jueves, febrero 18, 2021

PARE DE SUFRIR

 Dicen que al cerebro le toma 21 días la creación de un hábito.

Ayer “descubrí” que nuestro comportamiento en la vida no es más que una sucesión de hábitos. Dicen  que la forma en que nos relacionamos con los demás, nuestra personalidad, las cualidades y características que creemos traer de nacimiento; todo eso se fija en nuestro cerebro durante los primeros 7 años de vida. Algo de eso me hizo sentido.

Esto de tratar de cambiar mi forma de pensar no es nuevo para mí, ya lo he intentado antes. Desde mi adolescencia empecé a devorar libros de autoayuda (El memorándum de Dios, Juventud en éxtasis, el caballero de la armadura oxidada, etc.), esperando encontrar el secreto para cambiar lo que yo creía estaba mal en mí.

Como olvidar mi paso por el “Contranálisis” (Cambiar es fácil, lo difícil es que entiendas que es tan fácil), por varios meses invertí mi tiempo, y dinero, en sesiones semanales y en varios seminarios con el viejito barbón; tratando de aprender a cambiar mi forma de pensar y lograr tener una vida plena y feliz. No voy a negar que de algo me sirvió, en ese tiempo hice uno que otro cambio significativo en mi vida.

Por otros varios meses estuve yendo a terapia semana a semana, por un tiempo me sentí bien, me sentí motivado, reconozco que me abrí, fui más comunicativo, más seguro. De esto último se me quedó el hábito de escribir en este blog, hábito que tampoco sobrevivió mucho tiempo.

Aquí estoy una vez más, intentándolo de nuevo, con la esperanza de que esta vez sea diferente. No negaré que tengo miedo, como ya he pasado por esto, como ya he sentido este optimismo, como ya he experimentado estas ganas de mejorar y he visto cómo se han ido, así de fácil como han llegado; hay una vocecita en mi cabeza que me susurra que no tiene caso, que dejemos así las cosas, que para qué arriesgarnos a otra decepción, que así estamos cómodos.

¿Qué podría ser diferente esta vez?

Que me he dado cuenta de los errores que cometí las veces pasadas en qué busqué ayuda. Y es que la ayuda la busqué por las razones equivocada, no es que la ayuda no haya funcionado, lo que pasó fue que lo que me motivó a buscar ayuda fue un factor externo.

Cuando leía tantos libros de autoayuda y superación personal, lo que buscaba no era mi auto-aceptación; era la forma de encajar en un círculo de amigos y dejar de sentirme mal por tener que fingir ser algo que no era.

Al “contranálisis” llegué por Daniel, él lo estaba tomando y él me lo recomendó. Yo empecé a ir para agradarle, para tener algo en común, para tener algo de qué hablar cuando iba a visitarme y ni uno ni otro sabíamos cómo acercarnos, también para entretenerme en algo los sábados en la tarde y uno que otro domingo.

A la terapia llegué por mi PP, lo que yo buscaba era cambiar para él, lo que quería cambiar era lo que yo sentía que a él no le gustaba de mi para no perderlo, lo que quería era dejar de sentirme mal por tener que enterrar mi verdadera personalidad para sentirme aceptado.

Aunque esta vez estuve a punto de hacer lo mismo, en esta búsqueda de ayuda me encontré con lo que no buscaba. En una de mis películas favoritas “Efectos secundarios” decían que las netas te llegan así de repente, cuando menos te lo esperas, en el lugar menos pensado, haciendo lo que menos te imaginas, ya me había pasado y me volvió a pasar. Encontré esa prueba que buscaba, la que convenciera a mi escéptico y analítico yo interior de que uno si puede cambiar.

Con un simple ejercicio me di cuenta de que ya no soy el mismo, ya no soy ese niñito de 5 años, extrovertido, divertido, ocurrente, sensible, creativo, sonriente, seguro de sí mismo, sin miedo al rechazo, sin miedo a ser juzgado, pleno, completo y feliz. Ya no soy ese niñito que no necesitaba tener cosas para divertirse, para disfrutar de la vida. En esa época podía divertirme sólo, podía jugar sólo, no añoraba nada, no necesitaba nada, no tenía nada y no me hacía falta nada, porque me tenía a mí mismo y con eso me bastaba, porque yo era todo lo que necesitaba. ¿Qué cambió? Cambié yo.

Lo más importante, entendí que éste no soy yo, que todo lo que creía no podía cambiar, mi timidez, mi inseguridad, mi necesidad de sentirme aceptado, mi constante búsqueda de aprobación, todo esto en realidad no es parte de mí, no es algo con lo que yo haya nacido, y que tampoco es mi culpa el ser como soy.

Es comprensible que este niñito con tantas cualidades que lo hacían único, especial y diferente haya crecido con la culpa como su compañera inseparable, creyendo que había algo mal en él, sintiendo que no era lo suficientemente bueno, que nadie lo iba a querer por sí mismo, que siempre tenía que hacer algo para agradar a los demás, para complacerlos, que siempre se tenía que adaptar a lo que los demás esperaban de él, que debía dar la imagen que cada uno de ellos encontrara agradable para que no lo abandonaran y lo hicieran sentir mal de nuevo.

Lo comprendo, ese niñito estaba solo, ese niñito no se podía defender y es normal que tuviera miedo, es natural que se escondiera, que en un momento renegara de lo que era, de lo que sentía. Sobre todo cuando las personas que estaban ahí para defenderlo, para brindarle seguridad le fallaron y en lugar de protegerlo, de hacerle sentir que todo estaba bien, que no había nada de malo en él, en lugar de celebrarle que era único, diferente, especial; lo juzgaron, lo señalaron, le hicieron creer que era malo, que no era normal, que si quería que lo quisieran debía cambiar para que lo encontraran agradable y todavía lo hicieron sentir culpable de ser como era.

En algún momento yo también abandoné a ese niño, lo separé de mí, quise creer que ese no era yo, y cuando algún rastro de ese niño aparecía en mí, trataba de esconderlo, de borrarlo, de negar su existencia. Pero nunca pude dejar de sentirme culpable por haberlo abandonado, por haberlo traicionado, eso es lo que me hacía sentir tan mal, y todo lo demás se desprende de ahí.

Ahora que finalmente me he recordado, que me he re-encontrado con este hermoso niño, he decidido ya no esconderlo, he decidido ya no abandonarlo, ya no amordazarlo. Finalmente este niño ya no tiene nada que temer, ya no está solo, me tiene a mí para cuidarlo, para protegerlo, para celebrar su existencia, para hacerle entender que nunca hizo nada malo, que no hay nada de malo en él, para pedirle perdón por lo que yo también le hice.

No sé cuánto tiempo me lleve el cambio, sé que no será fácil pues me tomó años llenar el saco de miedos e inseguridades que cargo y sé que no lo podré vaciar de un día para otro. Si se requieren 21 días para crear un hábito, no quiero ni hacer al cálculo de los días que me tomará reemplazar los que he creado para protegerme.

Mientras tanto, como los alcohólicos, iré un día a la vez, paso a paso, haciendo pequeñas cosas de forma diferente, estando alerta, actuando de forma consciente en lugar de reaccionar automáticamente, hasta que pueda lograr que este niño y yo seamos de nuevo uno mismo y que ambos nos sintamos orgullosos de lo que somos y lo que siempre hemos sido.

No hay comentarios.: