Al poco tiempo mi madre me
confesó que me habían puesto a trabajar para que recapacitara, para que me
diera cuenta de lo dura que era la vida sin preparación, sin una carrera; pero
que yo ya me veía muy a gusto y que ella no quería que me acostumbrara, que yo
podía hacer algo más, ser algo más. Aunque fingí no darle importancia a sus
palabras, se quedaron grabadas en mi cabeza.
En el trabajo había un chavo que
había estudiado una carrera técnica, Contador Privado. Mi tía, la dueña del
negocio en el que trabajaba, al enterarse de que yo había desertado de la
escuela le sugirió a mi padre que estudiara lo mismo, hasta nos consiguió un
folleto y nos dijo a mi padre y a mí que fuéramos por informes. Fuimos a la
escuela y la idea de volver al estudio llamó mi atención, eran tres años y al terminar tendría un
título con el que podría trabajar, además tendría la opción de estudiar una
licenciatura. El problema era que la escuela era particular y ¿de dónde íbamos a
sacar para la colegiatura?. Mi tía dijo que ella nos iba a apoyar, supongo que
su apoyo era seguir dándome trabajo pues nunca vimos de ella un centavo extra.
Mis padres decidieron vender la casa del pueblo y todas las tierras, con eso
pagarían mi escuela.
A los 16 años empecé de nuevo. Nueva
escuela, nuevos compañeros, nuevos maestros, nuevo yo. Estando consciente del
enorme sacrificio que hacían mis padres y recapacitando acerca de que realmente no quería
trabajar en el negocio de los tíos toda la vida, como mi hermano, decidí que
esta vez las cosas las iba a hacer diferentes. Me iba a olvidar de mis juegos y
me iba a concentrar sólo en estudiar.
La escuela era totalmente diferente,
nuestro grupo era reducido, la atención de los maestros era personalizada, se
sabían nuestros nombres, nos mantenían vigilados, la escuela no tenía ni patio
por lo que cero distracciones. También entraba a las 7:00 am pero la escuela estaba
más cerca de casa, además disfrutaba tanto de las clases que hasta levantarme temprano
no se me hacía pesado. Después de los primeros exámenes empecé a destacar, mi boleta fue la única que se llenó totalmente de dieces. El
reconocimiento y las felicitaciones se sentían bien, lo estaba haciendo bien. Me volví a sentir como en la primaria, de los buenos, y por primera vez estaba siendo aceptado, popular.
Mientras estudiaba seguía
trabajando por lo que todo el día me mantenía ocupado, sin tiempo para pensar
en otras cosas. No obstante muy en el fondo había cosas que seguía sintiendo, y
por más que me empeñaba en ignorarlas, ahí estaban. Había dos compañeros en el
grupo con los que me sentía demasiado bien, y ante mi temor de volver a repetir
las cosas del pasado, me acerqué más a las chavas. Una de ellas me
mostraba mucho interés, me buscaba, platicaba conmigo y cuando estábamos juntos
sus amigas nos hacían bromas de que nos gustábamos y así, en mi caso nada más alejado de la realidad.
En mi lógica creí que mientras estuviera
con alguna chava iba a dejar de pensar en hombres, iba a dejar de sentir lo que
sentía, iba a estar seguro. Así que un día, después de explicarle que yo no era
un chavo “normal” le pedí que fuera mi novia. Al decirle que no era normal me
refería a que no iba a fiestas, no bailaba, no fumaba, no tomaba, no me
gustaban las mujeres…bueno eso último lo omití. Así que a los 17 di mi primer
beso, y no sentí nada. No fue como me lo había imaginado.
Se acabó el primer semestre y
todo iba bien, mis calificaciones fueron las mejores del grupo, hasta diploma
de primer lugar de aprovechamiento me tocó, en la otra prepa era un fracaso, aquí
era un “cerebrito”. Estaba realizado y feliz por primera vez en mucho tiempo.
Al terminar el semestre nos dieron la noticia de que nos íbamos a cambiar de
edificio, nos fuimos al centro de la ciudad, en donde iniciamos el segundo semestre.
El nuevo edificio ya tenía patio,
pero como en el grupo éramos tan pocos hombres y nuestro uniforme era de
“Godín” (pantalón de vestir azul y camisa blanca), en el tiempo libre nadie
jugaba, todos estudiábamos o platicábamos. El único problema que tenía era con
educación física (ya sé), la materia nos la daban los sábado. En el primer
semestre, como yo trabajaba los sábados, me dieron oportunidad de no asistir a
esa clase y pasé la materia yendo al desfile del 20 de noviembre a
hacer vallas humanas con mis compañeros. Para el segundo semestre ya no
trabajaba, las tareas eran muchas y al demostrarle a mis papás que estaba dando
resultados en la escuela, me levantaron el castigo. Lo malo es que al dejar de
trabajar ya tuve que ir a clases de educación física los sábados; lo que no
estaba tan mal, pues al ser tan malo en todo los deportes, el maestro se rindió conmigo y bastó con hacer acto de presencia
para pasar la materia.
Todo iba bien en mi vida, era
bueno en la escuela, en casa ya estaban mis padres, ya tenía hasta novia, ya no
tenía que jugar a no ser yo. Mis hermanos en esa época habían decidido que
seguirían los pasos de los mayores y dejaron la casa, yo ya no los
extrañaba, todo lo contrario, tenía la casa, y a mis padres, para mí solo. Aun así, sentía que algo me hacía falta
Uno de esos sábados al terminar
la clase, acompañé a mi novia a su casa y pasé por el puesto de revistas que
estaba de camino a la parada del transporte. Estaba buscando una revista
cuando algo llamó mi atención, aquello que descubrí fue el inicio de lo que
provoco que mi tranquilidad y mi buen comportamiento durara tan poco, como mi vuelta al buen camino.
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