No está siendo nada fácil, basta con que me distraiga un poco para volver a lo de antes, basta actuar por instinto para reaccionar como lo he hecho siempre. Es muy complicado esto de dejar de hacer lo que he hecho por, a partir de hoy, 43 años.
Yo siempre tuve la creencia de
que mi orgullo era lo más importante y que habría que defender eso a costa de
lo que fuera, pues si lo perdía, perdía todo. Eso aprendí en mi niñez, ese fue
el ejemplo que me dieron mis padres, “se puede perder todo menos el orgullo”.
Yo siempre vi mi facilidad para
el chantaje emocional y mi facilidad para ponerme en el papel de víctima como
una cualidad, como algo de lo cual sentirme orgulloso. Y me vanagloriaba cuando
las personas cedían y terminaban haciendo lo que yo quería.
En estas semanas de
reprogramación, en este tiempo en el que he estado recordando cosas de mi niñez,
en este tiempo en el que me he estado re-encontrando conmigo mismo y estoy
volviendo a reconectar con mi verdadero yo; me he enfrentado a mis creencias y
las he confrontado. Me he preguntado por qué hago lo que hago y por qué
reacciono como lo hago. He identificado dentro de mí a este niño caprichoso, berrinchudo,
necesitado de atención, con pavor al cambio y al abandono, y he descubierto que
mucho de mi comportamiento tiene que ver con las carencias de este niño.
Creí que con una vez que lo
abrazara, le dijera que lo amo y le pidiera perdón sería suficiente, pero ya me
di cuenta que no. Este niño ha estado olvidado, abandonado por tanto tiempo que
es normal que no me crea, que tenga recelo, que necesite que se lo repita una y otra vez, hasta
que vuelva a ganarme su confianza.
Mientras tanto se resiste
al cambio, se resiste a soltar, se resiste a sacrificar el orgullo en aras de nuestro bienestar. Quiere seguir en la comodidad de la rutina, de lo conocido. Quiere seguirse ofendiendo, quiere seguir sintiéndose el centro del universo, quiere seguir a la defensiva. Prefiere que nos quedemos callados, que sigamos pretendiendo que todo está bien. Quiere que nos sigamos haciendo la víctima, quiere que sigamos chantajeando, quiere seguir saliéndose con la suya, sin importarle el vacío emocional que eso nos deja. Cuando quiero hablar, cuando quiero
expresar lo que necesito, lo que me molesta, cuando quiero decir aquello con lo
que no estoy conforme; me convence de que no vale la pena, me dice que si hablo
y algo cambia me voy a arrepentir, me dice que no podré, que no lo lograré.
Ya no quiero creerle, ya no debo creerle. Se lo debo, se lo debo a mi verdadero yo, a este que hoy que estamos de cumpleaños, en lugar de celebrar el seguir aquí, en lugar de estar felices por lo lejos que hemos llegado, por todo lo que hemos conseguido. En lugar de agradecer el poder respirar, el poder trabajar, el tener a tantas personas que, a pesar de la distancia, nos hacen saber que celebran nuestra existencia. Estoy centrando nuestra felicidad en el comportamiento de una persona que no actúa como queremos, que no nos dice lo que queremos escuchar. Nos tengo aquí lamentándonos, sintiéndonos menos por el hecho de que las actitudes de una sola persona lastima nuestro orgullo. Cuando soy yo el que le ha dado el poder a esa persona, y así como se lo di se lo puedo quitar; cuando soy yo el que decide el sentirme o no lastimado, cuando soy yo y solo yo el que puede decidir si tiene un cumpleaños "feliz".
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