba siempre, así corrían a la gente, de un momento a otro, que no nos confiáramos. La auxiliar ahora se quedaría en lugar de la contadora.

Nosotros no teníamos mucho trato con ellas, su oficina era la única que siempre tenía la puerta cerrada y al parecer tenían prohibido relacionarse con los demás, por la confidencialidad de la información que manejaban. Eso nos contó a Roberto y a mí la auxiliar. Cuando la dejaron sola le dijeron que le darían el mismo sueldo que la contadora y le contratarían ayuda. A la fecha ninguna de esas cosas había pasado. Por esa razón ya no le importaba saltarse la instrucción de no relacionarse con los demás. Yo empecé a llevarme muy bien con ella y como siempre se quejaba de que tenía mucho trabajo, y yo tenía mucho tiempo libre, le ayudaba por las tardes, a escondidas. Así me enteré de que había un despacho externo que veía lo de los impuestos y la nómina, ella solo hacía lo que se conocía como “talacha”.

Por mi parte había empezado a intercambiar cartas con contactos de las revistas, para eso había rentado un apartado postal en la oficina de correos del centro, no quería que la correspondencia llegara a la casa y Lis la descubriera, no estaba preparado aun para ser descubierto. En ocasiones quedaba de verme con alguien a la hora de la comida y no iba a comer a la casa. Un día al volver de una de esas citas, me dijo Roberto muy serio que quería hablar conmigo. Me dijo que me había visto sentado en las bancas de la plaza de armas platicando con alguien; nervioso le dije que si, que era un amigo. Me dijo “sólo como comentario” que esas bancas las utilizaba la gente “de ambiente” (así se nos les decía entonces) para ligar; que no me sorprendiera si alguien se confundía, se me acercaba y pasaba lo mismo que con Diana, nos reímos, yo de nervios; no sabía eso, con todo y que para eso las estaba utilizando yo también.

El tiempo voló y llegó septiembre. El 16 cayó en domingo por lo que el sábado 15 trabajamos sólo medio día. Planeamos irnos a comer todos juntos para celebrar la independencia, y nuestra tarde libre. Roberto no quería ir, le insistí hasta que aceptó. Fuimos a “El último tren” una especie de cantina famosa, donde pagabas la bebida y te daban botanas hasta hartarte, nos cooperamos para comprar una botella. Al calor de los tequilas y motivado por el ambiente, por lo a gusto que me sentía platicando con Roberto, le dejé entrever “mi condición”, su reacción fue reírse y decirme que ya lo sabía, pues estaba en la misma condición. Yo no me esperaba eso, creo que como mi membresía era relativamente nueva, aún no me activaban el radar, el "gaydar". Brindamos y desde ese día nos convertimos, en compañeros de trabajo, amigos, confidentes  y cómplices.

A las pocas semanas la escena de la contadora se repitió. Un sábado por la tarde el señor llegó enojado a encerrarse con la de contabilidad. Al poco rato salió y se acercó a mi lugar, me preguntó si yo había estudiado contabilidad, le dije que sí. Me dijo que "la vieja esa" había renunciado, que si quería quedarme con su puesto, le pregunté si con aumento de sueldo, me dijo que si, acepté. Me dijo que el lunes me entregaban el puesto pues no había querido quedarse ni a terminar la quincena. Ese fin de semana no dormí de la emoción, un ascenso en tan poco tiempo. Ya había planeado lo que haría con el incremento de sueldo.

El lunes hasta llegué más temprano, sólo para decepcionarme en ayunas. Ya estaban el señor y la señora, encerrados en la oficina de contabilidad, le estaban entregando el puesto a la que se iba a quedar en su lugar. Al salir nos presentaron a la nueva contadora. Antes de irse el señor se me acercó y me dijo que le siguiera echando ganas, que yo estaba bien ahí, que ya saldría algo después. Iluso de mí, pensé que al menos recibiría una explicación. Con el tiempo nos enteramos de que la nueva era hermana de una empleada de una de las tiendas, empleada que se rumoreaba había tenido sus queberes con el señor, iba bien recomendada, no podía competir yo con eso.

Los sábado eran días de fiesta. Los señores se iban al rancho por lo que al no estar el gato...Desde temprano el mensajero iba por el desayuno, las tortas de carnitas, de mole con arroz o los días de quincena de "El Mago". Al medio día los gaspachos o los churros con crema y queso.

El personal del laboratorio fotográfico hacía limpieza de sus máquinas y todo el día nos ambientaba poniéndonos música de Pancho Barraza, La Banda Cuisillos, La Pequeños, El Recodo, La Banda el Limón y ya por la tarde de Arjona. Como nosotros éramos "los de la oficina" ellos también hacían la limpieza de nuestros lugares los días lunes.

Un lunes no nos dejaron entrar pues aun no terminaban con la limpieza. Roberto y yo nos quedamos en la oficina de la señora platicando con Diana y Claudia, hasta que nos dijeron que ya podíamos pasar. Al entrar a nuestra oficina casi me voy de espaldas al ver quién estaba terminando de hacer el aseo. Era Mariela. La misma Mariela de la florería, la que se creía dueña, la que me iba a despedir si faltaba  otra vez. Me vio y pude notar también la sorpresa en su rostro, pero mientras el mío reflejaba orgullo, el suyo lucía apenado. Platicamos brevemente de las coincidencias y tal; ese día, me dijo, empezaba a trabajar en la tienda; como era su primer día la habían mandado a hacer la limpieza de todas las áreas a ella sola.

No pude evitar pensar en las vueltas que da la vida, ella que en una vuelta se había sentido superior a los demás, superior a mí, por tener un mejor puesto; en esta vuelta estaba frente a mi exprimiendo del trapeador el polvo de las suelas de mis zapatos, mi yo soberbio se infló como guajolote. En una de esas eso le pasaría a la nueva contadora, a la que me había agandallado el puesto; finalmente, pensé, la vida es una tómbola.

lunes, junio 21, 2021

POCO DURÓ MI CONFIANZA

Ese lunes me presenté puntual, este lugar estaba mucho más cerca de la casa y entraba media hora más tarde que en los trabajos anteriores, todo pintaba súper bien. Ese día éramos tres los nuevos, Diana que iba para secretaria; Roberto, y yo que éramos los que estaríamos a prueba, uno de nosotros sería el elegido. El lugar resulto ser la casa de los dueños, en la parte del frente tenían una sucursal de la tienda y unas oficinas. En una oficina estaba la señora y las dos secretarias, Claudia y Diana, en otra estaríamos Roberto y yo, y en la otra estaba la contadora y su asistente. El señor sólo se paraba por ahí a veces cuando llegaba a comer, no teníamos que verlo a diario, otra buena noticia.
Claudia nos explicó lo que íbamos a hacer. La tienda tenía sucursales en Michoacán y Guanajuato, en total 16, incluyendo las de Morelia. Roberto y yo recibiríamos el sobrante del papel fotográfico que utilizaban en todas las sucursales, y teníamos que revisar que coincidiera con las listas de lo que habían reportado como utilizado y cobrado. Si había diferencias se les cobraban a los empleados por lo que había que ser meticuloso. Yo iba a revisar las tiendas foráneas pues mandaban información una vez a la semana, lo que me daría tiempo para realizar los reportes que mes a mes se le entregaban al señor, yo iba a hacer esos reportes ya que tenía estudios de computación. Roberto haría lo propio con las tiendas locales, que enviaban información diariamente.
El trabajo era sumamente sencillo, pero rudimentario; todo se hacía a mano, hasta los reportes. Como Claudia y yo congeniamos desde los primeros días, le pedí que me prestara su computadora para hacer los reportes. Al finalizar julio tuve mi primer junta con el señor, para presentar resultados. Le entregué los reportes ya hechos en computadora y hasta unas gráficas. Con la indiferencia de siempre apenas y vio mi trabajo y me dijo con su risa burlona que estaban bonitos mis dibujitos. Aguantándome el coraje por sentirme de nuevo menospreciado, le dije que si podían darme una computadora para que ya hiciera todo así, que sería más rápido, me dijo que luego lo veíamos. Le comenté también lo que me había dicho del incremento, ya había pasado más de un mes, me dijo también que luego lo veíamos.
Nuevamente con sentimientos encontrados, sentí que ese había sido mi examen y que, a pesar de lo inexpresivo del señor, lo había pasado. Estaba confiado en que me iban a elegir a mí, que era yo el que se iba a quedar. Además tenía el apoyo de Claudia, aprovechando que cuando me lo proponía podía ser encantador,  me había empeñado en hacer buenas migas con ella ya que era la de más antigüedad y fungía de las veces de encargada de la oficina, cuando no estaba la señora. 
Un día al llegar a la oficina me encontré con la sorpresa de que ya tenía una computadora en mi escritorio, al parecer mi trabajo si le había convencido al señor. Mi sorpresa creció al llegar esa quincena y ver en mi nómina un incremento, aunque el importe no era mucho para mi lo importante es lo que representaba, estaba haciendo las cosas bien. Claudia posteriormente nos informó que íbamos a quedarnos Roberto y yo, que el señor había decidido que yo iba a ser como una especie de encargado, Roberto me entregaría sus resultados y yo se los presentaría. Las cosas no podían ir mejor. Le agradecí a Dios y juré que iba a portarme bien esta vez; que le iba a echar ganas; que cuidaría mi trabajo para durar años; que iba a contener mis arranques, mis impulsos; que soportaría las groserías y desplantes del señor; que me iba a quedar callado cuando tratara de regañarme. Demasiadas promesas para tenerlas presentes, y sobre todos cumplirlas.
Con los meses formamos un buen equipo, Roberto y yo teníamos muchas cosas en común, nos gustaba la misma música, él era de Guanajuato y me contaba del lugar donde nació, una comunidad alejada de la civilización, similar a donde había nacido yo, nos hicimos amigos después de haber estado en competencia. Claudia a veces podía ser muy intensa y tomar muy en serio su papel de encargada, por lo que a veces chocaba con Roberto y con Diana, yo era el que quedaba mediando. 
Al Volver de comer Diana tenía la costumbre de preguntarme ¿Qué me trajiste? Yo le entregaba, en tono de broma, la envoltura del hall´s que traía en la boca, un recibo o cualquier cosa que trajera a mano; un día le entregué un boleto del camión. Pocas horas pasaron antes de que ya se había hecho un escándalo en toda la oficina, y la tienda. Claudia llegó y me dijo que ya se sabía que Diana me gustaba. Yo sin entender de que hablaban mandé a Roberto a investigar. Todo había sido por lo del boleto que le di.
Resulta que existía la costumbre de que, si al sumar la numeración que traía el boleto el resultado era 21, le podías dar ese boleto a quien te gustaba y con eso la persona que lo recibía estaba obligad@ a darte un beso. El boleto que le di a Diana al parecer sumaba 21. Le dije a Roberto que no tenía ni idea de eso, en mi pueblo no había camiones, ¿Cómo iba  a saber de esos rituales de apareamiento?. Me dijo que se lo aclarara a Diana pues estaba entre halagada y ofendida, pues tenía novio. Le aclaré las cosas a Diana pero nunca, durante el tiempo que trabajamos juntos, pude quitarle de la cabeza la idea de que me  gustaba y le había pedido un beso, cosa que posteriormente utilicé a mi favor.
Con la tranquilidad de tener un trabajo estable y un sueldo quincenal, empecé a atender mi vida personal. Al pasear por los portales llenos de ambulantes me había encontrado con varios puestos de periódicos, puestos en donde ya había visto revistas de “esas”. Un domingo armándome de valor repetí la técnica aplicada años antes cuando compré mi primer revisar porno; me paré en un puesto a ver todas las revistas, esperando que no hubiera nadie alrededor y me compré una que guardé inmediatamente en mi mochila. Era tiempo de buscar a otros como yo, era tiempo de buscar pareja. Confiaba en que con el tiempo iba a encontrar el valor para confesarle a Lis mis preferencias; confiaba en que por el tamaño de la ciudad aquí iba a ser más fácil conocer a alguien; poco duró mi confianza.

viernes, junio 18, 2021

VIEJO MAMON

Esta vez no le conté a Lis mis planes, temía que no los aprobara. Sólo llegué un día diciéndole que había renunciado y que iba a empezar a buscar trabajo otra vez; me apoyó, no le quedaba de otra.
En esta ocasión volví a la búsqueda de trabajo como capturista o auxiliar contable. La prepa donde estuve era una “Academia comercial” en donde se estudiaban carreras técnicas; después de dos años uno salía con el título de secretaria ejecutiva o contador privado. La nuestra había sido la primera generación de esa escuela que, además de la carrera, estudiando un año más y llevando otras materias, saldría también con el certificado de preparatoria. Siendo Alejandro hermano de la directora y habiendo yo estudiado los dos años en la escuela, me dijo que podía tramitar mi título de Contador Privado; obviamente se saltarían otros requisitos como el servicio social y las prácticas, nimiedades. Le mandé mis papeles y las fotos. Ahora ya podía poner en mi solicitud que tenía la carrera de contador privado con título en trámite, de algo serviría, pensaba.
En la práctica no sirvió de mucho, iba a las entrevistas pero me decían que no tenía experiencia, que en los trabajos anteriores había durado muy poco y no estaban relacionados con lo que solicitaba; ni siquiera los tomaban en cuenta. Las semanas pasaban. Había tenido que pedirles a mis padres me mandaran dinero pues no tenía nada ahorrado y ya habían llegado los recibos de los servicios. Me tuve que aguantar el sermón y el “Si no te está yendo bien puedes regresar, no tienes que andar dando molestias”.
Entre tantas entrevistas fui a una en donde solicitaban “Auxiliar Administrativo” no sabía bien lo que era eso, pero al menos no parecía estar relacionado con ventas. Me presenté puntual. Era una tienda de artículos fotográficos que curiosamente estaba sobre Miguel Silva, a escasas dos cuadras de la florería. Me tuvieron esperando casi una hora pues el dueño, “el señor”, estaba ocupado, empezamos mal. Finalmente me pasaron y empezó la entrevista. El señor estaba buscando a alguien que le supiera a las computadoras, al archivo, y esas cosas, quería un hombre pues las “viejas” eran muy delicadas y no duraban. Vio mi solicitud, me vio a mí y empezó a ponerme peros: No era de la ciudad y tenía poco viviendo ahí, ¿Quién le garantizaba que no me iba a querer regresar a mi rancho? No tenía experiencia ¿Cómo quería trabajar de algo que nunca había hecho? Estaba muy chavo, soltero y sin obligaciones ¿Cómo sabía que si iba a aguantar en el trabajo? Tenía una carrera de Contador Privado ¿Por qué no buscaba trabajo de eso? 
Para finalizar me pasó una sumadora y me dijo que le hiciera unas cuentas. Gracias a mis clases de mecanografía en la prepa-academia tenía agilidad en los dedos y me sabía de memoria el teclado; gracias a mis clases de computación también me había memorizado el teclado numérico. Hice las operaciones sin quitar la vista de la hoja y sin ver mis dedos, noté que eso le sorprendió, pero en lugar de reconocerlo hizo una mueca de burla. Me pidió que hiciera una factura, la hice; me pidió que sacara el  porcentaje de unos importes, con la sumadora lo hice.
Me dijo que, de llegar a quedarme con el trabajo, iba a tener un horario de lunes a sábado de 9:30 a 8:00 con dos horas de comida, que el sueldo sería de $650.00 al mes con opción de incremento, que se pagaban las prestaciones de ley. Además se iban a contratar a prueba dos personas para el puesto, al mes se decidiría quien se quedaba. Terminó la entrevista con el ya tan bien conocido “Te llamamos”.
Salí de la entrevista con un mal sabor de boca, con sentimientos encontrados. El trabajo sonaba bien, el sueldo era bueno; hasta ese momento lo de las prestaciones sólo lo había visto en clases en la escuela, pero tener aguinaldo, seguro y vacaciones no sonaba nada mal, además era algo relacionado a lo que había estudiado. Por el otro lado el dueño era nefasto, prepotente, grosero, naco, todo el tiempo me habló como burlándose de mí, como demeritándome, como haciéndome sentir menos. Anticipándome a que no me contratarían, y para no sentirme decepcionado al no recibir la llamada prometida, mi yo susceptible me dijo: que feo sería trabajar todos los días con un tipo así.
Un día Lis escucho en la radio "Stereo Mía", que solicitaban personal en Coca Cola, me dijo que fuera, era la Coca Cola; ante su insistencia fui. El trabajo era para “operario de producción”, obrero en términos llanos. Estábamos más de 100 personas en un cuarto donde nos hicieron exámenes. Después de los exámenes nos separaron a los que salimos mejor y nos aplicaron otros exámenes. En los tiempos de espera entre una prueba y otra se comentaba entre los que ya habían pasado por el proceso anteriormente, o los que conocían gente que ya trabajaba ahí, que el trabajo era en una fábrica, que era pesado pues se rolaban turnos y había que trabajar de mañana, tarde o noche y en ocasiones sábados y domingos.
Mi yo perezoso me dijo que no quería trabajar en fines de semana, además la idea de un trabajo como esos para mí era progresar, ir escalando, ahí no parecía que fuera a ser así. Al final del día nos llamaron a unos pocos y nos dijeron que teníamos que presentarnos al día siguiente en la planta para hacernos exámenes físicos. Fui a los exámenes físicos, como no tenía tatuajes, no tomaba, no usaba drogas, salí bien en general; únicamente comentaron que tenía un poco desviada la columna, nada de cuidado. Nos dijeron que teníamos que volver para una plática donde nos explicarían en qué consistía el trabajo, se hablaría de sueldo, prestaciones, horarios y nos dirían cuando empezar. Camino de vuelta a casa analizaba las cosas, me preguntaba si eso era lo que quería, si era a lo más que podía aspirar, ya casi tenía un mes sin trabajo, aun así no quería darme por vencido, tenía miedo de conformarme, de acomodarme.
Llegué a casa aun sin saber bien qué iba a decir, sobre todo al entrar y ver la cara de Lis emocionada preguntándome cómo me había ido. Le dije que me habían hecho los exámenes físicos, que me habían descartado por tener la columna desviada y no poder levantar cosas pesadas, eso había dicho el médico. Si, le mentí; si, me sentí una cucaracha; pero nada que no hubiera sentido antes. Notablemente decepcionada me dijo que tenía un recado, que me habían llamado de lo que era al parecer una tienda de fotografía, que habían dejado un teléfono y un nombre para que me comunicara. 
Incrédulo y nervioso marqué. Si, era de la tienda de fotografía. Pregunté por “el señor”, me lo comunicaron. Le dije mi nombre, como era de esperarse no supo quién era yo; le dije que me habían llamado por lo del trabajo y se acordó. Me dijo que me presentara el próximo lunes, 18 de Junio, en la sucursal que estaba frente al Templo de la Merced, ahí estaba la oficina de su esposa “La señora”. Tenía que preguntar por Claudia y ella me iba a decir qué tenía que hacer.
Ya tenía trabajo, después de un mes. Estaba tan emocionado que hasta olvidé lo que había sentido en la entrevista, después lo volvería a recordar. Pero en ese momento me olvidé de la primera impresión que me había dado “el señor”, ese viejo mamón.

jueves, junio 17, 2021

LA FLORERIA

Con mi nula experiencia en la búsqueda de trabajo y todo lo relacionado, pensé que con tener un mes de experiencia en un trabajo sería suficiente para que se me considerara en otro, y que sería igual de rápido que la primera vez. Con el paso de los días me empecé a dar cuenta que no era así. Todos los días salían anuncios e iba a entrevistas, entrevistas que no pasaban del “nosotros te llamamos”. 
Se acabó la primer semana y aun no tenía nada, para la siguiente semana bajé mis estándares y empecé a llamar para aplicar a cosas más sencillas. Vi un anuncio donde solicitaban auxiliar de tienda, me presenté. El negocio era una florería de plantas artificiales que se encontraba en la esquina de Miguel Silva y Aquiles Serdán, en el centro. El dueño tenía también contra esquina una tienda de figuras de cerámica, en donde en la compra de la figura daban clases de pintura gratuitas.
El trabajo consistía en estar en la caja de la tienda de cerámica cobrando, y ayudar en lo que se requiriera. Pagaban $400.00 al mes, una fortuna comparado con mi sueldo anterior y había la posibilidad de un aumento dependiendo del desempeño; se trabajaba de lunes a sábado de 9 a 8 con dos horas de comida, era para empezar el 1 de marzo. Acepté sin pensarlo. El día que empecé a trabajar resultó que habían contratado a otro chavo, seríamos dos. Uno de nosotros tendría que acompañar al dueño al DF a surtirse de mercancía, y le tocaría un bono por ese trabajo; por suerte eligieron al otro para eso, la idea de viajar al DF no me agradaba para nada.
Rogelio era cuñado del dueño y era el encargado de la tienda de cerámica, algo así como mi jefe directo. Era el creativo quien se encargaba de hacer arreglos florales, y de dar las clases de pintura. El chavo era muy buena onda, nada que ver con el dueño quien siempre andaba de malas, gritando y acelerado. Se rumoraba que le hacía a las drogas y que tenía problemas con su esposa porque tenía “gustos raros”. Frecuentemente discutían enfrente de todos, se decía que estaban juntos sólo por los negocios y por el niño de reconciliación; el hijo de 5 años que habían tenido esperando que se resolvieran sus problemas. En la tienda también estaban frecuentemente el otro hijo del dueño, Cristian, y su novia Lizbeth, en estos tiempos ambos serían “NINIS”. Lizbeth empezó a dar clases de pintura también, aunque Rogelio decía que su único talento era ser la novia de su sobrino. En la florería estaba la esposa del dueño, hermana de Rogelio, quien se encargaba de la administración de los dos negocios y tenía una asistente que era su mano derecha, Mariela, quien se creía también dueña y era como la enemiga en común de todos los demás empleados.
El trabajo me gustaba, empecé a llevarme bien con los compañeros, los sábados no íbamos a nuestras casas a comer y comprábamos para comer todos juntos ahí en la tienda. El chavo que contrataron junto conmigo, Daniel, vivía en la misma colonia y nos íbamos juntos a la hora de la salida. Después del mes de trabajo llegó mi súper aumento de 50 pesos. El sueldo me alcanzó para comprarme ropa, un mejor Walkman,  y hasta el casete original del re-encuentro de mecano “Ana, José, Nacho” que escuchaba sin descanso. Al cine ya no había vuelto, con todo y lo mucho que platicaban de una película buenísima que estaba en cartelera “Titanic”, Rogelio dijo que ya la había visto como 5 veces pues su esposa estaba fascinada; la idea de ir sólo al cine no me agradaba mucho. En casa empecé a pagar los servicios y compraba frecuentemente leche y pan para cenar, ya no me sentía un arrimado.
Semanas después le tocó a Daniel su primer viaje al DF. Al volver me contó que era demasiado pesado, iban y volvían de madrugada y el trabajo consistía en acompañar al dueño a las compras, y cargar y descargar la camioneta con todo lo que se comprara. Al parecer lo había hecho bien y el dueño estaba muy contento con él, por lo que ya lo llevaba y traía a todos lados. 
En esos días fue la “Expo Feria Michoacán 1998” y fui con Daniel y con otros compañeros, mi primera vez en una feria  tan grande, nada que ver con la del pueblo. Al volver a nuestras casas, ya con unas cervezas encima, Daniel me dijo que me envidiaba pues yo me la llevaba más tranquilo, que el bono que le daban no era tanto como para la “chinga” que se llevaba, que el dueño si era medio raro y de repente se le insinuaba, que estaba pensando en renunciar. Mi yo egoísta pensó en cómo me iba a afectar si él renunciaba, yo no estaba dispuesto a hacer su trabajo.
Un día estaba en la caja y se me hizo fácil tomar mi mochila para cambiar un billete por monedas, en eso iba entrando el dueño y lo único que vio fue como tomaba un billete y lo metía en mi mochila; no me dijo nada pero por su expresión me di cuenta de lo que parecía que estaba haciendo. El día de pago la esposa del dueño y Mariela hablaron conmigo. Me dijeron lo que el dueño había visto, les expliqué lo que estaba haciendo y me dijeron que me creían, pero que para evitar mal entendidos, ya no iba a estar en caja. En mi lugar pondrían a Lizbeth quien ya iba a estar de tiempo completo en la tienda, yo ayudaría a Rogelio a quien se le iba a juntar el trabajo pues se acercaba el día de las madres y tenía que hacer muchos arreglos; además me iba a ir con el dueño al DF en su próximo viaje pues Daniel había renunciado y sólo estaría hasta fin de quincena.
El trabajo ya no me agradó, mi yo rencoroso ya no veía de la misma forma al dueño, a su esposa, a Mariela, a Lizbeth. Con todo y eso Rogelio descubrió la sensibilidad y creatividad que tenía escondidas y me tomó como su pupilo, me enseñó a hacer los arreglos y hasta dejó que los hiciera a mi gusto, me dijo que pasando el día de las madres me enseñaría a pintar la cerámica, Lizbeth me veía recelosa. Ese 10 de mayo fue domingo y nos dijeron que íbamos a tener que trabajar, se esperaba que se vendieran muchos arreglos, los arreglos que habíamos estando haciendo toda esa semana. 
Mi descontento en el trabajo aumentaba, Lizbeth ahora que estaba en caja se creía otra dueña y ya había tratado de darme órdenes, órdenes que no obedecí, ya me  había acusado con su novio y su suegro. Tampoco quería trabajar en domingo, y mucho menos irme de viaje con el dueño, no tanto por el viaje, o por sus gustos “raros”, con lo que no comulgaba era con la idea de cargar y descargar. Mi yo soberbio me decía que una cosa era trabajar de auxiliar de tienda, otra muy diferente era terminar de cargador, eso era para gente sin estudios. Sentía que así iba a empezar y que cuando menos me diera cuenta ya iba a estar de vendedor en una tienda, como mi hermano. No me había ido tan lejos para terminar como mi hermano, estaba a tiempo para retomar el camino, para buscar algo relacionado con lo que había estudiado;  para mí mis estudios, con todo e inconclusos, no eran poca cosa. Decidí no ir a trabajar ese domingo.
El lunes Mariela habló conmigo, molesta trató de regañarme por no haberme presentado el domingo, me dijo que se me iba a descontar el día y que a la próxima me iban a despedir. En un arranque muy de los míos le dije que esa era mi última semana, que renunciaba, lo que la molestó aún más. La esposa del dueño habló después conmigo  y me dijo que al menos fuera al viaje con su esposo, que les diera unos días en lo que contrataban a alguien más. Yo le dije que ya Mariela me había dicho que me iban a despedir a la próxima, y que les quería ahorrar el trabajo. Supongo que algo le dijeron pues esos últimos días Mariela se portó más seca y cortante conmigo. Me daba igual yo ya me iba, ya tenía mes y medio en ese trabajo, ya había tenido suficiente de La florería.

miércoles, junio 16, 2021

MI LUGAR

Lo de que llegando tenía que buscar trabajo no era broma, al día siguiente al despertar Lis ya me tenía el periódico, listo para empezar la búsqueda. Yo pensaba que iba a tener el resto de la semana para aclimatarme, para instalarme, me equivoqué. Afortunadamente este periódico, “La Voz de Michoacán”, traía muchos más anuncios, empecé a marcar los que según yo podía hacer con mi certificado de capturista de datos y mis 4 semestres de la carrera técnica de contador privado. Lis los revisó y me dijo cuáles podían ser fraudulentos, cuáles estaban demasiado lejos, cuáles estaban en zonas poco accesibles; a los que quedaron empecé a llamar por teléfono.
Conseguí algunas entrevistas y ella me acompañó para enseñarme como moverme en la ciudad. Se llegó la hora de comer por lo que volvimos a la casa, aún tenía otra entrevista por la tarde. Mi cuñado por su trabajo estaba ausente toda la semana, sólo llegaba los sábados por la tarde y el lunes por la mañana se volvía a ir. Lo iba a conocer hasta el sábado. Le había agradado la idea de que con mi presencia Lis no estaría sola toda la semana, por eso había aceptado que me fuera a vivir con ellos.
Por la tarde después de comer nos fuimos a mi última entrevista del día. Era en la Vasco de Quiroga, en la calle de Ordenanzas, era una casa. Pensando en que quizá la dirección estaba equivocada, toqué dudoso el timbre. Salió un chavo de máximo 25 años, el trabajo si era ahí, él sería mi jefe. 
Me explicó que se dedicaba a capturar en computadora trabajos y tesis de sus compañeros de la escuela, que ahora ya era más conocido por lo que lo empezaban a buscar de otras escuelas, por lo que a pesar de que ya tenía a una persona que le ayudaba, necesitaba contratar otra. Me hizo una prueba de escritura para ver mi rapidez, la pasé me dio el trabajo.
Iba a trabajar de Lunes a Sábado de 9 a 6, saldría a comer de 2 a 4. El sueldo sería de $30.00 a la semana. Para mi estaba bien, aun no sabía qué iba a hacer, se supone que iba a buscar escuela, lo importante por el momento era conseguir un trabajo para obtener experiencia, para tener algo que poner en mi solicitud. Estaba feliz pues en mi primer día de búsqueda, había encontrado trabajo. 
Ese sábado conocí a mi cuñado, Lis podría haber conseguido algo mejor, pensé. Comentamos que ya había encontrado trabajo, que ambos le íbamos al América, me ofreció un tequila, parecía que nos llevaríamos bien.
El trabajo era algo aburrido, lo único que hacía era transcribir, con el paso de los días empecé a pensar que podía conseguir algo mejor. Lo platiqué con Lis y estuvo de acuerdo, el sueldo era muy poco, no podía ser algo a largo plazo. Al cumplir el mes le di las gracias a Luis, mi jefe, y le dije que iba a buscar algo de medio tiempo porque quería estudiar. Lo lamentó y me dijo que si más adelante quería regresar le llamara. Nunca lo hice.
Ese primer trabajo me sirvió para perderle el miedo a la ciudad, para tener algo de dinero y salir esos primeros fines de semana a explorar, para ir a conocer las plazas comerciales, para ir al centro y recorrer los portales llenos de ambulantes, para ir por primera vez en mi vida al cine, vi “IN & OUT”. Todo lo que había visto hasta ese momento me había gustado, estaba entusiasmado, parecía que ahí si me iba a asentar, parecía que al fin había encontrado mi lugar.