miércoles, marzo 17, 2021

De vuelta al buen camino

Al desertar de la escuela el trabajo fue mi única obligación. Mis padres estaban de regreso en casa definitivamente. Los problemas con mi hermana continuaban y ellos creían que su ausencia tenía algo que ver (que perceptivos!), y como era la mujer y había que vigilarla, optaron por quedarse con nosotros, antes de que saliera con su domingo 7. Mi hermano seguía con su ley del hielo generalizada. El sentimiento de abandono que mis padres habían provocado en mí, se había convertido en rechazo y en un creciente resentimiento hacia ellos. Los culpaba de todo, el haberme dejado sólo, el no haberme puesto atención hizo que descuidara la escuela y por eso ahora ya estaba trabajando, el no quejarme del trabajo era como una forma de castigarlos.

Al poco tiempo mi madre me confesó que me habían puesto a trabajar para que recapacitara, para que me diera cuenta de lo dura que era la vida sin preparación, sin una carrera; pero que yo ya me veía muy a gusto y que ella no quería que me acostumbrara, que yo podía hacer algo más, ser algo más. Aunque fingí no darle importancia a sus palabras, se quedaron grabadas en mi cabeza.

En el trabajo había un chavo que había estudiado una carrera técnica, Contador Privado. Mi tía, la dueña del negocio en el que trabajaba, al enterarse de que yo había desertado de la escuela le sugirió a mi padre que estudiara lo mismo, hasta nos consiguió un folleto y nos dijo a mi padre y a mí que fuéramos por informes. Fuimos a la escuela y la idea de volver al estudio llamó mi atención, eran tres años y al terminar tendría un título con el que podría trabajar, además tendría la opción de estudiar una licenciatura. El problema era que la escuela era particular y ¿de dónde íbamos a sacar para la colegiatura?. Mi tía dijo que ella nos iba a apoyar, supongo que su apoyo era seguir dándome trabajo pues nunca vimos de ella un centavo extra. Mis padres decidieron vender la casa del pueblo y todas las tierras, con eso pagarían mi escuela.

A los 16 años empecé de nuevo. Nueva escuela, nuevos compañeros, nuevos maestros, nuevo yo. Estando consciente del enorme sacrificio que hacían mis padres y recapacitando acerca de que realmente no quería trabajar en el negocio de los tíos toda la vida, como mi hermano, decidí que esta vez las cosas las iba a hacer diferentes. Me iba a olvidar de mis juegos y me iba a concentrar sólo en estudiar.

La escuela era totalmente diferente, nuestro grupo era reducido, la atención de los maestros era personalizada, se sabían nuestros nombres, nos mantenían vigilados, la escuela no tenía ni patio por lo que cero distracciones. También entraba a las 7:00 am pero la escuela estaba más cerca de casa, además disfrutaba tanto de las clases que hasta levantarme temprano no se me hacía pesado. Después de los primeros exámenes empecé a destacar, mi boleta fue la única que se llenó totalmente de dieces. El reconocimiento y las felicitaciones se sentían bien, lo estaba haciendo bien. Me volví a sentir como en la primaria, de los buenos, y por primera vez estaba siendo aceptado, popular.

Mientras estudiaba seguía trabajando por lo que todo el día me mantenía ocupado, sin tiempo para pensar en otras cosas. No obstante muy en el fondo había cosas que seguía sintiendo, y por más que me empeñaba en ignorarlas, ahí estaban. Había dos compañeros en el grupo con los que me sentía demasiado bien, y ante mi temor de volver a repetir las cosas del pasado, me acerqué más a las chavas. Una de ellas me mostraba mucho interés, me buscaba, platicaba conmigo y cuando estábamos juntos sus amigas nos hacían bromas de que nos gustábamos y así, en mi caso nada más alejado de la realidad.

En mi lógica creí que mientras estuviera con alguna chava iba a dejar de pensar en hombres, iba a dejar de sentir lo que sentía, iba a estar seguro. Así que un día, después de explicarle que yo no era un chavo “normal” le pedí que fuera mi novia. Al decirle que no era normal me refería a que no iba a fiestas, no bailaba, no fumaba, no tomaba, no me gustaban las mujeres…bueno eso último lo omití. Así que a los 17 di mi primer beso, y no sentí nada. No fue como me lo había imaginado.

Se acabó el primer semestre y todo iba bien, mis calificaciones fueron las mejores del grupo, hasta diploma de primer lugar de aprovechamiento me tocó, en la otra prepa era un fracaso, aquí era un “cerebrito”. Estaba realizado y feliz por primera vez en mucho tiempo. Al terminar el semestre nos dieron la noticia de que nos íbamos a cambiar de edificio, nos fuimos al centro de la ciudad, en donde iniciamos el segundo semestre.

El nuevo edificio ya tenía patio, pero como en el grupo éramos tan pocos hombres y nuestro uniforme era de “Godín” (pantalón de vestir azul y camisa blanca), en el tiempo libre nadie jugaba, todos estudiábamos o platicábamos. El único problema que tenía era con educación física (ya sé), la materia nos la daban los sábado. En el primer semestre, como yo trabajaba los sábados, me dieron oportunidad de no asistir a esa clase y pasé la materia yendo al desfile del 20 de noviembre a hacer vallas humanas con mis compañeros. Para el segundo semestre ya no trabajaba, las tareas eran muchas y al demostrarle a mis papás que estaba dando resultados en la escuela, me levantaron el castigo. Lo malo es que al dejar de trabajar ya tuve que ir a clases de educación física los sábados; lo que no estaba tan mal, pues al ser tan malo en todo los deportes, el maestro se rindió conmigo y bastó con hacer acto de presencia para pasar la materia.

Todo iba bien en mi vida, era bueno en la escuela, en casa ya estaban mis padres, ya tenía hasta novia, ya no tenía que jugar a no ser yo. Mis hermanos en esa época habían decidido que seguirían los pasos de los mayores y dejaron la casa, yo ya no los extrañaba, todo lo contrario, tenía la casa, y a mis padres, para mí solo. Aun así, sentía que algo me hacía falta

Uno de esos sábados al terminar la clase, acompañé a mi novia a su casa y pasé por el puesto de revistas que estaba de camino a la parada del transporte. Estaba buscando una revista cuando algo llamó mi atención, aquello que descubrí fue el inicio de lo que provoco que mi tranquilidad y mi buen comportamiento durara tan poco, como mi vuelta al buen camino.

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