martes, marzo 09, 2021

JUGANDO A NO SER YO (PARTE 2)

En la casa las cosas no mejoraban. Mi padre seguía en el pueblo y al poco tiempo se fue mi madre con él. En casa nos quedamos mi hermano, mi hermana y yo. Al salir de la secundaria a mi hermana le asignaron la responsabilidad de hacerse cargo de la casa, responsabilidad que no le quedó de otra más que aceptar, aunque fuese de mala gana. Como no había dinero para pagarle una carrera, mi hermana ingresó a un curso por las tardes, al que iba después de terminar las labores de la casa.

La buena relación que tenía con mi hermano se esfumó. Empezó a salir con una chica que tenía mala fama, relación que mis padres le prohibieron, prohibición que él no obedeció. La reacción de mi hermano fue seguir su relación alejándose de mis padres. Los fines de semana, que mis padres llegaban a casa, todo eran discusiones; discusiones que terminaban con mi hermano saliendo enojado de casa y ellos tomándola con mi hermana y conmigo.

La situación llegó al punto de que mi hermano nos retiró el habla, literalmente, y si le hablábamos no nos contestaba. Yo no entendía lo que pasaba pero por alguna razón me sentía culpable, y triste. Mi hermano me ignoraba, yo quería seguir jugando con él y él me gritaba que lo dejara en paz. Mi hermana por su lado, encerrada en su cuarto o con alguna amiga. Yo, en medio de todos, escuchándolo todo, resintiéndolo todo, sintiendo más que nunca su abandono, deseando que alguien me viera, me prestara atención. Yo, que había esperado todo la semana ilusionado con que llegaran mis padres para verlos, para abrazarlos, para estar con ellos, sólo recibía regaños por lo que había hecho, o no, durante la semana. Yo quería irme con ellos y se los dije, les dije que ya no quería ir a la escuela, que me quería ir con ellos al pueblo, que ya no quería estar separado de ellos. Cuando se tenían que ir, siempre me quedaba llorando, berreando, rogando que me llevaran con ellos, y cada vez que me dejaban iba creciendo mi sentimiento de abandono.

En mayo de ese mi primer año en secundaria, una de mis hermanas mayores,  aquella con la que años después me fui a vivir a Morelia, llegó de visita sorpresa a la casa. En ese tiempo no teníamos teléfono y las cartas tardaban de 15 días a un mes en llegar, por lo que ella no pudo avisar que iría y un sábado en la mañana tocaron a la puerta y ahí estaba ella, parada al lado de una caja, había llevado de regalo a mis padres un televisor. A mi sorpresa le siguió la felicidad, su visita era un oasis, su presencia llegaba a refrescar la situación que estábamos viviendo en la casa.

Durante los días que estuvo en la casa me sentí feliz, mientras estaba en la escuela deseaba llegar a la casa para estar con ella, ella me veía, ella me abrazaba, ella me notaba, con ella en casa ya no me sentía solo. El problema fue el día que tuvo que irse.

Ese día yo no quería ir a la escuela, quería estar con ella el tiempo que nos quedara juntos, no me dejaron. Me fui a la escuela llorando, literal, todo el camino; hasta que iba a llegar a la escuela me sequé las lágrimas porque me daba pena que mis compañeros me vieran llorar. Aguanté lo más que pude, pero no se había terminado ni la segunda clase cuando me quebré. Me importó poco la pena y me ganó el llanto. Me sentía tan mal, tan triste, tan desconsolado, no podía dejar de pensar en que cuando llegara a casa ella ya no iba a estar, en lo solo que me iba a sentir de nuevo, y eso aumentaba mi llanto. Mis compañeros se preocuparon, me preguntaban qué tenía, qué me pasaba, pero yo no podía contestar. Llamaron a un maestro; a él tuve que inventarle como pude, ante su insistencia, que me dolía mucho la cabeza. Así que me consiguieron una pastilla, me dijeron si quería irme a mi casa, pero pensaba en que me iban a regañar, primero por haberme ido y segundo por estar llorando, así que les dije que ya se me estaba pasando el dolor.

Ese día mis 2 amigos, Javier y José, estuvieron conmigo todo el día, de regreso a casa platicamos, les conté el verdadero motivo por el que había estado llorando, José nos contó que vivía con su abuela, que sus papás y hermanas tampoco estaban con él, eso nos unió. Javier no mostró mucha empatía.

Pocos días después le sugerí a José que al salir cambiáramos la ruta de regreso a casa, que en el receso hiciéramos otras cosas, que nos viéramos los sábados fuera de la escuela, que a la entrada de clases pasara por mi casa para llegar juntos y así, de ser un círculo nos redujimos a dos, Javier no fue más que un agregado a nuestra amistad. Amistad que duró toda la secundaria pero que tuvo sus cambios.

El primer año fuimos aun niños, jugando, corriendo, platicando de las cosas que veíamos en la TV, haciendo juntos la tarea, apoyándonos y acompañándonos.

En el segundo año se integró al grupo un chico nuevo, Román, desde el primer día fue la sensación, era un poco mayor que el resto, le empezaba a salir el bigote; decían que no era de la ciudad, que se acababan de mudar y que eran de dinero, las niñas decían que estaba guapo, y yo muy en mi interior negándome a reconocerlo, no podía dejar de notarlo.

José y yo seguíamos inseparables, todos tenían ya sus grupitos y aparte estábamos nosotros dos. Con la pubertad empezaron los cambios en nuestros juegos, algunos compañeros empezaban a platicar de otras cosas, a jugar a la botella, a molestar a las niñas, a hablar de los cambios visibles en sus cuerpos. José y yo tratábamos de integrarnos pero nos manteníamos inocentes, como que esos aun no eran juegos para nosotros.

Cuando se iba a terminar el segundo año mi mundo se vino abajo de nuevo, José me dio la noticia de que no iba a volver para el tercer grado, sus papás se lo iban a llevar con ellos. La noticia me afectó tanto que esas vacaciones, que me fui al pueblo con mis padres, me la pasé enfermo. Por varias semanas me estuve levantando por las noches con vómito, me llevaron al doctor y como no encontró la razón de mi padecimiento, su recomendación fue que dejara de cenar. Como desde siempre he sido extremista, aparte de dejar de cenar también dejé de comer y así se acabó el vómito, no sin antes bajar una cantidad significativa de kilos.

Al volver a la escuela todo era diferente, incluyéndome. De nuevo estaba solo, de nuevo me habían abandonado, de nuevo estaba vulnerable. Para colmo al grupo se habían integrado compañeros de otro grupo. Estos chavos eran de los rebeldes de la escuela, de los mal portados, excepto uno, había un chavo entre ellos bastante tranquilo que les seguía el juego a sus compañeros pero que se notaba era diferente. Algo sentí desde que lo conocí, algo similar a lo que ya había sentido antes, pero exponenciado.

Por fortuna a las pocas semanas de haber iniciado el curso, José apareció de nuevo en la escuela, algo no se había podido arreglar con sus papeles e iba a tener que terminar la secundaria ahí, me sentí más seguro.

Estos chavos sabían más cosas, hablaban de otras cosas, se comportaban diferente, jugaban de otra forma, pronto ya habían cambiado la dinámica del grupo. José y yo nos resistíamos a cambiar, por lo que nos manteníamos al margen siendo sólo los dos. Pronto nos empezaron a notar, empezaron a decirnos que los novios y tal, inconscientemente José y yo nos empezamos a separar un poco, primero para que no hablaran de nosotros y segundo para que dejaran de molestarnos. Cosa que no sucedió, más bien al dividirnos empezaron a molestarnos por separado.

Como a mi si me afectaban las burlas y notaban mi molestia cuando se metían conmigo, me hicieron cliente frecuente. Hasta que algo pasó, el chavo nuevo que se veía diferente, Alejandro, empezó a acercarse a mí, no me defendía como tal, pero cuando los demás me molestaban él les decía que no se metieran conmigo, que a mi él me iba a “amansar”, que yo iba a ser “suya”. Yo no recuerdo haber sido afeminado, no recuerdo que alguien en la escuela antes me lo hiciera notar o me molestara por eso. Era la primera vez que alguien se dirigía a mí en femenino, de pronto me sentí descubierto y expuesto, de pronto sentí que todo lo que había tratado de olvidar, que eso que me había empeñado tanto en esconder alguien lo había encontrado y ahora era visible para todos.  

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