jueves, junio 17, 2021

LA FLORERIA

Con mi nula experiencia en la búsqueda de trabajo y todo lo relacionado, pensé que con tener un mes de experiencia en un trabajo sería suficiente para que se me considerara en otro, y que sería igual de rápido que la primera vez. Con el paso de los días me empecé a dar cuenta que no era así. Todos los días salían anuncios e iba a entrevistas, entrevistas que no pasaban del “nosotros te llamamos”. 
Se acabó la primer semana y aun no tenía nada, para la siguiente semana bajé mis estándares y empecé a llamar para aplicar a cosas más sencillas. Vi un anuncio donde solicitaban auxiliar de tienda, me presenté. El negocio era una florería de plantas artificiales que se encontraba en la esquina de Miguel Silva y Aquiles Serdán, en el centro. El dueño tenía también contra esquina una tienda de figuras de cerámica, en donde en la compra de la figura daban clases de pintura gratuitas.
El trabajo consistía en estar en la caja de la tienda de cerámica cobrando, y ayudar en lo que se requiriera. Pagaban $400.00 al mes, una fortuna comparado con mi sueldo anterior y había la posibilidad de un aumento dependiendo del desempeño; se trabajaba de lunes a sábado de 9 a 8 con dos horas de comida, era para empezar el 1 de marzo. Acepté sin pensarlo. El día que empecé a trabajar resultó que habían contratado a otro chavo, seríamos dos. Uno de nosotros tendría que acompañar al dueño al DF a surtirse de mercancía, y le tocaría un bono por ese trabajo; por suerte eligieron al otro para eso, la idea de viajar al DF no me agradaba para nada.
Rogelio era cuñado del dueño y era el encargado de la tienda de cerámica, algo así como mi jefe directo. Era el creativo quien se encargaba de hacer arreglos florales, y de dar las clases de pintura. El chavo era muy buena onda, nada que ver con el dueño quien siempre andaba de malas, gritando y acelerado. Se rumoraba que le hacía a las drogas y que tenía problemas con su esposa porque tenía “gustos raros”. Frecuentemente discutían enfrente de todos, se decía que estaban juntos sólo por los negocios y por el niño de reconciliación; el hijo de 5 años que habían tenido esperando que se resolvieran sus problemas. En la tienda también estaban frecuentemente el otro hijo del dueño, Cristian, y su novia Lizbeth, en estos tiempos ambos serían “NINIS”. Lizbeth empezó a dar clases de pintura también, aunque Rogelio decía que su único talento era ser la novia de su sobrino. En la florería estaba la esposa del dueño, hermana de Rogelio, quien se encargaba de la administración de los dos negocios y tenía una asistente que era su mano derecha, Mariela, quien se creía también dueña y era como la enemiga en común de todos los demás empleados.
El trabajo me gustaba, empecé a llevarme bien con los compañeros, los sábados no íbamos a nuestras casas a comer y comprábamos para comer todos juntos ahí en la tienda. El chavo que contrataron junto conmigo, Daniel, vivía en la misma colonia y nos íbamos juntos a la hora de la salida. Después del mes de trabajo llegó mi súper aumento de 50 pesos. El sueldo me alcanzó para comprarme ropa, un mejor Walkman,  y hasta el casete original del re-encuentro de mecano “Ana, José, Nacho” que escuchaba sin descanso. Al cine ya no había vuelto, con todo y lo mucho que platicaban de una película buenísima que estaba en cartelera “Titanic”, Rogelio dijo que ya la había visto como 5 veces pues su esposa estaba fascinada; la idea de ir sólo al cine no me agradaba mucho. En casa empecé a pagar los servicios y compraba frecuentemente leche y pan para cenar, ya no me sentía un arrimado.
Semanas después le tocó a Daniel su primer viaje al DF. Al volver me contó que era demasiado pesado, iban y volvían de madrugada y el trabajo consistía en acompañar al dueño a las compras, y cargar y descargar la camioneta con todo lo que se comprara. Al parecer lo había hecho bien y el dueño estaba muy contento con él, por lo que ya lo llevaba y traía a todos lados. 
En esos días fue la “Expo Feria Michoacán 1998” y fui con Daniel y con otros compañeros, mi primera vez en una feria  tan grande, nada que ver con la del pueblo. Al volver a nuestras casas, ya con unas cervezas encima, Daniel me dijo que me envidiaba pues yo me la llevaba más tranquilo, que el bono que le daban no era tanto como para la “chinga” que se llevaba, que el dueño si era medio raro y de repente se le insinuaba, que estaba pensando en renunciar. Mi yo egoísta pensó en cómo me iba a afectar si él renunciaba, yo no estaba dispuesto a hacer su trabajo.
Un día estaba en la caja y se me hizo fácil tomar mi mochila para cambiar un billete por monedas, en eso iba entrando el dueño y lo único que vio fue como tomaba un billete y lo metía en mi mochila; no me dijo nada pero por su expresión me di cuenta de lo que parecía que estaba haciendo. El día de pago la esposa del dueño y Mariela hablaron conmigo. Me dijeron lo que el dueño había visto, les expliqué lo que estaba haciendo y me dijeron que me creían, pero que para evitar mal entendidos, ya no iba a estar en caja. En mi lugar pondrían a Lizbeth quien ya iba a estar de tiempo completo en la tienda, yo ayudaría a Rogelio a quien se le iba a juntar el trabajo pues se acercaba el día de las madres y tenía que hacer muchos arreglos; además me iba a ir con el dueño al DF en su próximo viaje pues Daniel había renunciado y sólo estaría hasta fin de quincena.
El trabajo ya no me agradó, mi yo rencoroso ya no veía de la misma forma al dueño, a su esposa, a Mariela, a Lizbeth. Con todo y eso Rogelio descubrió la sensibilidad y creatividad que tenía escondidas y me tomó como su pupilo, me enseñó a hacer los arreglos y hasta dejó que los hiciera a mi gusto, me dijo que pasando el día de las madres me enseñaría a pintar la cerámica, Lizbeth me veía recelosa. Ese 10 de mayo fue domingo y nos dijeron que íbamos a tener que trabajar, se esperaba que se vendieran muchos arreglos, los arreglos que habíamos estando haciendo toda esa semana. 
Mi descontento en el trabajo aumentaba, Lizbeth ahora que estaba en caja se creía otra dueña y ya había tratado de darme órdenes, órdenes que no obedecí, ya me  había acusado con su novio y su suegro. Tampoco quería trabajar en domingo, y mucho menos irme de viaje con el dueño, no tanto por el viaje, o por sus gustos “raros”, con lo que no comulgaba era con la idea de cargar y descargar. Mi yo soberbio me decía que una cosa era trabajar de auxiliar de tienda, otra muy diferente era terminar de cargador, eso era para gente sin estudios. Sentía que así iba a empezar y que cuando menos me diera cuenta ya iba a estar de vendedor en una tienda, como mi hermano. No me había ido tan lejos para terminar como mi hermano, estaba a tiempo para retomar el camino, para buscar algo relacionado con lo que había estudiado;  para mí mis estudios, con todo e inconclusos, no eran poca cosa. Decidí no ir a trabajar ese domingo.
El lunes Mariela habló conmigo, molesta trató de regañarme por no haberme presentado el domingo, me dijo que se me iba a descontar el día y que a la próxima me iban a despedir. En un arranque muy de los míos le dije que esa era mi última semana, que renunciaba, lo que la molestó aún más. La esposa del dueño habló después conmigo  y me dijo que al menos fuera al viaje con su esposo, que les diera unos días en lo que contrataban a alguien más. Yo le dije que ya Mariela me había dicho que me iban a despedir a la próxima, y que les quería ahorrar el trabajo. Supongo que algo le dijeron pues esos últimos días Mariela se portó más seca y cortante conmigo. Me daba igual yo ya me iba, ya tenía mes y medio en ese trabajo, ya había tenido suficiente de La florería.

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