jueves, febrero 25, 2021

El cadaver en el clóset

Yendo a terapia, en una sesión la terapeuta me pidió hacer un ejercicio de introspección hacia mi niñez, en donde me pedía identificar algún evento que hubiera podido ser traumático para trabajarlo; yo lo abordé por las orillas y traté de platicarle del mismo, sin realmente platicarle nada. Debo aclarar que, para este punto, ya me encontraba en ese lugar común en el que cuidaba lo que le decía para no sentirme juzgado, para no mostrarme vulnerable, para no reconocer que tenía (tenía?) un trauma, cosa irónica pues justamente para eso es que se va a terapia. Aún recuerdo la vez que la terapeuta me mandó con una amiga suya psiquiatra para medicarme; yo salí indignado pues en esa primera cita me dijo todo lo que yo no estaba preparado para escuchar. Me sentí ofendidísimo cuando me dijo que con mi forma de sentarme y comportarme trataba de ocultar mi homosexualidad pues era algo que me avergonzaba; y cuando le conté que en mis planes futuros estaba irme a vivir a Guanajuato, me dijo que era curioso que hubiera elegido un lugar en donde era muy poco probable que me atreviera a mostrar mi verdadera identidad, como si estuviera buscando seguirme escondiendo. Claro que jamás volví con esa psiquiatra, yo había ido por drogas no a que analizaran (ya sé!).

La verdad es que yo nunca he sido tonto, desde muy niño tomé conciencia del mundo y de todo lo que pasaba en él, incluyéndome; otra verdad es que siempre me ha encantado hacerme el tonto; y, como casi todo lo negativo que hago, sé hacerlo muy bien. Desde siempre tuve identificado el evento que me marco de niño, sólo que me convenía hacer caso a lo que en ese momento me dijeron mis padres y nunca pensarlo, mucho menos hablarlo. En algún punto me convencí de que eso no me había pasado a mí, que no tenía nada que ver con mi vida presente, que lo había superado, que no me había afectado, que ahí depositado en el fondo de ese pozo profundo y oscuro que es mi subconsciente, estaba ocupando el lugar que le correspondía.

Por eso esa tarde me hice el tonto y le di a mi terapeuta lo que yo creí quería de mí, le medio conté un evento traumático, me puse sensible, lloré un poco y le dije súper, ya lo trabajamos; que buena psicóloga es! Que buen paciente soy!.

Está por demás decir que la terapia no sirvió de mucho a largo plazo. Aunque en su momento si me dio lo que yo necesitaba, la sensación de bienestar al hacerme tonto creyendo que de verdad estaba haciendo algo por mejorar la forma en que me sentía, y la justificación para cambiar algunas conductas que estaba fingiendo, reemplazándolas por otras que si eran mías. Por cierto que cuando dejé de ir a terapia y empecé a volver a mis conductas habituales, tuve el descaro de culpar a la terapeuta del fracaso de las sesiones, ahora me doy cuenta, y puedo reconocer, que ella trabajó con lo que yo le di, no era su trabajo confrontarme, creo era lo que yo esperaba ella hiciera.

Bueno, a lo que voy con todo esto es que desde siempre he sabido cual es el evento traumático en mi infancia; y hoy, que he caído en cuenta de lo mucho que me ha marcado, estoy preparado para sacarlo del pozo y reconocer su existencia.

Cuando tenía 7 u 8 años había unos vecinos que eras mis mejores amigos, el mayor era uno o dos años mayor que yo y el menor uno o dos años menor. Una tarde mi mamá nos encontró, al mayor y a mí, con los calzones abajo, pegados uno atrás del otro, mientras el menor nos veía desde la puerta del cuarto.

Debo reconocer que antes de escribir esto, pensé en escribir también los antecedentes para justificar lo que estábamos haciendo, pensé en explicar qué nos había llevado ahí, porqué estábamos de esa forma, Dios! hasta pensé en aclarar quién estaba delante y quien atrás. Obviamente ése era mi cerebro tratando de justificar un hecho que no tiene que ser justificado, ese era mi cerebro protegiéndome para que, en el remoto caso de que alguien llegue a leer esto, no se me juzgue.

Entonces caí en cuenta (apenas) de que eso es lo que he hecho siempre, desde que sucedió, desde esa misma tarde a mis 7 u 8 años, he estado buscándole justificación al hecho, y en cada justificación me he intercalado en el lugar de culpable y en el víctima, según me conviniera en esa etapa de mi vida. Inconscientemente he estado dándole más importancia al hecho en sí, sin aceptar de manera consciente las consecuencias que el mismo ha tenido en mi vida.

Ahí está el cadáver, el olor que desprende y con el cual me he acostumbrado a vivir, es historia aparte.

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