lunes, junio 28, 2021

SÓLO QUERÍA QUE MORELIA ME SIGUIERA TRATANDO BIEN

Llegó la navidad, la última del milenio. Sería la cena de navidad de la empresa, yo tan enamorado como ya estaba, le pedí a Eduardo que me acompañara. Ya no me importaban las habladurías, estaba tan feliz que no me importaba enfrentar al mundo, si él estaba a mi lado. Le dije a Lis si alguien podía quedarse a dormir en la casa, le inventé que era un compañero foráneo, ella aceptó con recelo. Ese dia fuimos a la fiesta, les extraño que llevara a un amigo pero nadie dijo nada, me dieron un reconocimiento por mi antigüedad en la empresa y un premio por mi ascenso, todo fue más especial por estar él ahí conmigo.

Al  terminar la fiesta nos fuimos a casa, por primera vez dormiríamos juntos. Intentamos tener intimidad pero algo no salió bien, no supimos acoplarnos, sólo dormimos. Al dia siguiente se fue a casa de su papá muy temprano y quedo de pasar por mi a la hora de la comida para salir. Cuando llegó, mi hermana y su esposo habían salido; esperando que lo del día anterior hubiera sido sólo porque habíamos bebido de más, lo invité a pasar. Empezamos a besarnos, los besos hicieron efecto en su cuerpo, pero al tratar de tocarlo se apartó, me dijo que mejor nos fuéramos, que alguien podía llegar. Contrariado le dije que si eso era lo que quería, nos fuéramos. 

Fuimos al cine, después a caminar. Me dijo que ya casi salía de vacaciones, que un amigo suyo de la escuela lo había invitado a su pueblo y se iba a ir con él unos días, al notar mi molestia me dijo que su amigo tenía novia, que dejara mis celos. Al parecer había olvidado que cuando recién nos conocimos ya me había platicado de ese amigo, me había dicho que a veces tenía actitudes raras con él, aunque le dijera que no era gay; que cuando le platico a él de mí, se había hecho novio de otra compañera, como por despecho.

La semana que él no estuvo yo me enfermé, estuve un par de días ausente de la oficina, el día que me llamó apenas y podía hablar, no me llamó más en toda esa semana. Al volver le marqué y nos vimos, estaba diferente, más animado, me dijo que se la había pasado muy bien, que se había divertido mucho. Esa era la última vez que nos veríamos ese año, me había dicho que en las vacaciones iba a pasar unos días con su mamá y otros con su papá, que se le complicaría verme, también lo acepté. Le entregué el regalo que le había comprado, él no me había comprado nada. 

La navidad y el año nuevo la pasaríamos de nuevo con la familia de mi cuñado, pero esta vez la cena de navidad sería en nuestra casa. Con la sospecha de que algo raro pasaba con Eduardo, esa navidad no pude disfrutarla. La cena de año nuevo fue de nuevo en casa de la hermana de mi cuñado, recordando el oso que hice el año pasado quedándome dormido en el baño,  ni siquiera pude ahogar mi pena en alcohol.

En el trabajo nos dieron la noticia que nuevamente nos cambiaríamos de oficinas. Habían construido un edificio en donde estaríamos todos juntos, los de la oficina del centro y nosotros. Lo que significaba que ahora veríamos al señor todos los días, y a la chismosa de su asistente, se nos acabaría la fiesta. Aunque ya siendo contador el trato directo era con la señora, a quien ya me había ganado; era él quien firmaba los cheques, autorizaba los pagos y tenía la última palabra para todo. Ya habíamos tenido varias, muchas, diferencias pues desde que entró Elena, y siguiendo su consejo de nunca quedarme callado y contestar cuando sabía que yo tenía la razón; varias veces me había gritoneado y yo a él; sobre todo cuando álguien que no fuera él quería darme órdenes, yo no las obedecía y me acusaban con él; yo le decía siempre que para eso no se me había contratado, lo que lo hacía enojar aún más. Las compañeras decían que no entendían cómo me aguantaba y no me había corrido, que parecíamos padre e hijo; mejor perro, les decía siempre. 

A principios del 2000 nos cambiamos. El nuevo lugar no estaba mal, mi oficina era más amplia y tenía una enorme ventana que daba al patio, la anterior era un cuarto sin ventilación. Tendría que cambiar nuevamente de transporte y caminar unas cuadras, pero esta ruta no era tan concurrida, siempre alcanzaba lugar sentado. Con el cambio de oficina también nos cambiaron los horarios, ya no podíamos salir a comer todos juntos, teníamos que tomar turnos para que siempre hubiera alguien en la oficina, la buena noticia es que los sábados saldríamos a las 3, ya no trabajaríamos por las tardes. 

Se acostumbraba que a principios de año nos aumentaban el sueldo, esta era la primera vez que me tocaba a mi la junta con el señor para revisar salarios. Lo convencí de lo bien que trabajaba, de todo lo que hacía, de lo mucho que le había ahorrado al ya no necesitar a un auxiliar, logré que me autorizada un incremento de 150 pesos. Con este incremento me convertía en el que tenía el sueldo más alto de toda la oficina; más alto que el de Claudia, la de más antigüedad; más alto que el de Sonia, la chismosa de su asistente, su mano derecha, su tapadera. El me advirtió: “Así como vas a ganar te voy a exigir cabrón”, yo le dí el avión, ya había aprendido a darle el avión y él ya aceptaba que le diera el avión, “Siempre terminas haciendo lo que te da tu chingada gana, patrón”, me decía.

Ese, nuestro primer sábado en las nuevas oficinas, decidieron que saldríamos a comer todos juntos y después al cine para celebrar, yo dije que no iría. Había quedado de verme con Eduardo. Desde que se acabaron las vacaciones le había estado llamando para vernos y siempre me daba evasivas, ese día al fin lo vería.

Al medio día entró una llamada a mi extensión, era él. Estábamos decidiendo a dónde queríamos ir o lo que queríamos hacer cuando se cortó la llamada. Le volví a marcar sin éxito, lo seguí intentando hasta que entró la llamada. Me contestó molesto, le dije que se había cortado, me dijo que no, que él había colgado. Extrañado le pregunté porqué. Se soltó diciéndome que ya estaba harto, que siempre era lo mismo, que nunca podíamos ponernos de acuerdo, que me tenía que sacar las palabras. Me recordó esa ocasión que me había llamado cuando se fue con su amigo, que yo solo estaba callado y no le decía nada; le dije que apenas y podía hablar por mi infección de garganta; me dijo que eran pretextos, que ya no me aguantaba; le dije que entonces ya no me llamara; me dijo si yo creo que mejor aquí la dejamos; pues aquí la dejamos, le dije y ahora le colgué yo.

Salí de mi oficina fúrico y le dije a mis compañeros que siempre sí iría con ellos a celebrar. A pesar de todo nos divertimos. Al volver tomé el mismo transporte que tomaba Claudia, el que nos dejaba a ambos cerca de nuestras casas. En el camino íbamos platicando de lo bien que lo habíamos pasado, recordamos cuando yo entré a trabajar, me dijo que le había caído mal, le dije que ella a mi también, porque se creía la jefa. Caímos en cuenta que éramos los únicos que quedábamos de aquel tiempo. Pasamos a nuestra vida privada, le dije que andaba sufriendo por amores, me dijo que por eso ella estaba mejor sola. En tono de broma dijimos que ya que nos llevábamos tan bien, deberíamos empezar a salir juntos, para hacernos compañía. 

Aunque el comentario había sido en broma, la idea se quedó dando vueltas en mi cabeza. Ya me había dado cuenta de que el tema con los hombres era muy complicado, ya estaba cansado de buscar, de conocer  gente, de pasar por lo mismo una y otra vez, de creer haber encontrado a la persona adecuada, sólo para decepcionarme de nuevo al poco tiempo.

Llegó el día de la boda de Diana, yo fui acompañado de una compañera de otra sucursal, se decía que yo le gustaba así que la invite y aceptó. Esa fue la última vez que vi a Roberto, él fue solo. Se sorprendió al verme llegar acompañado de una mujer, pero lo entendió. "La gente en Morelia es muy de apariencias" se decía, como te ven te tratan. Yo estaba decidido a cambiar, a dejar atrás lo que yo había decidido creer era una etapa de experimentación. Yo sólo quería dejar de sufrir, yo sólo quería cumplir finalmente con lo que se esperaba de mi, yo sólo quería que Morelia me siguiera tratando bien.

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