miércoles, mayo 19, 2021

BREAK

Y no, ya no creo que todo tiempo pasado fue mejor. Sin embargo, sigo extrañando la ilusión, la expectativa que provocaba el pensar que las cosas iban a mejorar y el desconocer cómo o qué tanto iba a mejorar.

A finales de los noventas e inicios de los dos miles, con toda una vida por venir, con tantas cosas por descubrir, a menudo añoraba los días de la secundaria y de la prepa, la seguridad de estar en casa de unos padres que me resolvían la vida. Me preguntaba si algún día iba a añorar esos días y los iba a recordar con nostalgia, a pesar de las dificultades por las que estaba pasando, después descubrí que la respuesta es si.

La llamada de ayer con mi hermana me dejó un cúmulo de emociones. Al principio añoré los años que estuve viviendo con ella en Morelia, y me engañé por un momento pensando que esos años fueron de los mejores, como siempre recordando sólo los buenos momentos. Al pasar las horas aterricé en la realidad y recordé también los malos momentos, el que esperaba con ansías encontrar un buen trabajo que me permitiera pagar una renta e irme a vivir sólo, recordé que en cuanto se presentó la oportunidad lo hice.

Como siempre todo me llevó a recordar mi infancia, lo mucho que sufrí cuando ella se fue. Con ella me sentía protegido, querido, entendido, ella me daba el contacto físico que mis papás nunca me dieron. Recordé cómo ansiaba un muñeco de peluche, muñeco que mis papás nunca me compraron pues los peluches eran para niñas. Recordé como ella me hizo un muñeco de trapo que era mi favorito, hasta que en una ocasión lo dejé olvidado en el patio y la lluvia se lo llevó, justo unos días después de que ella se fue. 

Recordé el incidente ya contado en la secundaria cuando lloré y lloré por su partida; como lloré esa ocasión en que fuimos de visita a Morelia, a mis 13 años, y yo le suplicaba que me dejara quedarme con ella. Recordé como después de eso empezamos a intercambiar cartas, tarjetas de felicitación en nuestros cumpleaños y nos volvimos tan unidos, a pesar de la distancia. Recordé la ilusión que me provocaban las navidades al saber que ella iba a pasarlas con nosotros, el como poco a poco se me fue metiendo en la cabeza la idea de algún día de nuevo vivir con ella, hasta que lo conseguí. Recordé lo mucho que sufrí el día que partieron de Morelia, ahora no sólo ella, también mis dos adorados sobrinos. 

Todo se removió y mi cerebro como siempre se puso intenso, añorando, recordando, reprochando lo que pudo ser y no fue, todo lo demás que pudo ser y no fue.

Como buen masoquista estoy escuchando esa música, la que me recuerda el pasado, la que me recuerda la ilusión, la expectativa perdida. Y es que, aunque aun se tenga una que otra expectativa, uno no puede añorar lo que no ha sucedido, uno no puede ponerse nostálgico por lo que vendrá.

Desde hace mucho comprendí que los humanos nos sentimos insatisfechos por naturaleza, durante un buen tiempo esa insatisfacción me llevó a endeudarme a más no poder, hasta que aprendí que las cosas materiales son un alivio temporal que al final producen aún más insatisfacción.

Ahora  estoy aquí, contando mis bendiciones. Tratando de poner mis pies en la tierra, reconociendo que mi realidad no es tan mala. Hace algún tiempo a esta hora, estando en la oficina, añoraba los años en los que mi jornada laboral se acababa a la 1:00 pm y me iba a casa a ver series en el canal Sony. Ahora que tengo más de un año trabajando desde casa, por momentos llego a añorar los días en la oficina. Y sé, con certeza, que cuando volvamos a la oficina añoraré los días en los que trabajaba desde casa, así como estoy añorando mis días en Morelia viviendo con mi hermana.

Supongo que no queda más que resignarse a que esto va a ser siempre así, que siempre habrá estos días de añoranza y triquiñuelas del cerebro diciéndonos que nuestro pasado fue mejor que nuestro presente.

Por ahí leí una frase que decía “Cuando uno se conforma es cuando empieza a morir”, así que a seguir inconforme pues yo, a pesar de todo, aun no me quiero morir.

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