Es cierto que hacía tiempo que me sabía y me sentía diferente, pero no ubicaba en donde radicada esa diferencia, hasta ese momento. Era la primera vez que le podía poner nombre a lo que me pasaba, era la primera vez que me planteaba la posibilidad de que quizá no era “normal”, de que quizá era de esos raritos a los que les gustaban los hombres. Entonces empecé a recordar, recordé todas esas cosas que me avergonzaban y que había bloqueado:
En segundo grado nuestro maestro
estuvo llevando a su hijo, Jonhy, durante algunas semanas a clases con
nosotros. Durante ese tiempo él y yo no nos separamos. Un día estábamos jugando
a las canicas y en una de esas veces que Jonhy se puso en cuclillas, pude ver
por debajo de sus shorts que no llevaba calzoncillos, y sentí cosas raras. Recordé
que nadie más quería jugar con él porque se vería “rarito” pero eso a mí no me
molestaba, una vez dibujamos un corazón en la tierra con nuestras iniciales
dentro de él, yo encontré eso normal.
En una ocasión pasó algo con
Ángel, el compañero que vivía al lado de mi casa y compartía pupitre conmigo, estábamos
platicando no recuerdo de qué y puse mi mano en su pantalón, entre sus piernas.
En el momento no supo que hacer, y aunque nunca me puso en evidencia, después
de ese día no volvió a sentarse junto a mí.
En otra ocasión hubo algo con
Isaías, mi compañero hijo de la señora que vendía desayunos en la escuela; a
veces en el recreo su mamá nos mandaba a su casa por algo que se le había
olvidado o acabado. Una de esas veces salimos al patio a hacer del baño
(vivíamos en un pueblo donde el patio era un terreno de dimensiones mayores a
las casas), y yo además de quedármele viendo lo convencí para que me dejara
tocarlo.
Todo esto me llevó hasta el día
de “el incidente” y entendí que todo estaba relacionado, que mis padres tenían
razón, que sí había algo malo conmigo y que eso no se me había quitado, pues
aunque después de ese día había aprendido a contener las cosas que sentía, eso
no significaba que ya no las sintiera.
En los últimos años de la
primaria, había sentido nuevamente cosas estando con alguno de mis compañeros.
Ya estando en la secundaria me había emocionado aquel día que Gabriel, el
vecino de enfrente varios años mayor, hizo del baño frente a nosotros y vi por
primera vez como era “eso” ya desarrollado. También ya en primero de
secundaria, un día que los de tercero estaban jugando frente a nuestro salón, de
pronto uno de ellos sin más se bajó los pants, y verle la parte nuevamente me
emocionó.
Y ahora esto, ahora estaba Alejandro
diciéndome que me “me haría suya”, y aunque no entendía lo que eso significaba,
la idea no me desagradaba. Con lo que no me sentía a gusto era con que los demás
se burlaran de mí, que me llamaran así como me había llamado mi padre aquel día.
Yo no quería ser eso, no quería estar enfermo, no quería irme al infierno, no
quería que Dios me castigara, no quería que mis papás se decepcionaran, pero no
podía negar que lo que sentía me gustaba. Todo eso me llenaba de culpa.
Así que me inventé un juego, me
inventé que al que le gustaba eso no era yo, que ese realmente no era yo, que
no podía ser yo. De esta forma pude seguir sin culpas el juego con Alejandro y
después hasta provocarlo. Con el tiempo ya me hacía el molesto para que él no
dejara de molestarme. Tenía que disimular que no me gustaba cuando estando yo
sentado en mi lugar, él iba, se paraba al lado mío y pegaba su entrepierna en
mi hombro; me hacía el molesto cuando yo estaba de pie distraído y llegaba, me
abrazaba por atrás y se frotaba contra mí, hasta forcejeaba con él dizque
tratando de zafarme para que me abrazara más fuerte; me hacía el molesto cuando
me daba una nalgada y me decía que “eran suyas”; me hacía el molesto cuando
tomaba mi mano y se la ponía en la entrepierna antes de echarse a correr o cuando
metía la mano en sus pants y después me la ponía en la cara.
A esa edad, mis 13 años, aun no
tenía ni idea de lo que implicaba el sexo, nadie me había hablado de eso y no
había a quien preguntarle. Sabía que lo que él me hacía me gustaba pero no
sabía qué había más allá. Suponía que lo que seguía era besarse, mi hermana
cuando niños me dijo que aquello tan malo que me habían encontrado haciendo
había sido besándome con uno de mis amigos y cuando estábamos viendo TV con mis
papás y una pareja se besaba nos decían que cerráramos los ojos, así que yo
suponía eso debía ser el sexo. Y en esta
mi fantasía donde podía ser otro que no era yo, Alejandro pronto se convirtió
en el objeto de mi fantasía.
José y yo a estas alturas ya nos
habíamos terminado de separar, este yo que me inventé y que no era yo,
disfrutaba más la compañía de este nuevo grupo de amigos, estos los mayores,
los que ya hablaban de pitos y vaginas, los que en pleno despertar sexual
disfrutaban exhibiéndose, presumiendo sus erecciones, jugando a que por machos
podían someter a otros menos machos, jugando a que podían poseerlos y hacerlos
“suyas”. El juego lo ganaba el que sometía, el que era más hombre y mientras
todos trataban de ganar, a mí no me molestaba perder. José me llegó a cuestionar
el por qué me juntaba con ellos si me
molestaban, yo no tuve el valor de confesarle que lo que me hacían realmente no
me molestaba.
Con este nuevo grupo de amigos
empecé a hacer cosas diferentes, empezamos a juntarnos los sábados para los
trabajos en equipo de fin de curso, curiosamente en los equipos siempre
estábamos los mismos. Las reuniones eran en la casa del único que tenía casa
sola ese día, justamente Alejandro.
Un día nos dijo que tenía rentada
una película y si queríamos verla, “El joven Einstein”, de pronto, quien sabe
de dónde, salieron unas cervezas, unas palomitas y vimos la película. Después de
verla lo acompañamos al videoclub a devolverla. Estando en el videoclub alguien
del grupo desvió la mirada hacia la sección “XXX” y todo fue risas nerviosas.
Ese fue el tema de toda la semana siguiente, quien ya había visto una película
de esas, quién quería verla, quién ya se había masturbado viéndola. Así fue
como descubrí la masturbación, en una conversación con mis amigos.
El próximo sábado nuestra reunión
terminó con este puñado de pubertos, viendo la película porno que alguien había
conseguido le rentaran en el videoclub que no pedía identificación. No todos se
quedaron, pero yo si lo hice. Y no es que tuviera especial interés en ver la
película, aunque si me daba curiosidad. Mi interés era Alejandro, y así se lo
demostré. Mientras todos miraban la película yo lo veía a él, y él supongo que
un poco halagado por toda la atención que le brindaba, en algún punto me
presumió su virilidad y el efecto que la película le producía al hacerla más
que evidente en su pantalón. Con eso tuve, en ese momento supe que lo que
pasara después valdría la culpa, el rechazo de mis papás o el fuego eterno.
Sin embargo a los pocos días
entendí que para él todo aquello era un juego, el mismo juego al que todos
jugaban, pero para mí con todo lo que ya me había pasado, el juego había
significado algo más, mi primera ilusión y mi primera decepción.
Esa noche teníamos una hora libre,
todos estaban afuera en sus asuntos, en el salón estábamos él, yo y uno que otro
compañero. Alejandro estaba sentado sobre el escritorio de maestros y yo en la
silla, con mi brazo izquierdo apoyado en su pierna derecha. Estábamos viendo
una revista de chistes picantes (como dice la chaviza) de esas que tenían
chistes gráficos con dibujos de mujeres voluptuosas y semidesnudas. Mientras veíamos
la revista con mi mano empecé a acariciar su pierna, él me dijo que no hiciera
eso; yo insistí subiendo un poco más la mano. De pronto me dijo “detente, mira
lo que estás provocando” y me señaló con la cabeza su entrepierna, yo al notar
su erección lo entendí como una invitación y traté de tocarla. Pero él se paró
intempestivamente y me dijo “no seas mampo” (la forma en el sureste de decir
joto, puñal, maricón). En eso iban entrando algunos compañeros y les dijo que
había tratado de tocarlo, todos se rieron.
Después de ese día nada volvió a
ser igual, él dejó de jugar conmigo y yo jugué a que no me había afectado lo
que pasó. Me convencí de que eso lo había sentido sólo por él, y que ya había
pasado, que ya se me había quitado, que ya había vuelto a ser yo. Los días que
transcurrieron hasta terminar el curso fueron muy incómodos, Alejandro ya no se
me acercaba, hablaba conmigo pero manteniendo su distancia.
Yo, en el fondo aun ilusionado
con Alejandro, elegí la prepa a la que él ingresaría. Finalmente José ahora si
se iría con sus papás y a donde yo fuera estaría solo. Con lo que no contaba
era con que Alejandro eligió una especialidad diferente y aunque estábamos en
la misma escuela, raramente nos veíamos. Aún recuerdo cuando me lo encontraba
en los pasillos con su bata blanca, y me veía con esos ojos negros, y me
sonreía de esa manera que sólo él sonreía, aún recuerdo sus lunares en la cara,
esa forma particular de caminar que tenía, si lo intento aun puedo recordar su
aroma.
Con el tiempo la ilusión fue
despareciendo, sobre todo cuando él se hizo novio de una compañera de su grupo,
y cuando me lo encontraba en los pasillos acompañado de ella ya no me sonreía.
Yo por mi parte encontré un nuevo objeto de mis fantasías, alguien más con
quien de nuevo volví a jugar a no ser yo.
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