miércoles, junio 23, 2021

EL CIELO SE SEGUÍA NUBLANDO

Pasaron los días y la nueva contadora, Elena, se integró al grupo; también se saltó la regla de no convivir con el resto. Me costaba  reconocer que no me caía mal. Iba del DF donde hasta hace poco trabajaba, era irreverente, simpática, desinhibida, sincera, no se tomaba nada en serio. Nos contó que no pensaba durar mucho ahí, que había aceptado el trabajo pues su hermana se lo había ofrecido, pero que el señor le caía mal “welcome to the club”... Cuando le tuve la confianza suficiente le platiqué que el puesto me lo habían ofrecido a mí, pero que no me lo dieron por dárselo a ella. Entre bromas me dijo ahora entiendo porque me odiabas cuando llegué, y me prometió que cuando se fuera yo sería quien se quedaría en su lugar, lo dijo con tanta seguridad que se lo creí. Al poco tiempo empecé a ayudarle también a ella por las tardes, a escondidas. Me dijo que esa era mi capacitación.
Con las cartas no me iba nada bien, ya había conocido a varios pero no se concretaba nada, además las cartas tardaban hasta dos semanas en llegar, incluso las que iban dentro de la misma ciudad. Un día creí conocer al indicado, se llamaba José Abraham, por algo que me explicó pero no recuerdo le gustaba que le llamaran “Jazz”, yo prefería llamarlo Abraham. Estudiaba Derecho y nadie sabía de sus preferencias, ni en su casa, ni sus amigos. Le gustaba dibujar, a mi me gustaba Garfield, me dibujó un Garfield que decoró mi cuarto las semanas que estuvimos en contacto. Nos vimos varios días en las bancas de la plaza de armas, hasta que nos citamos para salir un fin de semana. Fuimos al cine, vimos “Armageddon”, Bruce Willis fue mi crush por varios años. Le pedí su teléfono para estar en contacto, me dijo que no le gustaba darlo pero que como mi voz sonaba varonil me lo daría, pero que sólo le llamara si era muy necesario. Salimos por varios fines de semana más, hasta que un día no llegó a nuestra cita. Le llamé un par de ocasiones pero no lo encontré en su casa. Se esfumó y con él el Garfield que me había dibujado, que acabó en la basura. 
Después de que Roberto y yo nos sinceramos, le platiqué de Abraham, le dije que era con él con quien me había visto en aquella ocasión y que, así como llegó, desapareció. Me dijo que no me preocupara, que hombres sobraban, le dije que me los presentara, cosa que hizo. Empezamos a salir los sábados de antro, me enseñó los lugares de ligue de la ciudad, eran relativamente pocos, recuerdo “La Rojas” en el centro; el “Boy`s” en la salida a Pátzcuaro, el café del teatro Ocampo, el bar del hotel Florida en la Avenida Morelos, y las bancas de la plaza de armas, así como las de el jardín de las rosas, pero estas últimas eran sólo para "obvias", no debía ir ahí. En uno de esos antros nos encontramos a otro compañero del trabajo, al parecer era cierto los hombres como nosotros abundaban. Ya con unas cervezas encima se me quitaba lo tímido y lo romántico, tuve algunos acercamientos con uno que otro chavo, cosas de una noche.
Con la convivencia con Roberto noté que me estaba ilusionado con él. Supongo que era normal, estábamos todo el día juntos, salíamos los fines de semana, me estaba enseñando a aceptar mis gustos, a ser yo. Y aunque no me gustaba mucho físicamente, me sentía bien estando con él. Sin embargo, cuando le tocaba el tema de ser algo más que amigos, lo evadía y me hablaba de lo guapo que era el mensajero, o el chico que acababa de entrar al laboratorio, o los hijos del señor que ya estaban en edad de merecer, o el compañero que nos habíamos encontrado en el antro y ahora me invitaba a salir.
El fin de semana de día de muertos me invitó a su pueblo. El plan era el sábado irnos de antro, quedarnos en su casa y el domingo muy temprano irnos a su pueblo. Pensé que si ese fin de semana no pasaba algo entre nosotros, jamás pasaría; y sí, algo pasó. A Lis le dije que iría a Janitzio con los del trabajo de fin de semana, aunque ya hubiese pasado el día de muertos. El sábado mientras bailábamos me acerqué e intenté besarlo, me correspondió una vez y después el rechazo. Contrariado, molesto y ofendido en mi orgullo me porté cortante el resto de la noche, de no haber avisado en casa que no llegaría a dormir, habría cancelado el plan. Esa noche al llegar a su casa descubrí que no vivía solo, compartía departamento con una amiga, se sinceró conmigo. Me contó que ese departamento se lo había heredado a él y a su amiga su pareja, quien había fallecido hacía poco. Me confesó que había fallecido de complicaciones por SIDA y que él también estaba contagiado. Me dijo que por esa razón no podía haber nada entre nosotros, por mucho que lo deseara. Agradecí su honestidad, sintiéndome cucaracha, nada que no hubiera sentido antes...
Llegamos super cansados pues sólo dormimos un poco en el autobús. Su mamá ya nos tenía listo el desayuno, preparado en un fogón de leña. Era verdad que sus padres vivían alejados de la civilización, no tenían TV. Roberto me enseñó su cuarto, su colección de casettes y la grabadora que era su distracción. Después de desayunar tomamos una siesta escuchando a Pet Shop Boys y Cher, sus artistas favoritos. Por la tarde fuimos por leña al campo y su mamá nos hizo café, hacía frío y pronto volveríamos a Morelia. Yo no pude disfrutar el viaje, estaba ausente, no dejaba de pensar en la información que recién acababa de recibir, no sabía como asimilarla.
Después de ese día Roberto empezó a enfermar y a ausentarse del trabajo. A las pocas semanas lo despidieron, supuestamente por sus inasistencias. Lo seguí viendo algunas ocasiones en que quedamos para comer juntos y la última vez en la boda de Diana, después le perdí la pista. Mucho tiempo después me encontré con la amiga con la que vivía y me dijo que ella ya tampoco lo veía, que se había regresado a su pueblo, desahuciado. Una tarde el señor me dijo que "ya le estaban buscando reemplazo a mi amigo, que a ver si no me había contagiado", entonces comprendí el verdadero motivo de su despido, los rumores de su enfermedad habían llegado a los oídos de mi jefe, lo odié más.
Esa navidad, mi primer navidad en Morelia fue especial. La ciudad se lleno de luces, los centros comerciales estaban llenos de adornos, juguetes, dulces. Lis puso el árbol de navidad, donde puse el regalo de mi sobrino. Fue una navidad fría, como según yo debían ser las navidades. La navidad y año nuevo la pasamos en casa de la hermana de mi cuñado, como mi vida laboral, amorosa y amistosa estaba medio complicada, me había dado por emborracharme a la menor provocación. Esa navidad toqué fondo, me quede dormido en el piso del baño de la casa de la anfitriona, después de haber regresado la cena. Para la cena de año nuevo ya tuve que comportarme.
Por esas fechas nos dieron la noticia de que nos cambiaríamos de oficina. Los señores habían comprado una casa en La Loma y rentarían donde estábamos ahora, nos mudábamos a la sucursal de Carrillo. El cielo se seguía nublando.

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