Y así, a mis 14 años ya estaba en prepa. Aun no descifraba qué pasaba conmigo, pero ya tenía que decidir a
qué me quería dedicar el resto de mi vida. Las cosas en mi casa no mejoraban.
Mis padres seguían en el pueblo, esas vacaciones de transición entre la
secundaria y la prepa estuve con ellos y costó mucho hacerme a la idea que
tenía que continuar con mis estudios. Sobre todo porque yo no estaba convencido al 100
de mi decisión. En ese tiempo yo quería ser maestro, en la escuela normal
estudiabas 6 años y salías con un título y un trabajo asegurado, la prepa eran
3 años y después otros tantos estudiando una carrera, yo no quería esperar
tanto y aparte no sabía lo que quería estudiar. Finalmente, mi cuñado mayor
opinó y les vendió la idea a mis padres que la carrera magisterial no era buena
opción. Con el argumento de que los maestros se la pasaban en huelgas y
marchas, además de que al terminar me podían mandar a algún pueblo alejado de
ellos; mis padres me convencieron de estudiar la prepa y yo, como niño bueno,
obediente y queda bien, acepté lo que ellos indicaron.
Mi hermano, con todo y que ya
había terminado su relación con la mujer de mala reputación, seguía
ignorándome. Mi hermana “sin oficio ni beneficio” era el dolor de cabeza de mis
padres, y yo era el que cargaba con todas sus expectativas, nada de presión para
un adolescente desubicado, que no sabía lo que hacía y se sentía fuera de lugar
en un grupo donde todos eran uno o dos años mayores.
El primer día de clases me
encontré con la sorpresa de que Javier, mi amigo agregado de la secu, estaba en
mi grupo. Era la única cara conocida, pero la que menos quería ver por
los siguientes años, por lo que no hice ni el intento de acercarme a él. Al
pasar los meses empecé a hacerme de amigos. Con la desilusión que viví con
Alejandro y al ver que ya tenía novia y seguía con su vida, yo hice lo mismo. La
atracción por los de mi género en lugar de disminuir aumentaba, por lo que
decidí volver al juego de no ser yo, para poder aprovechar a los prospectos
potenciales con los que podía jugar. Desde que había descubierto la
masturbación tenía esta cosa de fantasear con personas conocidas, que iban desde
el chofer del microbús, algunos de mis compañeros y uno que otro profesor. Cuando
eran personas con las que no tenía trato, me gustaba averiguar sus nombres para
repetirlo en mis sesiones de amor propio. Aun no tenía claro lo que significaba
el sexo, lo que me excitaba a esa edad era la idea de poder ver, tocar o volver
a sentir lo que Alejandro me había provocado en la secundaria con sus acercamientos.
El juego de la secundaria seguía
vigente en la prepa, los chavos se tocaban, se decían cosas, se albureaban y yo
pronto me integré con las mismas intenciones de antes, mientras todos jugaban a
ganar, yo jugaba a que me molestaba perder.
Esta fue la parte fácil de la
integración, la difícil fue el cambio de horario. Durante 3 años me acostumbré
a levantarme tarde y ahora que tenía que entrar a las 7 de la mañana, el cambio
se me estaba complicando. Por otro lado estaba el transporte, a la secundaria
llegaba caminando en 10 minutos, la prepa estaba más lejos, se podía llegar
caminando pero para eso me tenía que levantar más temprano. La opción era el
transporte de la escuela, que siempre iba atascado.
Otra cosa eran las materias, en
la primaria y la secundaria nunca necesité de mucho estudio, bastaba con poner
atención en las clases para sacar buenas calificaciones en los exámenes. Ahora
se me dificultaba enormemente poner atención, primeramente por que el
levantarme temprano me traía con sueño todo el día, y segundo porque yo estaba
más ocupado poniéndole atención a todos los chavos que me gustaban, y a algunos
maestros. Como al bigotón de física que usaba botas y jeans blancos ajustados
que me hacían tener malos pensamientos, ése que no podía pronunciar la “s” y
que al sonreír movía de lado su bigote sexy.
Una mañana en el transporte me
encontré con Valdemar, un compañero de la primaria que vivía cerca de la casa y
ahora estaba en la misma prepa, aunque en diferente grupo. Platicamos y
quedamos en acompañarnos a la entrada y salida. Así lo hicimos un tiempo hasta
que un día que el microbús iba llenísimo nos tocó ir casi colgados de la
puerta, yo me subí y el atrás de mí. Las circunstancias se prestaron para que con
el movimiento del microbús quedáramos prácticamente “acoplados”. El apenado me
dijo que no se podía hacer más para atrás, yo me mostré comprensivo y, disimulando lo
bien que la estaba pasando, le dije que estaba bien. Después hice todo lo posible para repetir lo de ese día, como nunca alcanzábamos lugar para ir sentados, buscaba la forma de quedar frente a el y pegármele lo más posible. Supongo que en algún momento se dio cuenta que ya no era tan accidental el que me pegara a él y dejamos de acompañarnos. Yo que ya tenía los ojos puestos en alguien más, no lo volví a buscar.
Me había hecho amigo de Sergio y Octavio,
eran dos chavos que habían estado juntos en la secundaria y eran amigos desde
entonces. Sergio era un niño bien portado, era hijo de un maestro que me había
dado clases en la secundaria, no decía groserías, se involucraba en los juegos
pero a la vez se mantenía al margen. Octavio era lo opuesto, usaba el cabello
largo, era rebelde, ya tomaba, compraba los trabajos, era el chico malo que
todas las niñas querían de novio. Mi interés era Sergio, me recordaba un poco a
Alejandro y eso lo hacía irresistible para mí. Como ellos siempre estaban
juntos, los demás decían que eran novios, y yo que me la pasaba todo el tiempo
posible con ellos, y cuando se salían de clases me salía con ellos, fui el que
“andaba” con los dos, y así me trataban. Que lo hiciera Sergio no me molestaba,
pero a Octavio si le mostraba un poco de rechazo.
El primer semestre lo terminé como
pude, como ya tenía edad para ser responsable y mis padres estaban muy ocupados con mi hermana, la oveja
descarriada, a mi seguían sin ponerme mucha atención y menos a mis
calificaciones. A estas alturas ya agradecía que no se metieran conmigo y que
no estuvieran en casa, así podía ir con Sergio y Octavio a las primeras
fiestas. Y así no se dieron cuenta de que yo, el inteligente, el niño bueno, el
bien portado, había reprobado una materia por primera vez en su vida. No me
preocupé pues los compañeros dijeron que si en segundo semestre pasaba la
materia todo estaría bien, además no fui el único que reprobó así que no debía
ser tan grave.
Tampoco se dieron cuenta de que
estuve a punto de reprobar hasta educación física, de no haber sido por aquel
incidente en que el profesor (que también había estado en algunas de mis
fantasías) me obligó a participar con los demás hombres en los ensayos para el
desfile del 20 de noviembre. Yo le dije que no quería participar, él amenazó
con reprobarme si no lo hacía. Así que cuando me obligó a subirme a los hombros de un compañero para ejecutar una pirámide, me deje caer de cara
rompiéndome la nariz y llenándome de sangre.
El pobre maestro, al pensar que aquello había sido un accidente
provocado por haberme obligado a participar, me pasó la materia con 10 con tal que
no lo acusara.
En esas vacaciones de fin de año
empecé a trabajar. Mi hermano había trabajado toda su vida en el negocio de
unos tíos y en esas vacaciones la prima que trabajaba con él fue a buscarme
para ofrecerme trabajo. En cuanto se los dije a mis padres me dijeron que tenía
que ir, así tendría algo que hacer en esas vacaciones y ganaría unos pesos,
esto último me interesó.
Para el segundo semestre Sergio y
Octavio ya tenían novia, ahora el tiempo libre la pasaban con ellas y a mí me
dejaron abandonado. Pasó poco tiempo antes de que alguien más se me acercara.
Estaba otro grupito, Jorge Alejandro, Alejandro y Alexaín, que también
se conocían de la secundaria por lo que ahora se la pasaban juntos.
El primero
que se me acercó fue Alexaín, aunque no era feo y no me molestaba que, los días
de deportes, me presumiera el bulto que se la hacía en los pants; no se parecía
a Sergio y eso me impedía seguirle el juego; además de que no era nada discreto y eso de que anduviera contando dónde le ponía la mano cuando estábamos solos, era algo vergonzoso.
Después se unió Alejandro de Jesús, este
chavo era más serio, me molestaba estando en
bolita pero cuando nos quedábamos solos, me trataba
totalmente diferente. Eso me gustó y empecé a pasar tiempo con él. Algunas
veces que nos fuimos juntos a la salida, repetí con él lo de Valdemar. Un día
mientras mi mano estaba rozando “por accidente” su pantalón, su mano rozó “por
accidente” mi trasero. La cosa se puso demasiado real, lo que me asustó y le
reclamé, él me dijo que entonces yo tampoco lo manoseara, cosa que ya no volví
a hacer.
El último en acercarse fue
Jorge Alejandro (ya sé, algo había con los Alejandros), era el más gordito y
menos agraciado de los tres, pero era el que más cosas me hacía sentir. Él era
un poco más atrevido que los otros y supongo que era el que más disfrutaba la
atención que yo le daba. Al principio el juego era que él me abrazaba, me tocaba las nalgas, se pegaba a mí y yo fingía molestia para que él o los demás no se dieran cuenta de que me gustaba, hasta que no hubo
necesidad de fingir. En las últimas clases del día se sentaba atrás de mí y
mientras el maestro daba clase, él me tocaba por atrás y cuando volteaba a
verlo se agarraba la entrepierna y me decía si quería, yo lo golpeaba en la pierna. Una de esas veces que iba a golpearlo en la pierna tomó mi mano, se la puso en la entrepierna, y le dijo a los otros que yo se la estaba
agarrando. La sensación me gustó tanto que no me importaron las risas de los demás. Ese día traspasamos una barrera y dejó de importarme lo que los compañeros dijeran cuando él se sentaba en la paleta de mi silla y yo recargaba mi cabeza en su pierna, o cuando yo estaba hablando con alguien y el pasaba me abrazaba o me agarraba una nalga, todo era de lo más normal y se sentía muy bien.
Octavio tenía problemas en su
casa por su mal comportamiento y empezó a tenerlos en la escuela. Se ausentaba
por días y cuando llegaba lo hacía tarde y a veces con aliento alcohólico, ya
se había peleado con chavos de otros grupos y hasta con maestros. Sergio, como
niño bueno, se alejó de él para que no lo embarrara en sus problemas. Octavio
se empezó a acercar más a mí, me platicaba sus problemas en su casa, en la
escuela, con su novia. Con el trato me empezó a ganar y dejó de molestarme que
me abrazara, o que hiciera lo mismo que Jorge Alejandro, me decía que tenía derecho de antigüedad.
Un día estaba con Jorge Alejandro
cuando llegó Octavio, entre bromas empezó a reclamarle a Jorge Alejandro que no
se metiera conmigo y tal. Como Octavio iba tomado las bromas estúpidas se
convirtieron en insultos reales y se fueron a los golpes. Octavio golpeó a
Jorge Alejandro y le hizo sangrar la nariz. Yo me sentí culpable, como si
realmente la pelea hubiera sido por mi culpa, pero Octavio tenía problemas de verdad, que le ganaron la expulsión de la escuela. No lo volví a ver.
El semestre iba llegando a
término y yo, por andar disfrutando de mi “romance” con Jorge Alejandro, me
olvidé por completo de las clases. No supe cómo pero la materia reprobada la
volví a reprobar, ahora tenía que presentar un extraordinario. No me preocupaba
dejar la escuela, ya hasta me había hecho a la idea, finalmente seguía trabajando. Me preocupaba más que mi padre descubriera la razón por la cual había reprobado, la cosa con Jorge Alejandro ya había durado mucho para ser un simple juego y en algunas ocasiones ya me había sugerido que nos viéramos después de la escuela, en otro lugar, solos...lo cual me atemorizaba.
Se terminaron las vacaciones de fin de semestre, ya era tiempo de volver a la escuela, no me quedó más que confesarle a mis padres que había reprobado y ya no había nada que hacer. Para mi sorpresa no lo tomaron tan mal, mi padre como
siempre no dijo nada. Mi madre dijo que iba a tener que trabajar, ahora de
tiempo completo.
El trabajo no me molestaba, lo
que hacía no era pesado y me llevaba bien con los compañeros. Eso era mejor que
ir a esa escuela en donde nunca encontré mí lugar, lo único que extrañaba era a
Jorge Alejandro, pero me convencí de que había sido mejor así.
Tiempo después, cuando ya estaba
en otra escuela, a la salida mientras esperaba el transporte vi a Alejandro de Jesús y a
Jorge Alejando sentados en una banca del jardín principal. Me vieron y me
hicieron señas para que me acercara, yo no fui. Yo ya estaba en otra etapa, yo
ya estaba curado y no quería ni acordarme de las cosas que había hecho antes,
yo ya había vuelto al buen camino y había dejado de ser “niño problema”.