lunes, mayo 31, 2021

Ya no quiero estar aquí

Terminé el segundo semestre con excelentes calificaciones y con otro diploma de primer lugar de aprovechamiento. Mis padres estaban felices y orgullosos, mientras yo me angustiaba pensando ¿Qué iba a hacer en las vacaciones?, ¿Qué pretexto iba a utilizar para ver a Sergio? ahora que ya no iba a ir a la escuela diariamente durante dos meses.

Una tarde llegó a la casa la prima con la que trabajé mientras no fui a la escuela; iba a pedirme que volviera a trabajar durante el verano. La idea no me agradaba, volver a trabajar era estar con mi hermano todo el día, quien por cierto poco a poco empezaba a hablarnos, con la diferencia que ahora era a mí a quien ya no le interesaba hablar con él. Toda la admiración que sentía por él y el poco cariño que me quedaba, lo perdió cuando volvió. No entendí como teniendo la oportunidad de empezar su vida lejos de ahí, como habiéndose ya ido, se dio por vencido y decidió regresar a lo fácil, a lo cómodo, a lo conocido, juré que eso no me pasaría a mí.

Con la presión que me causaba el que mis papás estaban pagando mi colegiatura, me veía en la obligación de ayudarlos así que acepte; igual era una forma de estar fuera de casa, ahora que también mi hermana había vuelto, más gruñona que antes;  además estaba el hecho que en la calle había más posibilidades de ver a Sergio, aunque fuera de lejos.

El verano pareció eterno, aunque vi a Sergio casi a diario a la distancia, fueron pocas las ocasiones que tuve la oportunidad de hablar con él, de estar a su lado. Afortunadamente llegó el momento de volver a la escuela, con la novedad de que no volvía sólo. Al ver mis papás mi cambio, lo responsable que me había vuelto, lo bien que me estaba haciendo esa escuela, decidieron meter a mi hermana en la misma; ahora que la habían obligado a regresar era una forma de mantenerla ocupada y tratar de contentarla. 

Entrábamos a la misma hora así que nos íbamos juntos, ahora no podía esperar a que pasara Sergio para irme con él, ni podía subirme a su lado pues iba con ella. A la salida la cosa era diferente, ella salía más temprano así que yo podía quedarme más tiempo y esperarlo, además con el pretexto de que me quedaba con mi novia, no había nada de sospechoso en que llegara a casa mucho más tarde que ella.

En esos días llegaron de una escuela de computación a ofrecernos cursos, supuestamente por estar en la escuela nos daban una beca y pagábamos una colegiatura mínima. Yo lo vi como la oportunidad perfecta, la idea de aprender a usar las computadoras me gustaba, eran el futuro; además era una actividad para hacer en las tardes, una actividad que me impediría seguir trabajando, una actividad por la que tendría que salir de casa, salir de casa implicaba utilizar de nuevo el transporte, utilizar de nuevo el transporte implicaba ver a Sergio más veces al día.

Como tenía algo ahorrado de mi trabajo durante el verano, les dije a mis padres que yo me iba a pagar el curso y me dejaron tomarlo, siempre y cuando no descuidara mis estudios. Durante esos meses fui feliz, resultó que era bueno para las computadoras y, además de estar aprendiendo a usarlas, me daba taco de ojo todas las tardes con el instructor; que al ser yo el más aplicado, era al que más le ponía atención. En esos cursos conocí a Arminda y a Gaby, la primera era una chica medio loca y desubicada que iba al curso sólo por que sus padres la obligaban, pero que ya quería irse con su novio, el chofer de un microbús, algo teníamos en común. La segunda era una niña que resultó ser hermana de la novia de Octavio, si mi "amigo especial" de la otra prepa, el mundo es un pañuelo. Hice buenas migas con ellas y, cuando Sergio no trabajaba, me iba con ellas caminando a la plaza. 

Las cosas en la escuela, en la casa, y ahora con Sergio no podían ser mejores, como a la hora que volvía del curso ya no había mucho pasaje, casi siempre me iba adelante con él, incluso en ocasiones, cuando ya me iba a bajar, me decía si no quería dar otra vuelta, ¿Querría el obeso adicto al azúcar otra dona?, yo si quería otra vuelta, yo si quería todas las vueltas.

Hasta ahora me había bastado con ver a Sergio a diario, con tenerlo cerca, con prestarnos cassettes, con regodearme en mi enamoramiento y tirarme en la cama a escuchar a Los Bukis suspirando por él, recordando los momentos que había pasado a su lado escuchando esas mismas canciones, recordando el olor de su perfume mezclado con el aroma a los cigarros que fumaba, recordando la forma en que me volteaba a ver y me sonreía mojándose los labios y pasando su lengua por el borde de su bigote, recordando todo lo que él hacía, todo lo que él era y me tenía así.

Pero llegó un momento en que quise más, no estaba seguro qué es lo que quería, que más quería, no sabía a ciencia cierta hasta donde se podía llegar con él, pero de pronto me surgió la necesidad de saberme y sentirme correspondido en mi enamoramiento; y, a partir de ahí, averiguar lo que seguía.

Eso era un dilema, con todo y lo de mis experiencias desde la primaria, en la secundaria y en la otra prepa, con todo y lo de las revistas porno gay, con todo y mis fantasías con personas de mí mismo sexo, con todo  y lo de mi enamoramiento; me costaba trabajo la idea de aceptarme como homosexual. Me costaba aun mas el pensar que mis padres se enteraran me aterraba el sentirme rechazado, exhibido, señalado, abandonado. 

A veces imaginaba que le confesaba mis sentimientos a Sergio y él me decía que sentía lo mismo, nos besábamos, nos íbamos juntos y éramos felices para siempre. Pero aterrizando la idea sabía que eso no funcionaría, ese final digno de una de esas telenovelas que tanto me gustaba ver no parecía ser tan posible. Yo no había ni terminado la prepa, vaya aun no era ni mayor de edad. La parte práctica que siempre habitó en mí se preguntaba ¿A dónde nos iríamos? ¿De qué íbamos a vivir?, yo me trataba de engañar creyendo que con mi certificado de capturista de datos recién obtenido quizá podría encontrar trabajo, él de chofer quizá también podía hacerlo, con eso bastaría, porque estaríamos juntos. Pero el pensar que la gente nos señalara, pensar que mi familia se sintiera decepcionada, eso era algo que no creía poder soportar.

En lo que decidía qué hacer, o si hacía algo, me sentía obligado a guardar las apariencias y seguía con mi novia, mi hermana la conoció en la escuela por lo que mis padres ya se habían enterado que yo tenía novia, no cabían de gusto; supongo que, con mis antecedentes, se sentían también algo aliviados. Pero ahora que me estaba planteando la posibilidad de que quizá esto con Sergio podría ser real, me di cuenta de que con ella jamás iba a sentir lo mismo. Ella, por su parte, se empezaba a dar cuenta de que algo estaba cambiando.

Yo siempre había tratado de evitar el contacto físico con ella, limitar los besos al saludo de hola y adiós; justificaba mi comportamiento con que yo era muy respetuoso y tal, pero ella ya empezaba a dejar de creerse ese cuento. Notaba mi ausencia, mi lejanía, mi rechazo era evidente. Un sábado, cansado de sus preguntas y sus reproches por mi frialdad, le dije que lo mejor era terminar, le dije que yo no estaba bien, que tenía muchos problemas, ella no lo tomó bien, me pidió otra oportunidad, me prometió cambiar, no presionarme más. Me preguntó si había algo mal con ella, si había alguien más. Le dije que si, que había alguien mas, por un momento sentí que iba a confesarle todo, pero me faltó valor. Sólo le dije que en algún momento le iba a contar quien era.

Mientras caminaba, después de haberla dejado en su casa, iba maldiciendo mi suerte, maldiciendo la vida, preguntándome porqué las cosas tenían que ser así, porqué yo tenía que ser así. Me sentía mal conmigo mismo, enojado conmigo mismo, no quería vivir así, engañando a la gente, lastimando a la gente. Que fáciles serían las cosas si yo pudiera ser normal, si pudiera evitar sentir lo que siento. Que fácil sería todo si pudiera conformarme con el amor incondicional que me ofrecían y olvidarme de lo que sentía por Sergio. Que fácil sería todo si pudiera dejar de sentir, dejar de respirar.

No sabía qué hacer, no sabía a donde ir. La plática con mi novia, ex-novia para ese momento, se había prolongado demás, ya era tarde, ya no había transporte. Me senté en una banca del jardín a pensar, deseando dejar de pensar.

En eso pasó por ahí  Alejandro, mi maestro de artes plásticas de la prepa. Era un tipo buena onda, platicaba mucho con nosotros, era divertido, inspiraba mucha confianza. Me preguntó que hacía tan tarde ahí, le dije que no quería llegar a casa. Me preguntó si tenía problemas, le dije que muchos. Necesitaba hablar con alguien, confesarme con alguien, necesitaba compartir con alguien esa carga tan pesada, así que me arriesgué. Le dije que estaba enamorado y mal correspondido, él al ser maestro también de mi novia, nos había visto juntos muchas veces, por lo que le extrañó mi confesión. Me preguntó si había otra mujer, le dije que no, que había un hombre.

No lo tomó tan mal, me dijo que no era grave, que no era el único, que había muchos otros como yo. Me dijo, no sé si tratando de ser empático, que en su juventud él había tenido una "experiencia" estando borracho, por lo que quizá lo mío sólo era una fase de curiosidad. Eso como que me reconfortó. Hablamos por un buen rato hasta que me dijo que me fuera a descansar, que al siguiente día vería las cosas más claras. Yo aún seguía sin ganas de llegar a casa, le dije que me iba a quedar un rato más ahí; me dijo que era peligroso, que me quedara en su casa, yo acepté. Al llegar a su casa seguimos platicando hasta que nos ganó el sueño.  

Al día siguiente tocaron a la puerta y escuche voces conocidas, eran mi hermana y mi ya ex-novia. Nunca había faltado a dormir por lo que mis padres se preocuparon, mandaron a mi hermana a buscarme. Fue a la casa de una de mis mejores amigas, la única que sabía donde vivía, quien la mandó a casa de mi ex-novia. Mi ex-novia le dijo que había estado con ella hasta tarde, que me vio mal, que le dije que tenía muchos problemas. Asustadas y pensando que había podido cometer alguna locura, fueron a casa de nuestro maestro. Ambas sabían que yo me llevaba bien con él y pensaron que él podía saber algo de mi, o podía ayudarlas a buscarme, así dieron conmigo. Mi hermana, visiblemente asustada, entró al cuarto donde yo estaba aun acostado, después de cerciorarse de que realmente estaba ahí y estaba bien, y de reclamarme el susto que les había dado, se fue. Yo todavía platiqué un poco más con Alejandro de las consecuencias que ese hecho me iba a traer, y de lo bien que se sentía el darme cuenta de que, con todo y todo, mis padres y mi hermana se preocupaban por mi, me querían. 

Estaba en la parada de las combis cuando llegó Sergio, me dijo que había visto a mi hermana, que le había preguntado por mi muy preocupada, le dije que ya me habían encontrado; me sonrío y me invitó a comerme un hot dog con él. Que curioso, a veces había fantaseado que me invitaba a comer algo parecido... Después de comernos el hot dog, nos fuimos. Me dejó en la puerta de la casa deseándome suerte. No lo entendía, a veces podía ser tan lindo y otras tan mamón, a veces me mostraba tanto interés y a veces tanta indiferencia, a veces sentía que lo amaba y otras veces…también.

Llegando a casa mi padre, como siempre, no me dijo nada, mi madre en cambio me dijo que quien sabe en qué malos pasos andaba, que seguramente ya había metido la pata con esa novia que tenía, que ya había arruinado mí vida y no sé cuanta cosa más. Yo ya no la escuché. 

Me urgía llegar a mi cuarto, me urgía recapitular lo bien que habían salido las cosas al final. Ya no tenía novia, ya tenía un amigo con quien hablar de lo que sentía, había descubierto que a mi familia si le importaba, y lo más importante, Sergio me había invitado a desayunar!!. 

Y pensar que recién en la noche, por un momento de verdad pensé: ya no quiero estar aquí. 

viernes, mayo 28, 2021

Amor prohibido

El que ahora me portara “bien”, el que ya no jugara a no ser yo, el que ya tuviera novia, no significaba que había dejado de sentir lo que sentía, significaba que había aprendido a reprimirlo. Cuando dejé de trabajar empecé a ir a la escuela todo el día, en la mañana a clases y en la tarde a verme con mis compañeros para hacer algún trabajo o una tarea. En esa época el transporte que me llevaba de la casa al centro era de dos unidades, cada unidad la manejaban dos choferes que se rolaban los turnos de 24 hrs, entraban a la una de la tarde y salían a la una del día siguiente. Yo, al tomar el transporte 4 veces al día, ya me conocía a los 4 choferes.
 
Ya hacía un tiempo que había notado a uno de los choferes, de hecho ya hasta sabía su nombre por las mujeres que subía en la parte de adelante, a las que les hacía la ronda y le decían “Ay Sergio, cómo eres!, ya también había estado en mis fantasías.
Esa noche de domingo que volvía del centro de regresar la película que había rentado el día anterior, sucedió que casualmente el chofer de la combi era él. Me subí en la parte de atrás y le pagué, nadie más subió. De pronto me dijo que si no quería subirme adelante para platicar, obvio si!.
 
Nos fuimos platicando todo el camino, me confirmó su nombre le dije el mío, al parecer él también ya me había notado, aunque supongo que por otros motivos. Ya sabía dónde vivía, sabía que iba a la escuela en las mañanas, dijo que ya me había visto en el jardín con mis amigas. Llegamos a la esquina donde me bajaba, resultó que no había luz en la colonia. Nos despedimos con un apretón de manos y al bajarme me dijo “qué te vaya bien, te vas con cuidado no te vayan a robar”, extrañado por su comentario volteé a verlo y en ese instante me perdí. Me estaba viendo sonriendo, ahí con sólo la luz de la combi iluminando brillaban más sus ojos viéndome, vi su sonrisa medio burlona, vi su bigote, vi el hoyuelo que se le hacía en la mejilla y lo sentí, sentí aquello que sentía cuando Alejandro me molestaba, sentí aquello que sentía cuando Jorge Alejandro y Octavio se me acercaban, sentí que eso era lo que tanto sentía que me faltaba. Le sonreí de vuelta  y llegué a casa emocionado, ilusionado y confundido.
 
Después de ese día, le quité a la casualidad la responsabilidad de subirme en la combi que manejaba él, ahora lo esperaba, no importaba cuánto. Si tenía suerte me tocaba subirme adelante y me recibía con el ya ansiado apretón de manos. Aunque no tuviera suerte me bastaba con subirme atrás e irlo viendo por el retrovisor, hasta que notaba que lo veía y arqueaba sus cejas en señal de saludo sonriéndome. Con el tiempo aumentó nuestra confianza y dejó de cobrarme el pasaje, a veces cuando iba atrás y se desocupaba adelante, me decía que me pasara junto a él. Así averigüe que su cumpleaños era el 29 de octubre, que ese año cumpliría 29 años, yo había cumplido recién 17, supe que estaba casado y que tenía un bebé de meses. Nuestra confianza llegó al punto de que en ocasiones me tocaba la pierna, me abrazaba, o me bromeaba diciéndome que no me pusiera celoso, cuando le reclamaba  que no me había bajado frente a mi casa sin que le pidiera la parada, lo que me hacía sentir especial cuando lo hacía, por ir platicando con alguna tipa.
 
En ese tiempo sucedió que mi hermana, la de Sancris, le pidió a mi padre que le buscara un coche y se lo comprara, mi padre lo compró y el coche se quedó en casa hasta que mi hermana fuera por él. Un día regresando de la escuela me comentó que por qué no usaba el coche, le dije que no sabía manejar, él se ofreció a enseñarme. Llegando a casa le dije a mis papás, mi mamá estaba renuente pues no conocían al fulano que me iba a enseñar,  pude convencerlos de que yo si lo conocía y era de confianza, al día siguiente le dije a Sergio que sí y concertamos una cita.
 
El día que quedamos sería la primera clase llegué a casa y me encontré con la sorpresa de que mi hermana había vuelto, no me dio nada de gusto. Aparte de que había vuelto de malas porque ella no quería volver y la obligaron, sentía que podía arruinar mis planes si empezaba a hacer preguntas de quién era ese tipo y de donde lo conocía, afortunadamente no lo hizo.
 
La hora de la cita llegó y él estuvo puntual, sacamos el coche y nos fuimos a un campo cercano a dar vueltas, yo estaba feliz, estaba aprendiendo a manejar y aparte estaba con él. Tuvimos otras tres sesiones. En la segunda comencé a notar cosas que no me gustaron, después de dar algunas vueltas me dijo que si podíamos pasar a su casa a recoger algo, supe donde vivía y conocí a su esposa, no era la gran cosa; lo que me extrañó fue que la sacara a ver el carro donde había llegado. En la tercer sesión nos fuimos un poco más lejos y de regreso me preguntó si no tenía novia, le dije que sí y me sugirió que fuéramos a verla en el carro, yo le dije que no así que me llevó por otras calles donde me dijo vivía una amiguita suya. En la última sesión me dijo que si no le podía prestar el carro, que había una chava a la que “le estaba llegando” y que quería llevársela por ahí, le dije que no creía que mis papás quisieran y noté su molestia. Entendí que lo de enseñarme a manejar no era porque quisiera estar conmigo, que él no me veía de la misma forma como lo veía yo, me sentí desilusionado
 
Pocos días después me dijo que ya no iba  a poder ir a enseñarme, que estaba haciendo otras cosas por las tardes. Al tiempo empezó a comportarse diferente conmigo, cuando me subía adelante con él se portaba seco, cortante, burlón, un día una chava hizo la parada y me dijo que le diera chance de que ella se sentara a su lado. Mi corazón se rompió.
 
Con todo y mi corazón roto yo lo seguía buscando, me le seguía apareciendo, seguía manteniendo la esperanza de que algún día ya no me iba a identificar con esa canción; con esa canción que venía en ese cassette que un día él me prestó y yo regrabé; con esa canción que había escuchado tantas veces estando a su lado; con esa canción que ya era un clásico pues su interprete había sido asesinada recién; con esa canción que, con mi dramatismo innato, yo ya había adoptado para llorar abrazado a mi almohada cuando sentía que él me hacía un desplante, cuando me sentía falto de esperanzas y sentía que el mundo jamás iba a entender, jamás iba a aceptar mi “Amor prohibido”.

miércoles, mayo 19, 2021

BREAK

Y no, ya no creo que todo tiempo pasado fue mejor. Sin embargo, sigo extrañando la ilusión, la expectativa que provocaba el pensar que las cosas iban a mejorar y el desconocer cómo o qué tanto iba a mejorar.

A finales de los noventas e inicios de los dos miles, con toda una vida por venir, con tantas cosas por descubrir, a menudo añoraba los días de la secundaria y de la prepa, la seguridad de estar en casa de unos padres que me resolvían la vida. Me preguntaba si algún día iba a añorar esos días y los iba a recordar con nostalgia, a pesar de las dificultades por las que estaba pasando, después descubrí que la respuesta es si.

La llamada de ayer con mi hermana me dejó un cúmulo de emociones. Al principio añoré los años que estuve viviendo con ella en Morelia, y me engañé por un momento pensando que esos años fueron de los mejores, como siempre recordando sólo los buenos momentos. Al pasar las horas aterricé en la realidad y recordé también los malos momentos, el que esperaba con ansías encontrar un buen trabajo que me permitiera pagar una renta e irme a vivir sólo, recordé que en cuanto se presentó la oportunidad lo hice.

Como siempre todo me llevó a recordar mi infancia, lo mucho que sufrí cuando ella se fue. Con ella me sentía protegido, querido, entendido, ella me daba el contacto físico que mis papás nunca me dieron. Recordé cómo ansiaba un muñeco de peluche, muñeco que mis papás nunca me compraron pues los peluches eran para niñas. Recordé como ella me hizo un muñeco de trapo que era mi favorito, hasta que en una ocasión lo dejé olvidado en el patio y la lluvia se lo llevó, justo unos días después de que ella se fue. 

Recordé el incidente ya contado en la secundaria cuando lloré y lloré por su partida; como lloré esa ocasión en que fuimos de visita a Morelia, a mis 13 años, y yo le suplicaba que me dejara quedarme con ella. Recordé como después de eso empezamos a intercambiar cartas, tarjetas de felicitación en nuestros cumpleaños y nos volvimos tan unidos, a pesar de la distancia. Recordé la ilusión que me provocaban las navidades al saber que ella iba a pasarlas con nosotros, el como poco a poco se me fue metiendo en la cabeza la idea de algún día de nuevo vivir con ella, hasta que lo conseguí. Recordé lo mucho que sufrí el día que partieron de Morelia, ahora no sólo ella, también mis dos adorados sobrinos. 

Todo se removió y mi cerebro como siempre se puso intenso, añorando, recordando, reprochando lo que pudo ser y no fue, todo lo demás que pudo ser y no fue.

Como buen masoquista estoy escuchando esa música, la que me recuerda el pasado, la que me recuerda la ilusión, la expectativa perdida. Y es que, aunque aun se tenga una que otra expectativa, uno no puede añorar lo que no ha sucedido, uno no puede ponerse nostálgico por lo que vendrá.

Desde hace mucho comprendí que los humanos nos sentimos insatisfechos por naturaleza, durante un buen tiempo esa insatisfacción me llevó a endeudarme a más no poder, hasta que aprendí que las cosas materiales son un alivio temporal que al final producen aún más insatisfacción.

Ahora  estoy aquí, contando mis bendiciones. Tratando de poner mis pies en la tierra, reconociendo que mi realidad no es tan mala. Hace algún tiempo a esta hora, estando en la oficina, añoraba los años en los que mi jornada laboral se acababa a la 1:00 pm y me iba a casa a ver series en el canal Sony. Ahora que tengo más de un año trabajando desde casa, por momentos llego a añorar los días en la oficina. Y sé, con certeza, que cuando volvamos a la oficina añoraré los días en los que trabajaba desde casa, así como estoy añorando mis días en Morelia viviendo con mi hermana.

Supongo que no queda más que resignarse a que esto va a ser siempre así, que siempre habrá estos días de añoranza y triquiñuelas del cerebro diciéndonos que nuestro pasado fue mejor que nuestro presente.

Por ahí leí una frase que decía “Cuando uno se conforma es cuando empieza a morir”, así que a seguir inconforme pues yo, a pesar de todo, aun no me quiero morir.