lunes, junio 14, 2021

MUDANZA

Se llegó el fin de año y el momento de comunicarles mi decisión a mis padres. A mi madre no le pareció, dijo que mi hermana estaba recién casada y con un bebé, cómo iba yo a llegar a darles molestias. Como en ocasiones anteriores yo ya iba con todo resuelto, con todo planeado, con todo decidido, así que lo que me dijeran no me iba a hacer cambiar de opinión. Tiempo después mi madre me confesó que no quería dejarme ir porque sabía que yo sí ya no volvería; lo perceptivo lo heredé de ella, lo decidido lo heredé de ella, todo lo bueno, y gran parte de lo malo, lo heredé de ella.

Ahora que me iba tan lejos presentía que no iba a poder volver de visita tan pronto, tenía que decidir qué llevarme y qué dejar. Por fortuna ropa no tenía mucha, pero recuerdos, esos sí que abundaban. Empaqué los trapos que más me gustaban, los casetes que no dejaba de escuchar y guardé en cajas lo que no quería que me tiraran, sabía que al dejar la casa no iba a pasar mucho tiempo para que se deshicieran de todo lo mío, así que me les adelanté y decidí quemarlo.

Ese fue el final de todos esos cuadernos y libros tapizados con “S”. Así terminó el cuaderno que utilicé de diario y que tenía escrita toda mi historia con él, desde el día en que lo conocí hasta el día en que me fui a San Cristóbal con la idea de olvidarle; ese cuaderno en el que plasmaba al llegar a casa lo bien que me había ido con él, lo mamón que había sido ese día, lo desconsolado que estaba al pensar que no teníamos futuro, ese cuaderno lleno de vivencias, de sueños, de ilusiones borrosas por algunas, varias, muchas lágrimas.

Durante los días que estuve ahí antes de partir me costó mucho resistir la tentación de salir a buscarle, finalmente ya me había despedido de él para siempre en aquella carta, si la había leído ya sabía que me iba, si no la había leído le quedaría la duda de qué había sido de mi, eso era más dramático que buscarlo otra vez. Aproveché esos días con Lu y con Alejandro, para platicar, para despedirnos, para pasar el mayor tiempo posible juntos, creyendo que así no los iba a extrañar tanto.

Esa navidad fue diferente, se sintió diferente, nadie fue de visita, la pasamos mis papás, Lu y yo. Cocinamos la cena y después de cenar Lu y yo nos quedamos viendo películas, hasta que nos venció el sueño.

Al iniciar el año Lu tuvo que volver a San Cristóbal y yo tuve que ponerle fecha a mi viaje, lo había estado postergando; tenía sentimientos encontrados, quería irme pero era mucho lo que iba a dejar y eso por instantes me hacía dudar. Despedirme de ella fue difícil y estuve a punto de arrepentirme, pero ya había dicho que me iba, no iba a quedar ahora como un rajón, como un cobarde, esa no era opción.

Ese lunes 12 de enero de 1998 a las 6:30 de la tarde partí rumbo a Morelia, no quise que mis papás me llevaran a la terminal, no iba a poder con la despedida.

Antes de subirme al autobús fui a la tienda de la terminal a comprar una botella con agua, ahí me encontré a Octavio, a Octavio el rebelde, a Octavio el expulsado de la prepa, a mi Octavio. Ya nos  habíamos re-encontrado  anteriormente, el destino es grande y esa ciudad muy chica (Que oso parafrasear a Arjona), me lo encontré como novio de una de mis amigas de la otra prepa. De hecho en mi época de rebelde nos habíamos ido de peda en bola con él y otros amigos suyos, hasta un 10 de mayo terminamos llevándole serenata a las mamás, la mía incluida, de los que salimos esa noche de borrachera. Mi madre, con su habitual ternura, en lugar de agradecerme, me reprochó el que anduviera de madrugada en la calle y llegara con aliento alcohólico.

Al irme a San Cristóbal le había perdido nuevamente la pista y ahora me lo encontraba trabajando ahí. Me dijo que ya no andaba con mi amiga, que hacía mucho no la veía, que terminaron peleados por sus reproches por su forma de beber, que también le quedaban pocos amigos, al parecer el vicio del alcohol era lo único que lo seguía acompañando. Me dijo que a ver cuándo nos íbamos a echar unas chelas para recordar viejos tiempos, le dije que yo estaba a punto de irme y no tenía fecha de regreso. Me dijo “Que mal, yo todavía me acuerdo del CBTIS, mientras apretaba mi hombro”.  No entendí, no quise entender, no quise dudar. Nos despedimos con un apretón de manos y un abrazo.

Ya en el autobús, llorando y reflexionando, le reprochaba a la vida por ser tan injusta, por burlarse de mí, parecía que le encantaba restregarme en la cara lo que no podía tener; si me hubiera encontrado antes a Octavio, quizá…, pero ya para qué pensar en eso. Ya iba en camino a mi nueva vida, ya había hecho mi mudanza.

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