viernes, junio 25, 2021

INSEGURIDADES MÍAS

Después de semejante vergüenza decidí alejarme de los bares y los antros y volver a las cartas. Esta vez cometí un error, en lugar de rentar el mismo apartado postal de la vez pasada, renté uno en la oficina de correos cerca de la casa. Supongo que el cartero huevón de nuestra zona al ver un apartado postal contratado con nuestra dirección, decidió meter ahí toda la correspondencia, incluso la que iba dirigida a nuestra casa. Nos enteramos el día que Lis fue a la oficina de correos, pues hacía semanas que no recibíamos correspondencia, ni los recibos de los servicios. Cuando llegué a comer encontré en mi cama un enorme bonche de cartas con mi nombre. Me sentí descubierto. Lis no me cuestionó el motivo por el cual había contratado un apartado postal, ni quiénes eran todos esos que me escribían; pero supongo lo sospechó, después me enteraría que sí. Tampoco supe si se había quedado con alguna carta y la había leído.  Al día siguiente fui a cancelar el apartado postal. A los chavos con los que ya me escribía les di la dirección de la casa, y decidí ya no escribirme con nuevos.
Una mañana al llegar al trabajo estaban ahí los señores, encerrados en la oficina de Elena, al parecer les había renunciado, mi corazón se aceleró. Al poco rato salió el señor, me pidió que fuera a la oficina, yo lo dudé, las compañeras que estaban enteradas de la promesa de Elena, me alentaron a que fuera. Elena les había dicho que ese era su ultimo dia y que no le iba a entregar el puesto a nadie más que a mi; el señor me dijo que le recibiera, todavía me puse mis moños. Le dije que si esta vez si era en serio, que quería el mismo sueldo de Elena, como hacía la nómina con ella ya sabía cuánto ganaba; él me dijo que sí, si a todo. Elena les pidió que nos dejaran solos, la señora no quería pero al parecer el problema había sido con ella, así que el señor la sacó de la oficina.
No había mucho que entregarme, tenía meses capacitándome; me dio las chequeras, la documentación que tenía a resguardo, las contraseñas de ingreso al sistema, el contacto del contador y se fue. Por la tarde llegó el señor y me dijo que la señora no estaba muy convencida de que yo me quedara con el puesto, pero que le echara ganas y él me iba a apoyar, que al día siguiente fuera a ver al contador para que me explicara bien lo que tenía que hacer. Así me convertí en el contador de la empresa, tendría mi propia oficina privada y pasaría de ganar 720 a 950 al mes.

Con el aumento de sueldo me alcanzó para comprarme una TV, mi primer TV y para contratar TV por cable, además hice el intento de volver a la escuela, investigué de nuevo lo de la prepa abierta e hice los trámites, pero todo seguía igual de complicado al poco tiempo lo volví a abandonar. Con la TV por cable mi horizonte se amplió, conocí a “Will and Grace”, me enamoré de Pacey en “Dawson`s Creek”. Descubrí MTv y mi horizonte musical también se amplió, más CDs por comprar. Por cable había mas variedad de series y películas muchas con personajes gays totalmente diferentes, personajes gays que tenían una familia, que eran aceptados, que tenían una relación en la que se tomaban de la mano y caminaban por la calle, que hacían más cosas que tener sexo. La esperanza se renovó en mí, quizá si existía la posibilidad de tener una relación como la que yo quería, quizá es que aun no encontraba al indicado.
Ya había aprendido que una relación así no iba a encontrarla en los bares o en antros, me daba pavor pensar que me encontrara a alguien conocido, me aterrorizaba que al estar con alguien en buen plan, una sombra del pasado se apareciera y le dijera que yo era como zapato nuevo, que aflojaba con alcohol. Sólo me quedaban los candidatos con los que tenía comunicación por carta, decidí empezar a conocerlos. 
Había un chavo de Guadalajara que me invitaba a ir a visitarlo, como ya había cumplido un año en el trabajo ya tenía vacaciones, decidí ir. El viaje me  sirvió para conocer la ciudad, pero el encuentro fue un fiasco, lo que me contaba en sus cartas no tenía nada que ver con la realidad. Vivía recordando sus glorias pasadas cuando tuvo un club de fans de Caifanes y conoció a Saúl. El tipo era mucho mayor y así se veía, no tenía trabajo, yo tuve que pagar todo, en estos tiempos calificaría de chavo ruco. Lo único que pagó fue el café que me invitó en una “cita romántica” donde me regaló una rosa, contrató una canción con un trío y me declaró su amor. Al preguntarme si podía darme un beso, le tuve que dejar claro que “solo estaba viendo, gracias”. Al menos me divertí recorriendo Guadalajara, obviamente nunca más volví a escribirle. 
En agosto conocí a dos chavos de Morelia. El que conocí primero, Daniel, era un poco mayor que yo, como 4 años, era ingeniero egresado del Tecnológico, era un poco serio, penoso. El día que nos conocimos caminamos por toda la ciudad, resulta que su pasatiempo favorito era correr y caminar. Para no quedar mal le dije que a mi también me encantaba caminar, aunque el esfuerzo físico era algo que me sigue provocando alergia. Después de la primera cita intercambiamos teléfonos para estar en contacto, yo siempre daba el teléfono del trabajo, pasó mucho tiempo para que me contactara de nuevo.
El segundo que conocí, Eduardo, era menor que yo, como dos años. Estudiaba la licenciatura en Historia en la Michoacana. Vivía con su mamá, pero los fines de semana a veces se quedaba con su papá, quien ya tenía otra familia y coincidentemente vivía en una colonia aledaña a la mía. Era muy divertido, ocurrente, tenía unos ojos negros brillantes que me cautivaron desde la primera vez.
Como les vi posibilidades, y pensé que si no era con uno sería con el otro, decidí terminar con la relación que tenía. Era un doctor, Juan Víctor; varios, muchos años mayor que yo, al que veía con frecuencia. Aunque ya habíamos salido a comer y al cine, cada salida siempre acababa en su departamento de soltero, nunca me lo dijo pero yo tenía la sospecha de que estaba casado. Para mi, que desde entonces el sexo era un requisito a cumplir y no una finalidad como tal, aceptaba que ese era el precio que tenía que pagar por su compañía.
El día que conocí a Eduardo nos vimos para comer, aunque ninguno de los dos comió. Me dejó en el trabajo para irse a la escuela y quedó de pasar por mí a la hora de la salida, las horas se me hicieron eternas. Al salir ya estaba ahí, en la plaza frente a la oficina esperando por mí, me sentí emocionado como quinceañera. Como no decidíamos a donde ir, sugirió que camináramos; al parecer caminar era la actividad de moda, para mi infortunio. Llegamos a un jardín, me dijo era su favorito, nos sentamos en una banca a platicar, a conocernos. Ese día empecé a fumar otra vez, con él. Estuvimos ahí un buen rato hasta que decidimos irnos, aunque ninguno de los dos quisiera, pero ya faltaba poco para que dejara de pasar el transporte. Quedamos de vernos al día siguiente. 
Nos vimos todos los días de esa semana y quedamos de salir el sábado. Ese día caminábamos por el bosque Cuauhtémoc después de ir por un café, cuando pasamos por un lugar oscuro y solitario, de pronto se detuvo, me detuvo, se acercó a mi y me besó. No era ese mi primer beso, ni era la primera vez que besaba a un hombre, pero si era el primer beso con alguien por quien empezaba a sentir algo, vi estrellitas y fuegos artificiales. Quizá este cuente como el primer beso de amor verdadero, ése que romperá mi hechizo, el hechizo de no encontrar aún al indicado, pensé.  
Después de ese dia me hice adicto a sus besos con sabor a marlboro lights y halls de mora azul; buscábamos cualquier lugar oscuro, cualquier jardín, cualquier rincón escondido para besarnos, para tocarnos, disfrutaba la suavidad de sus labios, la forma en que su lengua juguetona exploraba el interior de mi boca, me encantaba como me abrazaba, como me pegaba a su cuerpo, como recorrían sus manos mi espalda bajando mucho más allá de la misma; hasta que recordábamos que estábamos en un lugar público y alguien podía vernos, entonces nos separábamos y seguíamos caminando, entre risas de complicidad. 
Con la necesidad de un contacto más íntimo le sugerí que entráramos a la oficina, generalmente yo era el último que salía pues era el que ponía la alarma, nadie llegaba después. Esa noche nos encerramos y le dimos rienda suelta a nuestro deseo recíproco. La incomodidad del lugar hizo que no pasáramos de tocarnos mutuamente. Aunque para mi eso había sido suficiente, sospeché que él esperaba algo más, se mostró molesto. Pero al no decirme nada, supuse que sólo eran inseguridades mías.

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