viernes, mayo 28, 2021

Amor prohibido

El que ahora me portara “bien”, el que ya no jugara a no ser yo, el que ya tuviera novia, no significaba que había dejado de sentir lo que sentía, significaba que había aprendido a reprimirlo. Cuando dejé de trabajar empecé a ir a la escuela todo el día, en la mañana a clases y en la tarde a verme con mis compañeros para hacer algún trabajo o una tarea. En esa época el transporte que me llevaba de la casa al centro era de dos unidades, cada unidad la manejaban dos choferes que se rolaban los turnos de 24 hrs, entraban a la una de la tarde y salían a la una del día siguiente. Yo, al tomar el transporte 4 veces al día, ya me conocía a los 4 choferes.
 
Ya hacía un tiempo que había notado a uno de los choferes, de hecho ya hasta sabía su nombre por las mujeres que subía en la parte de adelante, a las que les hacía la ronda y le decían “Ay Sergio, cómo eres!, ya también había estado en mis fantasías.
Esa noche de domingo que volvía del centro de regresar la película que había rentado el día anterior, sucedió que casualmente el chofer de la combi era él. Me subí en la parte de atrás y le pagué, nadie más subió. De pronto me dijo que si no quería subirme adelante para platicar, obvio si!.
 
Nos fuimos platicando todo el camino, me confirmó su nombre le dije el mío, al parecer él también ya me había notado, aunque supongo que por otros motivos. Ya sabía dónde vivía, sabía que iba a la escuela en las mañanas, dijo que ya me había visto en el jardín con mis amigas. Llegamos a la esquina donde me bajaba, resultó que no había luz en la colonia. Nos despedimos con un apretón de manos y al bajarme me dijo “qué te vaya bien, te vas con cuidado no te vayan a robar”, extrañado por su comentario volteé a verlo y en ese instante me perdí. Me estaba viendo sonriendo, ahí con sólo la luz de la combi iluminando brillaban más sus ojos viéndome, vi su sonrisa medio burlona, vi su bigote, vi el hoyuelo que se le hacía en la mejilla y lo sentí, sentí aquello que sentía cuando Alejandro me molestaba, sentí aquello que sentía cuando Jorge Alejandro y Octavio se me acercaban, sentí que eso era lo que tanto sentía que me faltaba. Le sonreí de vuelta  y llegué a casa emocionado, ilusionado y confundido.
 
Después de ese día, le quité a la casualidad la responsabilidad de subirme en la combi que manejaba él, ahora lo esperaba, no importaba cuánto. Si tenía suerte me tocaba subirme adelante y me recibía con el ya ansiado apretón de manos. Aunque no tuviera suerte me bastaba con subirme atrás e irlo viendo por el retrovisor, hasta que notaba que lo veía y arqueaba sus cejas en señal de saludo sonriéndome. Con el tiempo aumentó nuestra confianza y dejó de cobrarme el pasaje, a veces cuando iba atrás y se desocupaba adelante, me decía que me pasara junto a él. Así averigüe que su cumpleaños era el 29 de octubre, que ese año cumpliría 29 años, yo había cumplido recién 17, supe que estaba casado y que tenía un bebé de meses. Nuestra confianza llegó al punto de que en ocasiones me tocaba la pierna, me abrazaba, o me bromeaba diciéndome que no me pusiera celoso, cuando le reclamaba  que no me había bajado frente a mi casa sin que le pidiera la parada, lo que me hacía sentir especial cuando lo hacía, por ir platicando con alguna tipa.
 
En ese tiempo sucedió que mi hermana, la de Sancris, le pidió a mi padre que le buscara un coche y se lo comprara, mi padre lo compró y el coche se quedó en casa hasta que mi hermana fuera por él. Un día regresando de la escuela me comentó que por qué no usaba el coche, le dije que no sabía manejar, él se ofreció a enseñarme. Llegando a casa le dije a mis papás, mi mamá estaba renuente pues no conocían al fulano que me iba a enseñar,  pude convencerlos de que yo si lo conocía y era de confianza, al día siguiente le dije a Sergio que sí y concertamos una cita.
 
El día que quedamos sería la primera clase llegué a casa y me encontré con la sorpresa de que mi hermana había vuelto, no me dio nada de gusto. Aparte de que había vuelto de malas porque ella no quería volver y la obligaron, sentía que podía arruinar mis planes si empezaba a hacer preguntas de quién era ese tipo y de donde lo conocía, afortunadamente no lo hizo.
 
La hora de la cita llegó y él estuvo puntual, sacamos el coche y nos fuimos a un campo cercano a dar vueltas, yo estaba feliz, estaba aprendiendo a manejar y aparte estaba con él. Tuvimos otras tres sesiones. En la segunda comencé a notar cosas que no me gustaron, después de dar algunas vueltas me dijo que si podíamos pasar a su casa a recoger algo, supe donde vivía y conocí a su esposa, no era la gran cosa; lo que me extrañó fue que la sacara a ver el carro donde había llegado. En la tercer sesión nos fuimos un poco más lejos y de regreso me preguntó si no tenía novia, le dije que sí y me sugirió que fuéramos a verla en el carro, yo le dije que no así que me llevó por otras calles donde me dijo vivía una amiguita suya. En la última sesión me dijo que si no le podía prestar el carro, que había una chava a la que “le estaba llegando” y que quería llevársela por ahí, le dije que no creía que mis papás quisieran y noté su molestia. Entendí que lo de enseñarme a manejar no era porque quisiera estar conmigo, que él no me veía de la misma forma como lo veía yo, me sentí desilusionado
 
Pocos días después me dijo que ya no iba  a poder ir a enseñarme, que estaba haciendo otras cosas por las tardes. Al tiempo empezó a comportarse diferente conmigo, cuando me subía adelante con él se portaba seco, cortante, burlón, un día una chava hizo la parada y me dijo que le diera chance de que ella se sentara a su lado. Mi corazón se rompió.
 
Con todo y mi corazón roto yo lo seguía buscando, me le seguía apareciendo, seguía manteniendo la esperanza de que algún día ya no me iba a identificar con esa canción; con esa canción que venía en ese cassette que un día él me prestó y yo regrabé; con esa canción que había escuchado tantas veces estando a su lado; con esa canción que ya era un clásico pues su interprete había sido asesinada recién; con esa canción que, con mi dramatismo innato, yo ya había adoptado para llorar abrazado a mi almohada cuando sentía que él me hacía un desplante, cuando me sentía falto de esperanzas y sentía que el mundo jamás iba a entender, jamás iba a aceptar mi “Amor prohibido”.

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