jueves, junio 10, 2021

DEMONIO GUARDIAN

Con la llegada de Lu las cosas mejoraron un poco, al menos estaba acompañado y ya compartía con ella la responsabilidad de cuidar al sobrino y hacerme cargo de la casa. Lola cada vez prolongaba más sus viajes, a veces pasaban hasta tres semanas sin dar señales de vida. Lo malo es que el gasto nos lo dejaba para una, teníamos que hacer malabares con el dinero y si no hubiera sido por la vecina, la mamá de los amigos de mi sobrino, nos habríamos muerto de hambre (si, exagero). Siempre nos llevaba algo de comer o nos prestaba para pasar la semana.

Con el tiempo ambos estábamos frustrados y desesperados. Era evidente que Lu extrañaba a Alejandro, aunque fue en algunas ocasiones a visitarla, me daba cuenta cuando él se iba que la distancia la ponía mal. Para colmo en la prepa le había tocado el turno de la tarde, se iba como a las dos y regresaba casi a las diez. El cambio de escuela también le había afectado, notaba que extrañaba a sus compañeros. El clima tampoco le estaba sentando bien, acostumbrada al calor, el frío y la humedad de San Cristóbal la enfermaban. Los fines de semana se levantaba muy tarde, la veía decaída, desanimada.

Un día le propuse una maldad. Encontramos entre las cosas de mi hermana un billete de cien dólares. Cansados de que nos dejara semanas sin dinero, le sugerí que lo tomáramos y lo cambiáramos. Ella no iba a notar la ausencia del billete, y si lo notaba pensaría que lo había tomado mi sobrino creyendo que era un billete de juguete. Además ya se tenía el antecedente de que mi sobrio le había tomado dinero, la vecina le había dicho a mi hermana en una ocasión que mi sobrino traía mucho dinero y les estaba comprando golosinas a sus hijos. Esa ocasión no pude evitar pensar, mientras regañaban a mi sobrino, que aquello era hereditario.

En la primaria yo había hecho lo mismo, en una ocasión le tomé dinero a mi mamá de su cartera y mientras volvía a casa de la escuela, dejé caer el billete para recogerlo de inmediato frente a mis amigos como si me lo acabara de encontrar, necesitaba testigos. Me la creyeron una vez, no las siguientes. Mi madre, imagino que ya cansada de mi reincidencia, en una ocasión mandó a Lu a buscarme a la escuela, antes del recreo y que pudiera gastarme el dinero;  me dijo que mi madre la había enviado para que le regresara lo que le había agarrado. Haciéndome el loco y el ofendido le dije que yo no había tomado nada, pero ante la amenaza de que iban a hablar con mi maestro y con el grupo para decirles que tuvieran cuidado conmigo porque era un ratero, tuve que devolver la moneda de 500 pesos que había sacado de su cartera. Esa amenaza, con su respectiva golpiza, hicieron que me abstuviera de volver a tomar algo que no era mío, al menos hasta mucho tiempo después. Me costó convencerla, pero al final Lu aceptó mi propuesta y tomamos el billete.

Ese sábado fuimos a la casa de cambio, con el temor de sabernos descubiertos, sabiendo que estábamos haciendo algo mal, que estábamos pecando, fui yo el designado a hacer el cambio, finalmente había sido mi idea. Nos dieron, aun lo recuerdo, casi 800 pesos, un dineral. Saliendo fuimos al súper a surtir la despensa, compramos para varios meses y todavía sobró. Con el sobrante ella se compró unas botas y yo una chamarra de mezclilla, algo que ambos siempre habíamos querido.

Cuando mi hermana volvió no hubo consecuencias, esperábamos que lo descubriera, que nos interrogara, me daba miedo que Lu se rompiera y terminara confesando todo al ver a mi sobrino castigado, no pasó. Tiempo después Lola nos platicó del billete de 100 dólares que tenía entre sus cosas y que mi sobrino perdió al haberlo tomado para jugar. Resulta que al único que le pregunto fue a mi sobrino y él le dijo que si lo había tomado. Hacia tantas travesuras que supongo ya no recordaba cuáles había hecho y cuáles no, o cansado de que no le creyeran se había ahorrado el decir la verdad y pasó directo a aceptar su culpa, aunque esta él no la tuviera.

Como fuera de ésta también me había salvado mi ángel guardián, para entonces ya se vislumbraba que a mi en ves de ángel me había tocado demonio, demonio guardián.

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