Cuando tenía 9 años nos cambiamos de casa, dejamos la casa donde nací y nos fuimos a “la ciudad”. Yo, desde entonces, estaba renuente al cambio; pero el hecho de que íbamos a vivir con mi hermano, al que sólo veía los fines de semana, me entusiasmaba. Por otro lado tenía temor de que el cambio, el rodearme de nuevos niños, provocara de nuevo esas cosas malas en mí, que ya había olvidado.
Por fortuna en la calle donde
ahora vivíamos había muchos niños y pronto me hice amigo de mis vecinos,
coincidió que dos vecinos iban a entrar al 5º de primaria como yo, eso me hizo
sentir más en confianza.
Ese año fue muy duro para mí,
aunque me adapté pronto a la nueva escuela y uno de los vecinos prácticamente me
adoptó para que mis nuevos compañeros me aceptaran, en la casa las cosas no
iban bien. Mi padre no se acostumbró al cambio y a los pocos meses se regresó
al pueblo, ahora sólo lo veíamos los fines de semana y su ausencia la sentí como
si me hubiera abandonado a mí. Después
del “incidente” me había vuelto muy unido a mi padre, en las vacaciones me iba
con él al campo y en las tardes lo ayudaba en las cosas que hacía en la casa,
trataba de agradarlo lo más posible para recuperar su cariño. Cuando se regresó
al pueblo volvió ese sentimiento de que se alejaba porque había algo malo en mí,
porque no merecía que me quisiera, porque yo no era bueno y por eso todo el
mundo en algún momento me iba a abandonar. Estos sentimientos se somatizaron y
ese año me enfermé de todas las enfermedades que dan a los niños, me la pasé
más enfermo en casa que en clases.
Poco a poco mi hermano tomó el
lugar de mi padre, me acerqué más a él y la unión que tenía con mi padre la
transfería a mi hermano. A los pocos meses me empecé a ir con él a su trabajo algunas
tardes y los sábados, no porque quisiera trabajar sino para estar más cerca de
él y asegurarme que él no me abandonara.
Mis temores de estar cerca de
otros niños no habían desaparecido del todo, pero habían disminuido; por eso
pude hacerme amigo de algunos niños con los que me juntaba en ocasiones para
hacer la tarea, para ir a la biblioteca o en el caso de mis vecinos para jugar algunas
tardes. Sin embargo, por más que me esforzara, había cosas que no podía dejar
de sentir cuando estaba con alguno de esos niños, cosas que no podía explicar, era
como un gusto, una afinidad, un querer algo más.
Esas cosas me hacían sentir
culpable y por esa razón en la escuela tenía dos mejores amigas con las que
estaba todo el día, con ellas no sentía esas cosas y eso me hacía sentir seguro.
El juntarme más con niñas no obstante me trajo otro tipo de problemas; como en
el recreo me quedaba sentado con las niñas, en lugar de jugar al fútbol; algunos
niños empezaron a decir cosas de mí. Pero cuando un niño me molestaba o me
confrontaba tratando de buscar pelea, mis dos compañeros que también eran mis
vecinos, me defendían y sacaban la cara por mí, de no haber sido por ellos no
sé cómo me habría ido.
En el 6º año llegó una niña
nueva, una niña con la que hice click de inmediato. Su nombre era Lourdes, no
recuerdo su historia pero había algo que nos identificaba, como si tuviéramos algo
en común. Era una niña muy alta para su edad, alta y robusta. Siempre se vestía
con sweater y pantalón, a pesar del calor chiapaneco, y usaba una trenza. A esta niña le gustaba el
fútbol, por lo que no se juntaba mucho con las otras niñas, que curioso que por
este mismo hecho tampoco se juntara con los niños, de hecho como niños y niñas la
veían diferente, les daba un poco de temor. Al poco tiempo de haber llegado nos
hicimos compañeros de pupitre, compañeros de almuerzo, mejores amigos. Ella fue
mi protectora el último año de primaria.
No había contado que mis padres no
me mandaron a educación preescolar; sin embargo, como era un niño muy despierto
e inteligente, (otra forma de decir que no sabían qué hacer conmigo en la casa)
me inscribieron en la escuela con 5 años cumplidos, por lo que a los 11 años
ingresé a la secundaria.
De nuevo otro cambio, dejaba
atrás a mis amigos, a mis protectores y me enfrentaba con esta nueva realidad, solo,
abandonado, como me seguía sintiendo. Para colmo me tocó el turno de la tarde,
yo quería ir en la mañana. A mi grupo de la secundaria se fueron conmigo
algunos compañeros, pero no era con los que me llevaba mejor. No obstante nos
acompañamos los primeros días, hasta que cada uno hizo nuevas amistades.
En el grupo estaban estos dos niños
que iban de la misma escuela y vivían muy cerca de la casa, ellos tenían otros
amigos que estaban en grupos diferentes, a la hora del receso se juntaban con
ellos y a la salida se iban todos juntos. Me hice amigo de uno de ellos y
pronto me integré a su círculo de amigos.
Al poco tiempo el círculo se
desintegró y nos quedamos tres, los que estábamos en el mismo grupo. Debo reconocer
que tuve mucho que ver con que el círculo se haya desintegrado, el niño del que
me había hecho amigo y yo tuvimos mucha química desde que nos conocimos, pero
un día pasó algo que nos hizo inseparables.
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