Yendo a terapia, en una sesión la terapeuta me pidió hacer un ejercicio de introspección hacia mi
niñez, en donde me pedía identificar algún evento que hubiera podido ser
traumático para trabajarlo; yo lo abordé por las orillas y traté de platicarle
del mismo, sin realmente platicarle nada. Debo aclarar que, para este punto, ya
me encontraba en ese lugar común en el que cuidaba lo que le decía para no
sentirme juzgado, para no mostrarme vulnerable, para no reconocer que tenía
(tenía?) un trauma, cosa irónica pues justamente para eso es que se va a
terapia. Aún recuerdo la vez que la terapeuta me mandó con una amiga suya
psiquiatra para medicarme; yo salí indignado pues en esa primera cita me dijo
todo lo que yo no estaba preparado para escuchar. Me sentí ofendidísimo cuando me dijo que con mi forma de sentarme y comportarme
trataba de ocultar mi homosexualidad pues era algo que me avergonzaba; y cuando
le conté que en mis planes futuros estaba irme a vivir a Guanajuato, me dijo
que era curioso que hubiera elegido un lugar en donde era muy poco probable que
me atreviera a mostrar mi verdadera identidad, como si estuviera buscando
seguirme escondiendo. Claro que jamás volví con esa psiquiatra, yo había ido
por drogas no a que analizaran (ya sé!).
La verdad es que yo nunca he sido
tonto, desde muy niño tomé conciencia del mundo y de todo lo que pasaba en él,
incluyéndome; otra verdad es que siempre me ha encantado hacerme el tonto; y,
como casi todo lo negativo que hago, sé hacerlo muy bien. Desde siempre tuve
identificado el evento que me marco de niño, sólo que me convenía hacer caso
a lo que en ese momento me dijeron mis padres y nunca pensarlo, mucho menos
hablarlo. En algún punto me convencí de que eso no me había pasado a mí, que no tenía
nada que ver con mi vida presente, que lo había superado, que no me había
afectado, que ahí depositado en el fondo de ese pozo profundo y oscuro que es
mi subconsciente, estaba ocupando el lugar que le correspondía.
Por eso esa tarde me hice el tonto y le di a mi terapeuta lo que yo creí quería de mí,
le medio conté un evento traumático, me puse sensible, lloré un poco y le dije
súper, ya lo trabajamos; que buena psicóloga es! Que buen paciente soy!.
Está por demás decir que la
terapia no sirvió de mucho a largo plazo. Aunque en su momento si me dio lo que yo necesitaba, la sensación de
bienestar al hacerme tonto creyendo que de verdad estaba haciendo algo por mejorar la forma en
que me sentía, y la justificación para cambiar algunas conductas que estaba
fingiendo, reemplazándolas por otras que si eran mías. Por cierto que cuando
dejé de ir a terapia y empecé a volver a mis conductas habituales, tuve el
descaro de culpar a la terapeuta del fracaso de las sesiones, ahora me doy
cuenta, y puedo reconocer, que ella trabajó con lo que yo le di, no era su
trabajo confrontarme, creo era lo que yo esperaba ella hiciera.
Bueno, a lo que voy con
todo esto es que desde siempre he sabido cual es el evento traumático en mi
infancia; y hoy, que he caído en cuenta de lo mucho que me ha marcado, estoy
preparado para sacarlo del pozo y reconocer su existencia.
Cuando tenía 7 u 8 años había unos vecinos que eras mis mejores amigos, el mayor era uno o dos años mayor que
yo y el menor uno o dos años menor. Una tarde mi mamá nos encontró, al mayor y
a mí, con los calzones abajo, pegados uno atrás del otro, mientras el menor nos
veía desde la puerta del cuarto.
Debo reconocer que antes de
escribir esto, pensé en escribir también los antecedentes para justificar lo que
estábamos haciendo, pensé en explicar qué nos había llevado ahí, porqué
estábamos de esa forma, Dios! hasta pensé en aclarar quién estaba delante y
quien atrás. Obviamente ése era mi cerebro tratando de justificar un hecho que
no tiene que ser justificado, ese era mi cerebro protegiéndome para que, en el remoto
caso de que alguien llegue a leer esto, no se me juzgue.
Entonces caí en cuenta (apenas)
de que eso es lo que he hecho siempre, desde que sucedió, desde esa misma tarde
a mis 7 u 8 años, he estado buscándole justificación al hecho, y en cada
justificación me he intercalado en el lugar de culpable y en el víctima, según me conviniera
en esa etapa de mi vida. Inconscientemente he estado dándole más importancia al hecho en sí, sin aceptar de manera consciente las consecuencias que el mismo ha tenido en mi vida.
Ahí está el cadáver, el olor que desprende y con el cual me he acostumbrado a vivir, es historia aparte.
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