jueves, octubre 07, 2021

HABIA MUERTO MI LEALTAD A LA EMPRESA

El día del sepelio parecía que los que se acababan de quedar huérfanos éramos algunos de la oficina, pues estábamos más afectados que la propia familia. Por mi parte no podía dejar de pensar en esa mañana, esa mañana que al salir de mis clases de inglés me llegó de repente el aroma de la loción que usaba del señor, no podía dejar de pensar que quizá justo a esa hora estaba sucediendo el accidente. No podía dejar de pensar en la noche anterior, en la última conversación que tuvimos, en que si no me hubiese regresado a contestar el teléfono no habría hablado con él por última vez. No podía dejar de pensar en que cuando al salir les dije a los compañeros que al día siguiente el señor no iba a estar en la oficina pues se iba al DF con sus hijos, alguien comentó “ánimas que no regrese” en tono de broma sarcástica y todos, incluído yo, nos reímos.
Desde el funeral y el sepelio, al ver a la señora y a los hijos tan relajados, supuse que las cosas en el trabajo iban a cambiar, pero no creí que tan pronto. A los pocos días la oficina se llenó de los familiares de la señora y los amigos del Junior, quienes empezaron a disponer de todo, a cambiar todo, como si quisieran borrar, desaparecer todo lo que recordara al señor. 
A los más cercanos al señor empezaron a relegarnos, a quitarnos actividades. La señora llevó a su cuñado para supervisar las tiendas, lo que hacía Fernando, y a su hermana a revisar las compras y los convenios con los proveedores, lo que hacía Sonia. El Junior llevó a su novia para revisar la nómina y los pagos, lo que hacía yo, y a su cuñada a revisar inventarios, lo que hacía Claudia. También me quitaron la parte de la imagen empresarial que estaba empezando a trabajar con el señor y se la dieron a una compañera del Junior. 
Lo triste es que como ninguno de ellos estaba empapado de todo el movimiento de la empresa, ni siquiera la señora y el junior,  nos preguntaban todo a nosotros. Lo más triste es que el sueldo que les dieron a  todas esas personas era mucho, mucho más alto que el de todos los demás. Al poco tiempo todo se empezó a descontrolar, aquello parecía un pulpo sin cabeza, todos los tentáculos moviéndose por inercia sin que alguien los dirigiera.
Yo me sentía devastado, a la incomodidad de esta nueva realidad en el trabajo se sumaba la pérdida que me había afectado de manera personal más de lo que alguna vez pude haber imaginado. Empecé a cuestionar mi futuro, me empezó a entrar una ansiedad pensando en la muerte, en mi muerte, y un miedo incontrolable de que para ese momento me encontrara solo; pues ya me había separado, físicamente, de mi familia y aun no encontraba el verdadero amor, ese que me acompañaría hasta el final de mis días.
Como siempre en mi practicidad lo que decidí resolver primero fue la parte económica y, como buen pescador, saqué ganancias del río revuelto. Volví a esa práctica ya dejada en el pasado de alterar los recibos de nómina y empezar a hacer mi guardadito. Mi futuro en la empresa se había vuelto incierto, no sabía en qué momento iban a decidir que ya no les era útil, estaba consciente de que se habían acabado los generosos aumentos anuales y el mismo día en que falleció el “pinche viejo mamón” que me había contratado 3 años antes, había muerto mi lealtad a la empresa.

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