martes, agosto 11, 2009

Añoranzas

Hubo una época en la que añoré los tiempos de mi niñez, en los que mi única preocupación era que el día duraba muy poco y la noche me impedía seguir jugando en la calle con los niños de la cuadra o trepándome a los árboles del patio.

Añoré los años de la secundaria, cuando mis únicas dos preocupaciones eran, la primera que las horas de escuela eran muy pocas y no bastaban para todo lo que tenía que hacer y platicar con mi mejor amigo, los primeros dos años; así como tampoco bastaban, el tercer año, para ingeniármelas y buscar la manera de estar el mayor tiempo posible junto a aquel chico que hizo que mi corazón latiera más rápido por primera vez, cuya imagen y aroma si a estas alturas no se me han olvidado, supongo jamás se me olvidarán. Y la segunda era terminar la tarea llegando a la casa, sin importar lo tarde que me durmiera con tal de poder levantarme hasta tarde al siguiente día.

Añoré los tiempos del primer enamoramiento o primera ilusión, las cosas que sentía cada vez que lo veía, las cosas que hacía para estar aunque fuese un momento a su lado, los suspiros que me arrancaba con sólo dirigirme una mirada o una sonrisa, las cosas que me imaginaba cuando me saludaba o por accidente me rozaba con su mano.

Añoré los tiempos de la preparatoria, cuando lo que me ocupaba era sacar ventaja de mis recién descubiertas habilidades para el liderazgo y la manipulación, y utilizarlas para alborotar al grupo y demostrarle a la subdirectora que yo podía más que ella, con todo y sus amenazas, sus reglas absurdas y la cara de toro de lidia que ponía cada vez que me veía.

Añoré el tiempo en el que llegúe a vivir a Morelia, las expectativas que provocaba el descubrir una nueva ciudad, el cambiar de ambiente, de aires, de realidades. El convivir con mi hermana, con mi sobrino recién nacido y hasta con mi cuñado, el experimentar otras cosas, el pensar que ahora sí nada podía detenerme.

Llegué a añorar los primeros años de mi primer trabajo, cuando tenía tantos buenos amigos a los que, para no variar, nunca volví a ver. Recuerdo todo lo que hacíamos para que las ocho horas que teníamos que pasar en la oficina no se sintieran tan pesadas, los desayunos de los sábados, las fiestas de cumpleaños, las comidas en mi oficina.

Ahora empiezo a añorar otro tiempo, los primeros meses en mi última casa en Morelia, el sentimiento de satisfacción cuando terminé de amueblarla a mi gusto, la sensación de bienestar, de independencia, lo bien que se sentía el llegar de la calle a “mi casa”, aunque la casa estuviera sola. Recuerdo las tardes de los sábados cuando llegaba de la escuela y me tiraba en el sofá a ver la repetición de “Aquí no hay quien viva” o alguna de mis series y películas favoritas; recuerdo los domingos de hacer el “quihacer” y la lavandería. Sobre todo añoro mis cosas, mi espacio, myself.

Pensé que algún día la añoranza se iba a acabar, pero parece que no, parece que con la edad se agrava, quizá se deba a que cada vez hay mas cosas que añorar.

1 comentario:

Are!! x) dijo...

..sabes?.. lo que sucede es que la memoria nos traiciona, nos hace recordar sólo lo bonito y no vemos las dificultades que en ese tiempo teníamos y que parecían insuperables, como si el mundo se acabara jeje.. pero bueno, es lo bonito deee, que cuando añoras sólo lo bueno llega a la cabeza..

whatever..ya ni me visitas :(