miércoles, marzo 17, 2021

De vuelta al buen camino

Al desertar de la escuela el trabajo fue mi única obligación. Mis padres estaban de regreso en casa definitivamente. Los problemas con mi hermana continuaban y ellos creían que su ausencia tenía algo que ver (que perceptivos!), y como era la mujer y había que vigilarla, optaron por quedarse con nosotros, antes de que saliera con su domingo 7. Mi hermano seguía con su ley del hielo generalizada. El sentimiento de abandono que mis padres habían provocado en mí, se había convertido en rechazo y en un creciente resentimiento hacia ellos. Los culpaba de todo, el haberme dejado sólo, el no haberme puesto atención hizo que descuidara la escuela y por eso ahora ya estaba trabajando, el no quejarme del trabajo era como una forma de castigarlos.

Al poco tiempo mi madre me confesó que me habían puesto a trabajar para que recapacitara, para que me diera cuenta de lo dura que era la vida sin preparación, sin una carrera; pero que yo ya me veía muy a gusto y que ella no quería que me acostumbrara, que yo podía hacer algo más, ser algo más. Aunque fingí no darle importancia a sus palabras, se quedaron grabadas en mi cabeza.

En el trabajo había un chavo que había estudiado una carrera técnica, Contador Privado. Mi tía, la dueña del negocio en el que trabajaba, al enterarse de que yo había desertado de la escuela le sugirió a mi padre que estudiara lo mismo, hasta nos consiguió un folleto y nos dijo a mi padre y a mí que fuéramos por informes. Fuimos a la escuela y la idea de volver al estudio llamó mi atención, eran tres años y al terminar tendría un título con el que podría trabajar, además tendría la opción de estudiar una licenciatura. El problema era que la escuela era particular y ¿de dónde íbamos a sacar para la colegiatura?. Mi tía dijo que ella nos iba a apoyar, supongo que su apoyo era seguir dándome trabajo pues nunca vimos de ella un centavo extra. Mis padres decidieron vender la casa del pueblo y todas las tierras, con eso pagarían mi escuela.

A los 16 años empecé de nuevo. Nueva escuela, nuevos compañeros, nuevos maestros, nuevo yo. Estando consciente del enorme sacrificio que hacían mis padres y recapacitando acerca de que realmente no quería trabajar en el negocio de los tíos toda la vida, como mi hermano, decidí que esta vez las cosas las iba a hacer diferentes. Me iba a olvidar de mis juegos y me iba a concentrar sólo en estudiar.

La escuela era totalmente diferente, nuestro grupo era reducido, la atención de los maestros era personalizada, se sabían nuestros nombres, nos mantenían vigilados, la escuela no tenía ni patio por lo que cero distracciones. También entraba a las 7:00 am pero la escuela estaba más cerca de casa, además disfrutaba tanto de las clases que hasta levantarme temprano no se me hacía pesado. Después de los primeros exámenes empecé a destacar, mi boleta fue la única que se llenó totalmente de dieces. El reconocimiento y las felicitaciones se sentían bien, lo estaba haciendo bien. Me volví a sentir como en la primaria, de los buenos, y por primera vez estaba siendo aceptado, popular.

Mientras estudiaba seguía trabajando por lo que todo el día me mantenía ocupado, sin tiempo para pensar en otras cosas. No obstante muy en el fondo había cosas que seguía sintiendo, y por más que me empeñaba en ignorarlas, ahí estaban. Había dos compañeros en el grupo con los que me sentía demasiado bien, y ante mi temor de volver a repetir las cosas del pasado, me acerqué más a las chavas. Una de ellas me mostraba mucho interés, me buscaba, platicaba conmigo y cuando estábamos juntos sus amigas nos hacían bromas de que nos gustábamos y así, en mi caso nada más alejado de la realidad.

En mi lógica creí que mientras estuviera con alguna chava iba a dejar de pensar en hombres, iba a dejar de sentir lo que sentía, iba a estar seguro. Así que un día, después de explicarle que yo no era un chavo “normal” le pedí que fuera mi novia. Al decirle que no era normal me refería a que no iba a fiestas, no bailaba, no fumaba, no tomaba, no me gustaban las mujeres…bueno eso último lo omití. Así que a los 17 di mi primer beso, y no sentí nada. No fue como me lo había imaginado.

Se acabó el primer semestre y todo iba bien, mis calificaciones fueron las mejores del grupo, hasta diploma de primer lugar de aprovechamiento me tocó, en la otra prepa era un fracaso, aquí era un “cerebrito”. Estaba realizado y feliz por primera vez en mucho tiempo. Al terminar el semestre nos dieron la noticia de que nos íbamos a cambiar de edificio, nos fuimos al centro de la ciudad, en donde iniciamos el segundo semestre.

El nuevo edificio ya tenía patio, pero como en el grupo éramos tan pocos hombres y nuestro uniforme era de “Godín” (pantalón de vestir azul y camisa blanca), en el tiempo libre nadie jugaba, todos estudiábamos o platicábamos. El único problema que tenía era con educación física (ya sé), la materia nos la daban los sábado. En el primer semestre, como yo trabajaba los sábados, me dieron oportunidad de no asistir a esa clase y pasé la materia yendo al desfile del 20 de noviembre a hacer vallas humanas con mis compañeros. Para el segundo semestre ya no trabajaba, las tareas eran muchas y al demostrarle a mis papás que estaba dando resultados en la escuela, me levantaron el castigo. Lo malo es que al dejar de trabajar ya tuve que ir a clases de educación física los sábados; lo que no estaba tan mal, pues al ser tan malo en todo los deportes, el maestro se rindió conmigo y bastó con hacer acto de presencia para pasar la materia.

Todo iba bien en mi vida, era bueno en la escuela, en casa ya estaban mis padres, ya tenía hasta novia, ya no tenía que jugar a no ser yo. Mis hermanos en esa época habían decidido que seguirían los pasos de los mayores y dejaron la casa, yo ya no los extrañaba, todo lo contrario, tenía la casa, y a mis padres, para mí solo. Aun así, sentía que algo me hacía falta

Uno de esos sábados al terminar la clase, acompañé a mi novia a su casa y pasé por el puesto de revistas que estaba de camino a la parada del transporte. Estaba buscando una revista cuando algo llamó mi atención, aquello que descubrí fue el inicio de lo que provoco que mi tranquilidad y mi buen comportamiento durara tan poco, como mi vuelta al buen camino.

martes, marzo 16, 2021

"Niño" Problema

Y así, a mis 14 años ya estaba en prepa. Aun no descifraba qué pasaba conmigo, pero ya tenía que decidir a qué me quería dedicar el resto de mi vida. Las cosas en mi casa no mejoraban. Mis padres seguían en el pueblo, esas vacaciones de transición entre la secundaria y la prepa estuve con ellos y costó mucho hacerme a la idea que tenía que continuar con mis estudios. Sobre todo porque yo no estaba convencido al 100 de mi decisión. En ese tiempo yo quería ser maestro, en la escuela normal estudiabas 6 años y salías con un título y un trabajo asegurado, la prepa eran 3 años y después otros tantos estudiando una carrera, yo no quería esperar tanto y aparte no sabía lo que quería estudiar. Finalmente, mi cuñado mayor opinó y les vendió la idea a mis padres que la carrera magisterial no era buena opción. Con el argumento de que los maestros se la pasaban en huelgas y marchas, además de que al terminar me podían mandar a algún pueblo alejado de ellos; mis padres me convencieron de estudiar la prepa y yo, como niño bueno, obediente y queda bien, acepté lo que ellos indicaron.

Mi hermano, con todo y que ya había terminado su relación con la mujer de mala reputación, seguía ignorándome. Mi hermana “sin oficio ni beneficio” era el dolor de cabeza de mis padres, y yo era el que cargaba con todas sus expectativas, nada de presión para un adolescente desubicado, que no sabía lo que hacía y se sentía fuera de lugar en un grupo donde todos eran uno o dos años mayores.

El primer día de clases me encontré con la sorpresa de que Javier, mi amigo agregado de la secu, estaba en mi grupo. Era la única cara conocida, pero la que menos quería ver por los siguientes años, por lo que no hice ni el intento de acercarme a él. Al pasar los meses empecé a hacerme de amigos. Con la desilusión que viví con Alejandro y al ver que ya tenía novia y seguía con su vida, yo hice lo mismo. La atracción por los de mi género en lugar de disminuir aumentaba, por lo que decidí volver al juego de no ser yo, para poder aprovechar a los prospectos potenciales con los que podía jugar. Desde que había descubierto la masturbación tenía esta cosa de fantasear con personas conocidas, que iban desde el chofer del microbús, algunos de mis compañeros y uno que otro profesor. Cuando eran personas con las que no tenía trato, me gustaba averiguar sus nombres para repetirlo en mis sesiones de amor propio. Aun no tenía claro lo que significaba el sexo, lo que me excitaba a esa edad era la idea de poder ver, tocar o volver a sentir lo que Alejandro me había provocado en la secundaria con sus acercamientos.

El juego de la secundaria seguía vigente en la prepa, los chavos se tocaban, se decían cosas, se albureaban y yo pronto me integré con las mismas intenciones de antes, mientras todos jugaban a ganar, yo jugaba a que me molestaba perder.
Esta fue la parte fácil de la integración, la difícil fue el cambio de horario. Durante 3 años me acostumbré a levantarme tarde y ahora que tenía que entrar a las 7 de la mañana, el cambio se me estaba complicando. Por otro lado estaba el transporte, a la secundaria llegaba caminando en 10 minutos, la prepa estaba más lejos, se podía llegar caminando pero para eso me tenía que levantar más temprano. La opción era el transporte de la escuela, que siempre iba atascado.

Otra cosa eran las materias, en la primaria y la secundaria nunca necesité de mucho estudio, bastaba con poner atención en las clases para sacar buenas calificaciones en los exámenes. Ahora se me dificultaba enormemente poner atención, primeramente por que el levantarme temprano me traía con sueño todo el día, y segundo porque yo estaba más ocupado poniéndole atención a todos los chavos que me gustaban, y a algunos maestros. Como al bigotón de física que usaba botas y jeans blancos ajustados que me hacían tener malos pensamientos, ése que no podía pronunciar la “s” y que al sonreír movía de lado su bigote sexy.

Una mañana en el transporte me encontré con Valdemar, un compañero de la primaria que vivía cerca de la casa y ahora estaba en la misma prepa, aunque en diferente grupo. Platicamos y quedamos en acompañarnos a la entrada y salida. Así lo hicimos un tiempo hasta que un día que el microbús iba llenísimo nos tocó ir casi colgados de la puerta, yo me subí y el atrás de mí. Las circunstancias se prestaron para que con el movimiento del microbús quedáramos prácticamente “acoplados”. El apenado me dijo que no se podía hacer más para atrás,  yo me mostré comprensivo y, disimulando lo bien que la estaba pasando, le dije que estaba bien. Después hice todo lo posible para repetir lo de ese día, como nunca alcanzábamos lugar para ir sentados, buscaba la forma de quedar frente a el y pegármele lo más posible. Supongo que en algún momento se dio cuenta que ya no era tan accidental el que me pegara a él y dejamos de acompañarnos. Yo que ya tenía los ojos puestos en alguien más, no lo volví a buscar.

Me había hecho amigo de Sergio y Octavio, eran dos chavos que habían estado juntos en la secundaria y eran amigos desde entonces. Sergio era un niño bien portado, era hijo de un maestro que me había dado clases en la secundaria, no decía groserías, se involucraba en los juegos pero a la vez se mantenía al margen. Octavio era lo opuesto, usaba el cabello largo, era rebelde, ya tomaba, compraba los trabajos, era el chico malo que todas las niñas querían de novio. Mi interés era Sergio, me recordaba un poco a Alejandro y eso lo hacía irresistible para mí. Como ellos siempre estaban juntos, los demás decían que eran novios, y yo que me la pasaba todo el tiempo posible con ellos, y cuando se salían de clases me salía con ellos, fui el que “andaba” con los dos, y así me trataban. Que lo hiciera Sergio no me molestaba, pero a Octavio si le mostraba un poco de rechazo.

El primer semestre lo terminé como pude, como ya tenía edad para ser responsable y mis padres estaban muy ocupados con mi hermana, la oveja descarriada, a mi seguían sin ponerme mucha atención y menos a mis calificaciones. A estas alturas ya agradecía que no se metieran conmigo y que no estuvieran en casa, así podía ir con Sergio y Octavio a las primeras fiestas. Y así no se dieron cuenta de que yo, el inteligente, el niño bueno, el bien portado, había reprobado una materia por primera vez en su vida. No me preocupé pues los compañeros dijeron que si en segundo semestre pasaba la materia todo estaría bien, además no fui el único que reprobó así que no debía ser tan grave.

Tampoco se dieron cuenta de que estuve a punto de reprobar hasta educación física, de no haber sido por aquel incidente en que el profesor (que también había estado en algunas de mis fantasías) me obligó a participar con los demás hombres en los ensayos para el desfile del 20 de noviembre. Yo le dije que no quería participar, él amenazó con reprobarme si no lo hacía. Así que cuando me obligó a subirme a los hombros de un compañero para ejecutar una pirámide, me deje caer de cara rompiéndome la nariz y llenándome de sangre.  El pobre maestro, al pensar que aquello había sido un accidente provocado por haberme obligado a participar, me pasó la materia con 10 con tal que no lo acusara.

En esas vacaciones de fin de año empecé a trabajar. Mi hermano había trabajado toda su vida en el negocio de unos tíos y en esas vacaciones la prima que trabajaba con él fue a buscarme para ofrecerme trabajo. En cuanto se los dije a mis padres me dijeron que tenía que ir, así tendría algo que hacer en esas vacaciones y ganaría unos pesos, esto último me interesó.
Para el segundo semestre Sergio y Octavio ya tenían novia, ahora el tiempo libre la pasaban con ellas y a mí me dejaron abandonado. Pasó poco tiempo antes de que alguien más se me acercara. Estaba otro grupito, Jorge Alejandro, Alejandro y Alexaín, que también se conocían de la secundaria por lo que ahora se la pasaban juntos. 

El primero que se me acercó fue Alexaín, aunque no era feo y no me molestaba que, los días de deportes, me presumiera el bulto que se la hacía en los pants; no se parecía a Sergio y eso me impedía seguirle el juego; además de que no era nada discreto y eso de que anduviera contando dónde le ponía la mano cuando estábamos solos, era algo vergonzoso.
Después se unió Alejandro de Jesús, este chavo era más serio, me molestaba estando en  bolita pero cuando nos quedábamos solos, me trataba totalmente diferente. Eso me gustó y empecé a pasar tiempo con él. Algunas veces que nos fuimos juntos a la salida, repetí con él lo de Valdemar. Un día mientras mi mano estaba rozando “por accidente” su pantalón, su mano rozó “por accidente” mi trasero. La cosa se puso demasiado real, lo que me asustó y le reclamé, él me dijo que entonces yo tampoco lo manoseara, cosa que ya no volví a hacer.

El último en acercarse fue Jorge Alejandro (ya sé, algo había con los Alejandros), era el más gordito y menos agraciado de los tres, pero era el que más cosas me hacía sentir. Él era un poco más atrevido que los otros y supongo que era el que más disfrutaba la atención que yo le daba. Al principio el juego era que él me abrazaba, me tocaba las nalgas, se pegaba a mí y yo fingía molestia para que él o los demás no se dieran cuenta de que me gustaba, hasta que no hubo necesidad de fingir. En las últimas clases del día se sentaba atrás de mí y mientras el maestro daba clase, él me tocaba por atrás y cuando volteaba a verlo se agarraba la entrepierna y me decía si quería, yo lo golpeaba en la pierna. Una de esas veces que iba a golpearlo en la pierna tomó mi mano, se la puso en la entrepierna, y le dijo a los otros que yo se la estaba agarrando. La sensación me gustó tanto que no me importaron las risas de los demás. Ese día traspasamos una barrera y dejó de importarme lo que los compañeros dijeran cuando él se sentaba en la paleta de mi silla y yo recargaba mi cabeza en su pierna, o cuando yo estaba hablando con alguien y el pasaba me abrazaba o me agarraba una nalga, todo era de lo más normal y se sentía muy bien.

Octavio tenía problemas en su casa por su mal comportamiento y empezó a tenerlos en la escuela. Se ausentaba por días y cuando llegaba lo hacía tarde y a veces con aliento alcohólico, ya se había peleado con chavos de otros grupos y hasta con maestros. Sergio, como niño bueno, se alejó de él para que no lo embarrara en sus problemas. Octavio se empezó a acercar más a mí, me platicaba sus problemas en su casa, en la escuela, con su novia. Con el trato me empezó a ganar y dejó de molestarme que me abrazara, o que hiciera lo mismo que Jorge Alejandro, me decía que tenía derecho de antigüedad.

Un día estaba con Jorge Alejandro cuando llegó Octavio, entre bromas empezó a reclamarle a Jorge Alejandro que no se metiera conmigo y tal. Como Octavio iba tomado las bromas estúpidas se convirtieron en insultos reales y se fueron a los golpes. Octavio golpeó a Jorge Alejandro y le hizo sangrar la nariz. Yo me sentí culpable, como si realmente la pelea hubiera sido por mi culpa, pero Octavio tenía problemas de verdad, que le ganaron la expulsión de la escuela. No lo volví a ver.

El semestre iba llegando a término y yo, por andar disfrutando de mi “romance” con Jorge Alejandro, me olvidé por completo de las clases. No supe cómo pero la materia reprobada la volví a reprobar, ahora tenía que presentar un extraordinario. No me preocupaba dejar la escuela, ya hasta me había hecho a la idea, finalmente seguía trabajando. Me preocupaba más que mi padre descubriera la razón por la cual había reprobado, la cosa con Jorge Alejandro ya había durado mucho para ser un simple juego y en algunas ocasiones ya me había sugerido que nos viéramos después de la escuela, en otro lugar, solos...lo cual me atemorizaba. 

Se terminaron las vacaciones de fin de semestre, ya era tiempo de volver a la escuela, no me quedó más que confesarle a mis padres que había reprobado y ya no había nada que hacer. Para mi  sorpresa no lo tomaron tan mal, mi padre como siempre no dijo nada. Mi madre dijo que iba a tener que trabajar, ahora de tiempo completo.

El trabajo no me molestaba, lo que hacía no era pesado y me llevaba bien con los compañeros. Eso era mejor que ir a esa escuela en donde nunca encontré mí lugar, lo único que extrañaba era a Jorge Alejandro, pero me convencí de que había sido mejor así.

Tiempo después, cuando ya estaba en otra escuela, a la salida mientras esperaba el transporte vi a Alejandro de Jesús y a Jorge Alejando sentados en una banca del jardín principal. Me vieron y me hicieron señas para que me acercara, yo no fui. Yo ya estaba en otra etapa, yo ya estaba curado y no quería ni acordarme de las cosas que había hecho antes, yo ya había vuelto al buen camino y había dejado de ser “niño problema”.

jueves, marzo 11, 2021

JUGANDO A NO SER YO (PARTE 3)

Es cierto que hacía tiempo que me sabía y me sentía diferente, pero no ubicaba en donde radicada esa diferencia, hasta ese momento. Era la primera vez que le podía poner nombre a lo que me pasaba, era la primera vez que me planteaba la posibilidad de que quizá no era “normal”, de que quizá era de esos raritos a los que les gustaban los hombres. Entonces empecé a recordar, recordé todas esas cosas que me avergonzaban y que había bloqueado:

En segundo grado nuestro maestro estuvo llevando a su hijo, Jonhy, durante algunas semanas a clases con nosotros. Durante ese tiempo él y yo no nos separamos. Un día estábamos jugando a las canicas y en una de esas veces que Jonhy se puso en cuclillas, pude ver por debajo de sus shorts que no llevaba calzoncillos, y sentí cosas raras. Recordé que nadie más quería jugar con él porque se vería “rarito” pero eso a mí no me molestaba, una vez dibujamos un corazón en la tierra con nuestras iniciales dentro de él, yo encontré eso normal.

En una ocasión pasó algo con Ángel, el compañero que vivía al lado de mi casa y compartía pupitre conmigo, estábamos platicando no recuerdo de qué y puse mi mano en su pantalón, entre sus piernas. En el momento no supo que hacer, y aunque nunca me puso en evidencia, después de ese día no volvió a sentarse junto a mí.

En otra ocasión hubo algo con Isaías, mi compañero hijo de la señora que vendía desayunos en la escuela; a veces en el recreo su mamá nos mandaba a su casa por algo que se le había olvidado o acabado. Una de esas veces salimos al patio a hacer del baño (vivíamos en un pueblo donde el patio era un terreno de dimensiones mayores a las casas), y yo además de quedármele viendo lo convencí para que me dejara tocarlo.  

Todo esto me llevó hasta el día de “el incidente” y entendí que todo estaba relacionado, que mis padres tenían razón, que sí había algo malo conmigo y que eso no se me había quitado, pues aunque después de ese día había aprendido a contener las cosas que sentía, eso no significaba que ya no las sintiera.  

En los últimos años de la primaria, había sentido nuevamente cosas estando con alguno de mis compañeros. Ya estando en la secundaria me había emocionado aquel día que Gabriel, el vecino de enfrente varios años mayor, hizo del baño frente a nosotros y vi por primera vez como era “eso” ya desarrollado. También ya en primero de secundaria, un día que los de tercero estaban jugando frente a nuestro salón, de pronto uno de ellos sin más se bajó los pants, y verle la parte nuevamente me emocionó.

Y ahora esto, ahora estaba Alejandro diciéndome que me “me haría suya”, y aunque no entendía lo que eso significaba, la idea no me desagradaba. Con lo que no me sentía a gusto era con que los demás se burlaran de mí, que me llamaran así como me había llamado mi padre aquel día. Yo no quería ser eso, no quería estar enfermo, no quería irme al infierno, no quería que Dios me castigara, no quería que mis papás se decepcionaran, pero no podía negar que lo que sentía me gustaba. Todo eso me llenaba de culpa.

Así que me inventé un juego, me inventé que al que le gustaba eso no era yo, que ese realmente no era yo, que no podía ser yo. De esta forma pude seguir sin culpas el juego con Alejandro y después hasta provocarlo. Con el tiempo ya me hacía el molesto para que él no dejara de molestarme. Tenía que disimular que no me gustaba cuando estando yo sentado en mi lugar, él iba, se paraba al lado mío y pegaba su entrepierna en mi hombro; me hacía el molesto cuando yo estaba de pie distraído y llegaba, me abrazaba por atrás y se frotaba contra mí, hasta forcejeaba con él dizque tratando de zafarme para que me abrazara más fuerte; me hacía el molesto cuando me daba una nalgada y me decía que “eran suyas”; me hacía el molesto cuando tomaba mi mano y se la ponía en la entrepierna antes de echarse a correr o cuando metía la mano en sus pants y después me la ponía en la cara.

A esa edad, mis 13 años, aun no tenía ni idea de lo que implicaba el sexo, nadie me había hablado de eso y no había a quien preguntarle. Sabía que lo que él me hacía me gustaba pero no sabía qué había más allá. Suponía que lo que seguía era besarse, mi hermana cuando niños me dijo que aquello tan malo que me habían encontrado haciendo había sido besándome con uno de mis amigos y cuando estábamos viendo TV con mis papás y una pareja se besaba nos decían que cerráramos los ojos, así que yo suponía eso debía ser el sexo.  Y en esta mi fantasía donde podía ser otro que no era yo, Alejandro pronto se convirtió en el objeto de mi fantasía.

José y yo a estas alturas ya nos habíamos terminado de separar, este yo que me inventé y que no era yo, disfrutaba más la compañía de este nuevo grupo de amigos, estos los mayores, los que ya hablaban de pitos y vaginas, los que en pleno despertar sexual disfrutaban exhibiéndose, presumiendo sus erecciones, jugando a que por machos podían someter a otros menos machos, jugando a que podían poseerlos y hacerlos “suyas”. El juego lo ganaba el que sometía, el que era más hombre y mientras todos trataban de ganar, a mí no me molestaba perder. José me llegó a cuestionar el  por qué me juntaba con ellos si me molestaban, yo no tuve el valor de confesarle que lo que me hacían realmente no me molestaba.

Con este nuevo grupo de amigos empecé a hacer cosas diferentes, empezamos a juntarnos los sábados para los trabajos en equipo de fin de curso, curiosamente en los equipos siempre estábamos los mismos. Las reuniones eran en la casa del único que tenía casa sola ese día, justamente Alejandro.

Un día nos dijo que tenía rentada una película y si queríamos verla, “El joven Einstein”, de pronto, quien sabe de dónde, salieron unas cervezas, unas palomitas y vimos la película. Después de verla lo acompañamos al videoclub a devolverla. Estando en el videoclub alguien del grupo desvió la mirada hacia la sección “XXX” y todo fue risas nerviosas. Ese fue el tema de toda la semana siguiente, quien ya había visto una película de esas, quién quería verla, quién ya se había masturbado viéndola. Así fue como descubrí la masturbación, en una conversación con mis amigos.  

El próximo sábado nuestra reunión terminó con este puñado de pubertos, viendo la película porno que alguien había conseguido le rentaran en el videoclub que no pedía identificación. No todos se quedaron, pero yo si lo hice. Y no es que tuviera especial interés en ver la película, aunque si me daba curiosidad. Mi interés era Alejandro, y así se lo demostré. Mientras todos miraban la película yo lo veía a él, y él supongo que un poco halagado por toda la atención que le brindaba, en algún punto me presumió su virilidad y el efecto que la película le producía al hacerla más que evidente en su pantalón. Con eso tuve, en ese momento supe que lo que pasara después valdría la culpa, el rechazo de mis papás o el fuego eterno.

Sin embargo a los pocos días entendí que para él todo aquello era un juego, el mismo juego al que todos jugaban, pero para mí con todo lo que ya me había pasado, el juego había significado algo más, mi primera ilusión y mi primera decepción.

Esa noche teníamos una hora libre, todos estaban afuera en sus asuntos, en el salón estábamos él, yo y uno que otro compañero. Alejandro estaba sentado sobre el escritorio de maestros y yo en la silla, con mi brazo izquierdo apoyado en su pierna derecha. Estábamos viendo una revista de chistes picantes (como dice la chaviza) de esas que tenían chistes gráficos con dibujos de mujeres voluptuosas y semidesnudas. Mientras veíamos la revista con mi mano empecé a acariciar su pierna, él me dijo que no hiciera eso; yo insistí subiendo un poco más la mano. De pronto me dijo “detente, mira lo que estás provocando” y me señaló con la cabeza su entrepierna, yo al notar su erección lo entendí como una invitación y traté de tocarla. Pero él se paró intempestivamente y me dijo “no seas mampo” (la forma en el sureste de decir joto, puñal, maricón). En eso iban entrando algunos compañeros y les dijo que había tratado de tocarlo, todos se rieron.

Después de ese día nada volvió a ser igual, él dejó de jugar conmigo y yo jugué a que no me había afectado lo que pasó. Me convencí de que eso lo había sentido sólo por él, y que ya había pasado, que ya se me había quitado, que ya había vuelto a ser yo. Los días que transcurrieron hasta terminar el curso fueron muy incómodos, Alejandro ya no se me acercaba, hablaba conmigo pero manteniendo su distancia.

Yo, en el fondo aun ilusionado con Alejandro, elegí la prepa a la que él ingresaría. Finalmente José ahora si se iría con sus papás y a donde yo fuera estaría solo. Con lo que no contaba era con que Alejandro eligió una especialidad diferente y aunque estábamos en la misma escuela, raramente nos veíamos. Aún recuerdo cuando me lo encontraba en los pasillos con su bata blanca, y me veía con esos ojos negros, y me sonreía de esa manera que sólo él sonreía, aún recuerdo sus lunares en la cara, esa forma particular de caminar que tenía, si lo intento aun puedo recordar su aroma.

Con el tiempo la ilusión fue despareciendo, sobre todo cuando él se hizo novio de una compañera de su grupo, y cuando me lo encontraba en los pasillos acompañado de ella ya no me sonreía. Yo por mi parte encontré un nuevo objeto de mis fantasías, alguien más con quien de nuevo volví a jugar a no ser yo.

miércoles, marzo 10, 2021

Cumpleaños "feliz"

No está siendo nada fácil, basta con que me distraiga un poco para volver a lo de antes, basta actuar por instinto para reaccionar como lo he hecho siempre. Es muy complicado esto de dejar de hacer lo que he hecho por, a partir de hoy, 43 años.

Yo siempre tuve la creencia de que mi orgullo era lo más importante y que habría que defender eso a costa de lo que fuera, pues si lo perdía, perdía todo. Eso aprendí en mi niñez, ese fue el ejemplo que me dieron mis padres, “se puede perder todo menos el orgullo”.

Yo siempre vi mi facilidad para el chantaje emocional y mi facilidad para ponerme en el papel de víctima como una cualidad, como algo de lo cual sentirme orgulloso. Y me vanagloriaba cuando las personas cedían y terminaban haciendo lo que  yo quería.

En estas semanas de reprogramación, en este tiempo en el que he estado recordando cosas de mi niñez, en este tiempo en el que me he estado re-encontrando conmigo mismo y estoy volviendo a reconectar con mi verdadero yo; me he enfrentado a mis creencias y las he confrontado. Me he preguntado por qué hago lo que hago y por qué reacciono como lo hago. He identificado dentro de mí a este niño caprichoso, berrinchudo, necesitado de atención, con pavor al cambio y al abandono, y he descubierto que mucho de mi comportamiento tiene que ver con las carencias de este niño.

Creí que con una vez que lo abrazara, le dijera que lo amo y le pidiera perdón sería suficiente, pero ya me di cuenta que no. Este niño ha estado olvidado, abandonado por tanto tiempo que es normal que no me crea, que tenga recelo, que necesite que se lo repita una y otra vez, hasta que vuelva a ganarme su confianza.

Mientras tanto se resiste al cambio, se resiste a soltar, se resiste a sacrificar el orgullo en aras de nuestro bienestar. Quiere seguir en la comodidad de la rutina, de lo conocido. Quiere seguirse ofendiendo, quiere seguir sintiéndose el centro del universo, quiere seguir a la defensiva. Prefiere que nos quedemos callados, que sigamos pretendiendo que todo está bien. Quiere que nos sigamos haciendo la víctima, quiere que sigamos chantajeando, quiere seguir saliéndose con la suya, sin importarle el vacío emocional que eso nos deja. Cuando quiero hablar, cuando quiero expresar lo que necesito, lo que me molesta, cuando quiero decir aquello con lo que no estoy conforme; me convence de que no vale la pena, me dice que si hablo y algo cambia me voy a arrepentir, me dice que no podré, que no lo lograré.

Ya no quiero creerle, ya no debo creerle. Se lo debo, se lo debo a mi verdadero yo, a este que hoy que estamos de cumpleaños, en lugar de celebrar el seguir aquí, en lugar de estar felices por lo lejos que hemos llegado, por todo lo que hemos conseguido. En lugar de agradecer el poder respirar, el poder trabajar, el tener a tantas personas que, a pesar de la distancia, nos hacen saber que celebran nuestra existencia. Estoy centrando nuestra felicidad en el comportamiento de una persona que no actúa como queremos, que no nos dice lo que queremos escuchar. Nos tengo aquí lamentándonos, sintiéndonos menos por el hecho de que las actitudes de una sola persona lastima nuestro orgullo. Cuando soy yo el que le ha dado el poder a esa persona, y así como se lo di se lo puedo quitar; cuando soy yo el que decide el sentirme o no lastimado, cuando soy yo y solo yo el que puede decidir si tiene un cumpleaños "feliz".

martes, marzo 09, 2021

JUGANDO A NO SER YO (PARTE 2)

En la casa las cosas no mejoraban. Mi padre seguía en el pueblo y al poco tiempo se fue mi madre con él. En casa nos quedamos mi hermano, mi hermana y yo. Al salir de la secundaria a mi hermana le asignaron la responsabilidad de hacerse cargo de la casa, responsabilidad que no le quedó de otra más que aceptar, aunque fuese de mala gana. Como no había dinero para pagarle una carrera, mi hermana ingresó a un curso por las tardes, al que iba después de terminar las labores de la casa.

La buena relación que tenía con mi hermano se esfumó. Empezó a salir con una chica que tenía mala fama, relación que mis padres le prohibieron, prohibición que él no obedeció. La reacción de mi hermano fue seguir su relación alejándose de mis padres. Los fines de semana, que mis padres llegaban a casa, todo eran discusiones; discusiones que terminaban con mi hermano saliendo enojado de casa y ellos tomándola con mi hermana y conmigo.

La situación llegó al punto de que mi hermano nos retiró el habla, literalmente, y si le hablábamos no nos contestaba. Yo no entendía lo que pasaba pero por alguna razón me sentía culpable, y triste. Mi hermano me ignoraba, yo quería seguir jugando con él y él me gritaba que lo dejara en paz. Mi hermana por su lado, encerrada en su cuarto o con alguna amiga. Yo, en medio de todos, escuchándolo todo, resintiéndolo todo, sintiendo más que nunca su abandono, deseando que alguien me viera, me prestara atención. Yo, que había esperado todo la semana ilusionado con que llegaran mis padres para verlos, para abrazarlos, para estar con ellos, sólo recibía regaños por lo que había hecho, o no, durante la semana. Yo quería irme con ellos y se los dije, les dije que ya no quería ir a la escuela, que me quería ir con ellos al pueblo, que ya no quería estar separado de ellos. Cuando se tenían que ir, siempre me quedaba llorando, berreando, rogando que me llevaran con ellos, y cada vez que me dejaban iba creciendo mi sentimiento de abandono.

En mayo de ese mi primer año en secundaria, una de mis hermanas mayores,  aquella con la que años después me fui a vivir a Morelia, llegó de visita sorpresa a la casa. En ese tiempo no teníamos teléfono y las cartas tardaban de 15 días a un mes en llegar, por lo que ella no pudo avisar que iría y un sábado en la mañana tocaron a la puerta y ahí estaba ella, parada al lado de una caja, había llevado de regalo a mis padres un televisor. A mi sorpresa le siguió la felicidad, su visita era un oasis, su presencia llegaba a refrescar la situación que estábamos viviendo en la casa.

Durante los días que estuvo en la casa me sentí feliz, mientras estaba en la escuela deseaba llegar a la casa para estar con ella, ella me veía, ella me abrazaba, ella me notaba, con ella en casa ya no me sentía solo. El problema fue el día que tuvo que irse.

Ese día yo no quería ir a la escuela, quería estar con ella el tiempo que nos quedara juntos, no me dejaron. Me fui a la escuela llorando, literal, todo el camino; hasta que iba a llegar a la escuela me sequé las lágrimas porque me daba pena que mis compañeros me vieran llorar. Aguanté lo más que pude, pero no se había terminado ni la segunda clase cuando me quebré. Me importó poco la pena y me ganó el llanto. Me sentía tan mal, tan triste, tan desconsolado, no podía dejar de pensar en que cuando llegara a casa ella ya no iba a estar, en lo solo que me iba a sentir de nuevo, y eso aumentaba mi llanto. Mis compañeros se preocuparon, me preguntaban qué tenía, qué me pasaba, pero yo no podía contestar. Llamaron a un maestro; a él tuve que inventarle como pude, ante su insistencia, que me dolía mucho la cabeza. Así que me consiguieron una pastilla, me dijeron si quería irme a mi casa, pero pensaba en que me iban a regañar, primero por haberme ido y segundo por estar llorando, así que les dije que ya se me estaba pasando el dolor.

Ese día mis 2 amigos, Javier y José, estuvieron conmigo todo el día, de regreso a casa platicamos, les conté el verdadero motivo por el que había estado llorando, José nos contó que vivía con su abuela, que sus papás y hermanas tampoco estaban con él, eso nos unió. Javier no mostró mucha empatía.

Pocos días después le sugerí a José que al salir cambiáramos la ruta de regreso a casa, que en el receso hiciéramos otras cosas, que nos viéramos los sábados fuera de la escuela, que a la entrada de clases pasara por mi casa para llegar juntos y así, de ser un círculo nos redujimos a dos, Javier no fue más que un agregado a nuestra amistad. Amistad que duró toda la secundaria pero que tuvo sus cambios.

El primer año fuimos aun niños, jugando, corriendo, platicando de las cosas que veíamos en la TV, haciendo juntos la tarea, apoyándonos y acompañándonos.

En el segundo año se integró al grupo un chico nuevo, Román, desde el primer día fue la sensación, era un poco mayor que el resto, le empezaba a salir el bigote; decían que no era de la ciudad, que se acababan de mudar y que eran de dinero, las niñas decían que estaba guapo, y yo muy en mi interior negándome a reconocerlo, no podía dejar de notarlo.

José y yo seguíamos inseparables, todos tenían ya sus grupitos y aparte estábamos nosotros dos. Con la pubertad empezaron los cambios en nuestros juegos, algunos compañeros empezaban a platicar de otras cosas, a jugar a la botella, a molestar a las niñas, a hablar de los cambios visibles en sus cuerpos. José y yo tratábamos de integrarnos pero nos manteníamos inocentes, como que esos aun no eran juegos para nosotros.

Cuando se iba a terminar el segundo año mi mundo se vino abajo de nuevo, José me dio la noticia de que no iba a volver para el tercer grado, sus papás se lo iban a llevar con ellos. La noticia me afectó tanto que esas vacaciones, que me fui al pueblo con mis padres, me la pasé enfermo. Por varias semanas me estuve levantando por las noches con vómito, me llevaron al doctor y como no encontró la razón de mi padecimiento, su recomendación fue que dejara de cenar. Como desde siempre he sido extremista, aparte de dejar de cenar también dejé de comer y así se acabó el vómito, no sin antes bajar una cantidad significativa de kilos.

Al volver a la escuela todo era diferente, incluyéndome. De nuevo estaba solo, de nuevo me habían abandonado, de nuevo estaba vulnerable. Para colmo al grupo se habían integrado compañeros de otro grupo. Estos chavos eran de los rebeldes de la escuela, de los mal portados, excepto uno, había un chavo entre ellos bastante tranquilo que les seguía el juego a sus compañeros pero que se notaba era diferente. Algo sentí desde que lo conocí, algo similar a lo que ya había sentido antes, pero exponenciado.

Por fortuna a las pocas semanas de haber iniciado el curso, José apareció de nuevo en la escuela, algo no se había podido arreglar con sus papeles e iba a tener que terminar la secundaria ahí, me sentí más seguro.

Estos chavos sabían más cosas, hablaban de otras cosas, se comportaban diferente, jugaban de otra forma, pronto ya habían cambiado la dinámica del grupo. José y yo nos resistíamos a cambiar, por lo que nos manteníamos al margen siendo sólo los dos. Pronto nos empezaron a notar, empezaron a decirnos que los novios y tal, inconscientemente José y yo nos empezamos a separar un poco, primero para que no hablaran de nosotros y segundo para que dejaran de molestarnos. Cosa que no sucedió, más bien al dividirnos empezaron a molestarnos por separado.

Como a mi si me afectaban las burlas y notaban mi molestia cuando se metían conmigo, me hicieron cliente frecuente. Hasta que algo pasó, el chavo nuevo que se veía diferente, Alejandro, empezó a acercarse a mí, no me defendía como tal, pero cuando los demás me molestaban él les decía que no se metieran conmigo, que a mi él me iba a “amansar”, que yo iba a ser “suya”. Yo no recuerdo haber sido afeminado, no recuerdo que alguien en la escuela antes me lo hiciera notar o me molestara por eso. Era la primera vez que alguien se dirigía a mí en femenino, de pronto me sentí descubierto y expuesto, de pronto sentí que todo lo que había tratado de olvidar, que eso que me había empeñado tanto en esconder alguien lo había encontrado y ahora era visible para todos.  

miércoles, marzo 03, 2021

JUGANDO A NO SER YO (PARTE 1)

Cuando tenía 9 años nos cambiamos de casa, dejamos la casa donde nací y nos fuimos a “la ciudad”. Yo, desde entonces, estaba renuente al cambio; pero el hecho de que íbamos a vivir con mi hermano, al que sólo veía los fines de semana, me entusiasmaba. Por otro lado tenía temor de que el cambio, el rodearme de nuevos niños, provocara de nuevo esas cosas malas en mí, que ya había olvidado.

Por fortuna en la calle donde ahora vivíamos había muchos niños y pronto me hice amigo de mis vecinos, coincidió que dos vecinos iban a entrar al 5º de primaria como yo, eso me hizo sentir más en confianza.

Ese año fue muy duro para mí, aunque me adapté pronto a la nueva escuela y uno de los vecinos prácticamente me adoptó para que mis nuevos compañeros me aceptaran, en la casa las cosas no iban bien. Mi padre no se acostumbró al cambio y a los pocos meses se regresó al pueblo, ahora sólo lo veíamos los fines de semana y su ausencia la sentí como si me hubiera abandonado a mí. Después del “incidente” me había vuelto muy unido a mi padre, en las vacaciones me iba con él al campo y en las tardes lo ayudaba en las cosas que hacía en la casa, trataba de agradarlo lo más posible para recuperar su cariño. Cuando se regresó al pueblo volvió ese sentimiento de que se alejaba porque había algo malo en mí, porque no merecía que me quisiera, porque yo no era bueno y por eso todo el mundo en algún momento me iba a abandonar. Estos sentimientos se somatizaron y ese año me enfermé de todas las enfermedades que dan a los niños, me la pasé más enfermo en casa que en clases.

Poco a poco mi hermano tomó el lugar de mi padre, me acerqué más a él y la unión que tenía con mi padre la transfería a mi hermano. A los pocos meses me empecé a ir con él a su trabajo algunas tardes y los sábados, no porque quisiera trabajar sino para estar más cerca de él y asegurarme que él no me abandonara.

Mis temores de estar cerca de otros niños no habían desaparecido del todo, pero habían disminuido; por eso pude hacerme amigo de algunos niños con los que me juntaba en ocasiones para hacer la tarea, para ir a la biblioteca o en el caso de mis vecinos para jugar algunas tardes. Sin embargo, por más que me esforzara, había cosas que no podía dejar de sentir cuando estaba con alguno de esos niños, cosas que no podía explicar, era como un gusto, una afinidad, un querer algo más.

Esas cosas me hacían sentir culpable y por esa razón en la escuela tenía dos mejores amigas con las que estaba todo el día, con ellas no sentía esas cosas y eso me hacía sentir seguro. El juntarme más con niñas no obstante me trajo otro tipo de problemas; como en el recreo me quedaba sentado con las niñas, en lugar de jugar al fútbol; algunos niños empezaron a decir cosas de mí. Pero cuando un niño me molestaba o me confrontaba tratando de buscar pelea, mis dos compañeros que también eran mis vecinos, me defendían y sacaban la cara por mí, de no haber sido por ellos no sé cómo me habría ido.

En el 6º año llegó una niña nueva, una niña con la que hice click de inmediato. Su nombre era Lourdes, no recuerdo su historia pero había algo que nos identificaba, como si tuviéramos algo en común. Era una niña muy alta para su edad, alta y robusta. Siempre se vestía con sweater y pantalón, a pesar del calor chiapaneco,  y usaba una trenza. A esta niña le gustaba el fútbol, por lo que no se juntaba mucho con las otras niñas, que curioso que por este mismo hecho tampoco se juntara con los niños, de hecho como niños y niñas la veían diferente, les daba un poco de temor. Al poco tiempo de haber llegado nos hicimos compañeros de pupitre, compañeros de almuerzo, mejores amigos. Ella fue mi protectora el último año de primaria.

No había contado que mis padres no me mandaron a educación preescolar; sin embargo, como era un niño muy despierto e inteligente, (otra forma de decir que no sabían qué hacer conmigo en la casa) me inscribieron en la escuela con 5 años cumplidos, por lo que a los 11 años ingresé a la secundaria.

De nuevo otro cambio, dejaba atrás a mis amigos, a mis protectores y me enfrentaba con esta nueva realidad, solo, abandonado, como me seguía sintiendo. Para colmo me tocó el turno de la tarde, yo quería ir en la mañana. A mi grupo de la secundaria se fueron conmigo algunos compañeros, pero no era con los que me llevaba mejor. No obstante nos acompañamos los primeros días, hasta que cada uno hizo nuevas amistades.

En el grupo estaban estos dos niños que iban de la misma escuela y vivían muy cerca de la casa, ellos tenían otros amigos que estaban en grupos diferentes, a la hora del receso se juntaban con ellos y a la salida se iban todos juntos. Me hice amigo de uno de ellos y pronto me integré a su círculo de amigos.

Al poco tiempo el círculo se desintegró y nos quedamos tres, los que estábamos en el mismo grupo. Debo reconocer que tuve mucho que ver con que el círculo se haya desintegrado, el niño del que me había hecho amigo y yo tuvimos mucha química desde que nos conocimos, pero un día pasó algo que nos hizo inseparables.