miércoles, junio 30, 2021

AUNQUE FUERA MAL HABIDO

Decidido a continuar con mi cambio, hice caso omiso al tropezón que había tenido al ver a Daniel, como quien está a dieta y un día peca al comerse una dona. Como la prepa no se me había dado, decidí empezar un curso de Inglés, era fanático de las canciones en este idioma y me había propuesto entenderlas y cantarlas, no solo washa-washarlas. Para los de nuevo ingreso sólo había en el horario de 8 a 9 de la mañana de lunes a viernes, me inscribí con todo y que eso implicaba madrugar. Al pasar los meses descubrí que aquello se me daba, saque excelentes calificaciones al término del bimestre.

Lo que no se me estaba dando era lo del cambio, por más besos y abrazos que me daba con Adriana no llegaba a acostumbrarme. Las salidas eran de lo mejor, íbamos al cine, a caminar por el centro, algunos domingos iba a desayunar con ella, su familia ya era como mía, pero con ella seguía sin sentir nada. Me seguían gustando los hombres, los que veía en la TV, los que encontraba en la calle, algunos con los que trabajaba, otros de las clases de inglés, hasta su hermano menor si hubiera tenido unos dos años más. Deseaba que hubiera alguna forma de borrar ese gusto de mi cabeza, deseaba que hubiera alguna terapia que con choques eléctricos consiguiera que sintiera aversión por ellos, pero estaban hasta en mis sueños, incluso en los húmedos.

Me acordé de Daniel y de su curso, me dijo que ese curso lo había cambiado quizá con eso cambiaba yo también. Le llamé con el pretexto de devolverle su libro y quedamos de vernos. Aquello sonaba más a secta que a curso, no me dijo más que el lugar y la hora, dijo que no podía decir más, pues no hablar del curso era parte del curso; sólo que tenía que llevar dinero para mi acceso. Me recordó a “The fight club”, decidí intentarlo. 

Ese sábado me presenté en la torre financiera a la hora indicada, después de pagar mi acceso me entregaron un gafete y me dijeron que buscara un asiento. A los pocos minutos salió alguien a darnos la bienvenida y después todos empezaron a gritar, yo no entendía nada. Al finalizar la sesión nos explicaron de qué iba el curso y las reglas. Había que hacer un ejercicio todo los días y asistir a las sesiones semanales. Si un día se nos olvidaba hacer el ejercicio o si un día faltábamos a la sesión, teníamos que empezar de nuevo. Garantizaban que después de pocas semanas empezaríamos a vernos y sentirnos diferentes y que al terminar el curso, después de 9 meses, los cambios serían definitivos. 

¿Qué podía perder?, más que dinero. Con estos gastos, el curso de inglés, este nuevo curso, las salidas semanales con Adriana, mi obsesión por comprar CD’s y otras chucherías, ni el sueldo que tenía me alcanzaba. El señor me había dado una nueva responsabilidad, ya había rentado las propiedades de La Merced y de Carrillo, yo era el encargado de cobrar la renta, sólo que a veces se le olvidaba y no me pedía el dinero, empecé a tomar prestado de ahí para mis gastos. Por otro lado hacía un tiempo que ya no me revisaba la nómina, confiaba en que pagaba y descontaba cada centavo. Algunas prestaciones adicionales empezaron a aparecer, sólo que no llegaban a los destinatarios. Sabía que estaba haciendo mal, me sentía cucaracha, pero nada que no hubiera sentido antes.

Con los meses las cosas en efecto empezaron a cambiar, para disgusto de Adriana. Me veía con más frecuencia con Daniel, le platicaba de él. Cuando me preguntó de dónde lo conocía, le dije que era del grupo de amigos con los que me juntaba antes, cuando andaba con mi ex, en parte era cierto. Los sábados como ya iba a este curso no iba a verla, sólo nos veíamos entre semana cuando la acompañaba del trabajo a su casa. 

Cuando Adriana entró a trabajar también entró un chavo, Hubert, era maestro de baile y estaba más torcido que todos los gays que yo había conocido juntos, pero él juraba que era Hétero. La sorpresa fue cuando se hizo novio de Claudia. Empezó a invitarnos a todas las fiestas de XV años donde ponía la coreografía e íbamos en pareja, Claudia y él, Adriana y yo. La sorpresa mayor fue cuando nos dijeron que se iban a casar en noviembre, querían que Adriana y yo fuéramos sus padrinos de pastel.

Al avanzar en el curso sentí que empezaba a cambiar, me sentía más seguro, más desinhibido, más egoísta. Empecé a cambiar con Adriana, ya no le platicaba nada, nos quedábamos sentados afuera de su casa sin decirnos nada, yo ya no hacía el esfuerzo porque me gustara, por acercarme; ella me decía que me veía ausente que ya no era el mismo. Cansado de sus reproches, y al sentir que ya no la necesitaba, un día le dije que lo mejor era terminar. Yo sentía que a quién iba a extrañar más era a su mamá y a su hermano.

El problema es que seríamos padrinos de una boda, boda a la que por supuesto ya no iríamos juntos, me dijo que buscara el pastel y que ella me daría su parte, obvio nunca se la pedí, dinero me sobraba, aunque fuera mal habido.

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