viernes, junio 18, 2021

VIEJO MAMON

Esta vez no le conté a Lis mis planes, temía que no los aprobara. Sólo llegué un día diciéndole que había renunciado y que iba a empezar a buscar trabajo otra vez; me apoyó, no le quedaba de otra.
En esta ocasión volví a la búsqueda de trabajo como capturista o auxiliar contable. La prepa donde estuve era una “Academia comercial” en donde se estudiaban carreras técnicas; después de dos años uno salía con el título de secretaria ejecutiva o contador privado. La nuestra había sido la primera generación de esa escuela que, además de la carrera, estudiando un año más y llevando otras materias, saldría también con el certificado de preparatoria. Siendo Alejandro hermano de la directora y habiendo yo estudiado los dos años en la escuela, me dijo que podía tramitar mi título de Contador Privado; obviamente se saltarían otros requisitos como el servicio social y las prácticas, nimiedades. Le mandé mis papeles y las fotos. Ahora ya podía poner en mi solicitud que tenía la carrera de contador privado con título en trámite, de algo serviría, pensaba.
En la práctica no sirvió de mucho, iba a las entrevistas pero me decían que no tenía experiencia, que en los trabajos anteriores había durado muy poco y no estaban relacionados con lo que solicitaba; ni siquiera los tomaban en cuenta. Las semanas pasaban. Había tenido que pedirles a mis padres me mandaran dinero pues no tenía nada ahorrado y ya habían llegado los recibos de los servicios. Me tuve que aguantar el sermón y el “Si no te está yendo bien puedes regresar, no tienes que andar dando molestias”.
Entre tantas entrevistas fui a una en donde solicitaban “Auxiliar Administrativo” no sabía bien lo que era eso, pero al menos no parecía estar relacionado con ventas. Me presenté puntual. Era una tienda de artículos fotográficos que curiosamente estaba sobre Miguel Silva, a escasas dos cuadras de la florería. Me tuvieron esperando casi una hora pues el dueño, “el señor”, estaba ocupado, empezamos mal. Finalmente me pasaron y empezó la entrevista. El señor estaba buscando a alguien que le supiera a las computadoras, al archivo, y esas cosas, quería un hombre pues las “viejas” eran muy delicadas y no duraban. Vio mi solicitud, me vio a mí y empezó a ponerme peros: No era de la ciudad y tenía poco viviendo ahí, ¿Quién le garantizaba que no me iba a querer regresar a mi rancho? No tenía experiencia ¿Cómo quería trabajar de algo que nunca había hecho? Estaba muy chavo, soltero y sin obligaciones ¿Cómo sabía que si iba a aguantar en el trabajo? Tenía una carrera de Contador Privado ¿Por qué no buscaba trabajo de eso? 
Para finalizar me pasó una sumadora y me dijo que le hiciera unas cuentas. Gracias a mis clases de mecanografía en la prepa-academia tenía agilidad en los dedos y me sabía de memoria el teclado; gracias a mis clases de computación también me había memorizado el teclado numérico. Hice las operaciones sin quitar la vista de la hoja y sin ver mis dedos, noté que eso le sorprendió, pero en lugar de reconocerlo hizo una mueca de burla. Me pidió que hiciera una factura, la hice; me pidió que sacara el  porcentaje de unos importes, con la sumadora lo hice.
Me dijo que, de llegar a quedarme con el trabajo, iba a tener un horario de lunes a sábado de 9:30 a 8:00 con dos horas de comida, que el sueldo sería de $650.00 al mes con opción de incremento, que se pagaban las prestaciones de ley. Además se iban a contratar a prueba dos personas para el puesto, al mes se decidiría quien se quedaba. Terminó la entrevista con el ya tan bien conocido “Te llamamos”.
Salí de la entrevista con un mal sabor de boca, con sentimientos encontrados. El trabajo sonaba bien, el sueldo era bueno; hasta ese momento lo de las prestaciones sólo lo había visto en clases en la escuela, pero tener aguinaldo, seguro y vacaciones no sonaba nada mal, además era algo relacionado a lo que había estudiado. Por el otro lado el dueño era nefasto, prepotente, grosero, naco, todo el tiempo me habló como burlándose de mí, como demeritándome, como haciéndome sentir menos. Anticipándome a que no me contratarían, y para no sentirme decepcionado al no recibir la llamada prometida, mi yo susceptible me dijo: que feo sería trabajar todos los días con un tipo así.
Un día Lis escucho en la radio "Stereo Mía", que solicitaban personal en Coca Cola, me dijo que fuera, era la Coca Cola; ante su insistencia fui. El trabajo era para “operario de producción”, obrero en términos llanos. Estábamos más de 100 personas en un cuarto donde nos hicieron exámenes. Después de los exámenes nos separaron a los que salimos mejor y nos aplicaron otros exámenes. En los tiempos de espera entre una prueba y otra se comentaba entre los que ya habían pasado por el proceso anteriormente, o los que conocían gente que ya trabajaba ahí, que el trabajo era en una fábrica, que era pesado pues se rolaban turnos y había que trabajar de mañana, tarde o noche y en ocasiones sábados y domingos.
Mi yo perezoso me dijo que no quería trabajar en fines de semana, además la idea de un trabajo como esos para mí era progresar, ir escalando, ahí no parecía que fuera a ser así. Al final del día nos llamaron a unos pocos y nos dijeron que teníamos que presentarnos al día siguiente en la planta para hacernos exámenes físicos. Fui a los exámenes físicos, como no tenía tatuajes, no tomaba, no usaba drogas, salí bien en general; únicamente comentaron que tenía un poco desviada la columna, nada de cuidado. Nos dijeron que teníamos que volver para una plática donde nos explicarían en qué consistía el trabajo, se hablaría de sueldo, prestaciones, horarios y nos dirían cuando empezar. Camino de vuelta a casa analizaba las cosas, me preguntaba si eso era lo que quería, si era a lo más que podía aspirar, ya casi tenía un mes sin trabajo, aun así no quería darme por vencido, tenía miedo de conformarme, de acomodarme.
Llegué a casa aun sin saber bien qué iba a decir, sobre todo al entrar y ver la cara de Lis emocionada preguntándome cómo me había ido. Le dije que me habían hecho los exámenes físicos, que me habían descartado por tener la columna desviada y no poder levantar cosas pesadas, eso había dicho el médico. Si, le mentí; si, me sentí una cucaracha; pero nada que no hubiera sentido antes. Notablemente decepcionada me dijo que tenía un recado, que me habían llamado de lo que era al parecer una tienda de fotografía, que habían dejado un teléfono y un nombre para que me comunicara. 
Incrédulo y nervioso marqué. Si, era de la tienda de fotografía. Pregunté por “el señor”, me lo comunicaron. Le dije mi nombre, como era de esperarse no supo quién era yo; le dije que me habían llamado por lo del trabajo y se acordó. Me dijo que me presentara el próximo lunes, 18 de Junio, en la sucursal que estaba frente al Templo de la Merced, ahí estaba la oficina de su esposa “La señora”. Tenía que preguntar por Claudia y ella me iba a decir qué tenía que hacer.
Ya tenía trabajo, después de un mes. Estaba tan emocionado que hasta olvidé lo que había sentido en la entrevista, después lo volvería a recordar. Pero en ese momento me olvidé de la primera impresión que me había dado “el señor”, ese viejo mamón.

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