Cuando todo este merequetengue empezó yo andaba de vacaciones, mi jefa me las interrumpió para platicarme que había rumores en la empresa de que querían mandar a algunos a hacer "home office" por esto de la nueva enfermedad, yo no le di importancia. El día que volví de vacaciones todo era un caos, se decían tantas cosas, se escuchaban tantos rumores, había tanta incertidumbre en el ambiente.
Finalmente me confirmaron que yo iba a ser uno de los que se iba a trabajar desde casa, yo seguía sin darle importancia; conociendo a mis jefes, me imaginé que por alguna razón me iban a salir con que siempre no o, en el mejor de los casos, que serían solo unos días; y que, justo cuando empezara a acostumbrarme a levantarme tarde, me iban a decir que tenía que regresar. Hasta que el viernes 27 de marzo al medio día me dijeron que recogiera mis cositas pues me iba a casa.
Las primeras semanas me levanté a la misma hora, hice mi rutina diaria de salida a trabajar y a las nueve en punto ya estaba frente a mi compu, no me movía de ahí hasta la 6:30 que se acababa mi jornada laboral. No quería acostumbrarme, no quería sentirme cómodo y después sufrir al volver de nuevo a la oficina. Los días pasaron, los negocios empezaron a cerrar, yo veía aun incrédulo como cerraban los cines, los centros comerciales, las tiendas departamentales, como se suspendían las corridas de autobuses, los vuelos; después la oficina cerraba en su totalidad, al mandar al resto de mis compañeros a sus casas.
Se atravesó semana santa, nos fuimos a Guanajuato, una semana santa atípica; sin representación de las tres caídas, sin procesión del silencio, sin misas, sin nada de lo típico que hacíamos en semana santa. Al volver sólo éramos mi PP y yo, la prima y la tía se quedaron en Guanajuato pues a la prima le dieron vacaciones forzosas.
Mi rutina cambió, me empecé a
levantar al 10 para las nueve, a bañarme un día si y un día no, a quedarme
en pijama todo el día, al fin que estaba solo en casa. Los cambios continuaron,
primero a mi PP le redujeron el horario y ya llegaba a comer conmigo todo los
días, después empezaron a trabajar un día si y un día no, y ya lo tenía aquí
conmigo de igual manera. Empecé a ajustar mis labores del trabajo, movimiento
había realmente poco, las ventas eran nulas y había que racionar la solución de
pendientes para no aburrirse, el día que estaba solo revisaba lo indispensable y después veía series, y el día que
estaba mi PP me ponía a trabajar. Me empezó a gustar la nueva rutina y a
sentirme cómodo. Era como estar trabajando y al mismo tiempo de vacaciones, lo mejor de ambos mundos.
En junio de nuevo las cosas
cambiaron, mi PP empezó a trabajar de nuevo todos los días, la prima y la tía
volvieron, ya no estaba solo en casa, eso acabó con mi rutina y me puso mal
algunos días, después me volví a adaptar. Las cosas en el trabajo se empezaron
a poner complicadas, nos redujeron el salario, nos quitaron las prestaciones
superiores de ley, nos hicieron tomar las vacaciones disponibles sin pago y sin
gozarlas, hubo recorte de personal. Por desgracia el recorte afectó a varios de
los compañeros, por los que sentía alguna especie de afecto, y eso me puso mal.
Hoy, después de ocho meses, sigo haciendo "home office", muchas cosas han vuelto a la “nueva normalidad” pero la incertidumbre continúa. Desde junio, que se supone volveríamos a la oficina, nos siguen recorriendo la fecha, ahora ya vamos en enero. Los países siguen cerrados al turismo, y el turismo local es realmente poco, no se sabe cuanto durará esto y tampoco se sabe si la empresa lo resistirá.
Supongo que ese es el motivo de
mi ansiedad, de esos ataques repentinos de ira, de esos episodios de despertar
en la madrugada presintiendo que algo está mal, pero sin saber qué, de esos
dolores de cabeza que pueden durar minutos, horas o días, de esos días de mal humor que no quiero ver a nadie, y esos días de sobrada sensibilidad en los que sólo quiero un abrazo.
No negaré que esto de estar en
casa no me desagrada, finalmente lo que no me gustaba de mi trabajo era el
traslado y la convivencia con algunas personas (compañeros de trabajo, les
llaman); me he adaptado a la rutina, he aprendido a disfrutar algunas cosas, el comer con la familia todo los días, el trabajar con ropa cómoda, el no rasurarme, el meterme a la cocinada en serio (ya hasta el arroz me esponja bien bonito).
Pero dejaría de ser yo si no me
preocupara por el futuro, si de repente no me pusiera fatalista, si no empezara a pensar en lo que pasará cuando finalmente nos digan que es hora de volver a la oficina,
si la ropa de trabajo aun me quedará (oink), si aguantaré tanto tiempo
usando zapatos de nuevo, como será volver a usar el metro, convivir con la
gente en la calle, escuchar las historias interminables de mis compañeros
contando a viva voz lo que hicieron todos estos meses, como si fuera lo más
interesante de este mundo.
En fin, quiero confiar en que
todo se resolverá para bien, mientras tanto a seguir pretendiendo que esto no
me afecta y que la ansiedad me hace los mandados.
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