Ahora con esto del “home office” la modalidad es que, cuando toca ir a Guanajuato, nos vamos los viernes en cuanto yo termino de trabajar; así lo hicimos el pasado 30 de octubre para aprovechar el puente del 2 de noviembre. Mi PP nos alcanza el sábado en la noche, pues sigue trabajando los sábados medio día.
Este año se le ocurrió organizar
un concurso de altares de muerto (Qué sería de nosotros sin sus ocurrencias,
aunque a veces le ponga mala cara, para que no descubra que en el fondo las
disfruto), así que el domingo desde muy temprano empezamos con el trajín
(dirían en mi rancho).
Siempre había tenido ganas de ir
a un sembradío de cempasúchil y este año se me hizo, gracias al suegro de una
de las cuñadas que le hace a eso, me encantó la experiencia de ir a cortar las
flores y tomar fotos.
Nos llevó prácticamente todo el
día acomodar todo pero valió la pena pues nos quedó muy padre, lo pusimos en
memoria de la madrina de casi todos; que nos dejó hace ya ocho años y a quien
sigo recordando con afecto por lo buena y amable que, desde que la conocí,
siempre fue conmigo.
En la noche hicimos un recorrido
por las diferentes locaciones en las que los participantes montaron sus
altares, y aunque no fue un concurso como tal, la experiencia creo que fue
satisfactoria para todos y terminó con una degustación de tamales y atole que
hizo la suegra.
Habíamos programado una noche de
maratón de películas de terror pero, no sé si haya sido el cansancio o que la
selección de películas no fue buena, sólo vimos dos y después todos a dormir.
Esto es lo que después de tantos
años sigo disfrutando tanto, esto es lo que siempre había soñado y se me ha
hecho realidad, el tener estos escapes, el hacer de algo tan sencillo algo tan
significativo, el tener estas experiencias que me hacen sentir tan bien y que
hacen que todo lo demás sea insignificante, que hacen que todo lo demás valga
la pena. Estos momentos son a los que yo llamo felicidad.
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