Eso es lo que me gusta de nuestro fines de semana, que no hace falta una celebración, una ocasión especial, un pretexto; basta que estemos juntos, basta que algo se nos ocurra para que los demás nos sigan la corriente y hagamos de la comida familiar de los domingos un evento inolvidable, y nosotros dos terminemos disfrutando como chiquillos, rodeados de todos los chiquillos.
Este fin de semana tuvo que trabajar, aún así tuvimos comida doble, la del domingo que me tocó organizar a mi con la suegra, y la del lunes que si organizamos entre los dos. Obvio que el lunes a las 10 de la noche estábamos muertos de cansancio, de tanta diversión, de tantas risas, de tantas emociones.
Ayer en la mañana me llamó para darme la noticia de que nuevamente lo van a cambiar, y confirmé que nadie me da gusto. Ahora me estoy arrepintiendo de no haber aprovechado mejor el tiempo, de todas esas veces que no cedí, aunque me estuviera muriendo de ganas, sólo por demostrarle que ya no soy el mismo; de todas esas veces que no puse de mi parte para arreglar un malentendido, sólo para que se diera cuenta de que ahora le toca a él; de todas esas veces que contuve mis ganas de disfrutar de su cercanía, sólo para demostrarme que si soy capaz de contenerme.
Sé que con el paso de los días lo asimilaré, lo entenderé, y me daré cuenta de que hasta cierto punto nos conviene el cambio, porque estando allá es más probable que le den vacaciones en semana santa, porque estando allá no tendrá que trabajar los fines de semana, porque estando allá podré ir a visitarlo y quedarme con él varios días, porque la ciudad, el pueblito u lo que sea, a ambos nos gustó y es una oportunidad de disfrutarlo de nuevo.
Pero mientras tanto estoy triste y sé, sé que lo extrañaré, que sentiré feo cuando ya sean las 8 de la noche y no reciba su mensaje diciéndome que ya casi llega, cuando me vaya a dormir y no esté para cucharear, cuando me despierte el frío de la madrugada y no esté a mi lado para cobijarme con su calor.
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